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La perfección de Rafael 500 años después

Celebramos el quinto centenario de Rafael recorriendo la corta pero fulgurante carrera de Rafael Sanzio de la mano de la especialista en pintura italiana del Museo del Prado Ana González Mozo

14 abril, 2020 06:39

Se hace extraño escribir sobre un aniversario que no se ha celebrado el día previsto, el 6 de abril. Las exposiciones preparadas en honor a Rafael Sanzio (Urbino 1483 - Roma 1520) se han detenido y posiblemente alguno de los congresos organizados sean pospuestos o cancelados. Todo eso puede demorarse y no deja de ser anecdótico comparado con la incertidumbre y la tristeza que vivimos estos días. El Vaticano y las Stanze decoradas por el artista, el Museo del Prado y el Louvre –que se adelantaron al año Rafael con las grandes exposiciones de 2012, dedicadas a sus últimas obras–, Urbino, su ciudad natal y Florencia, donde conoció a Leonardo y a Miguel Ángel, están vacíos.

Muchas instituciones están haciendo una encomiable campaña para acercar el arte a nuestras casas y poner un poco de belleza en nuestra vida en este tiempo tan sombrío. A través de la red, el Museo del Prado, el British Museum, el Louvre, la National Gallery de Washington, entre otros, nos muestran obras que han sobrevivido quinientos años. También la gran muestra Rafael del Quirinale en Roma ofrece un recorrido a distancia por sus salas. El pintor puede esperarnos unos meses, siempre hay tiempo para rememorar a los grandes genios.

Rafael tuvo una buena vida. Sus primeros biógrafos, Paolo Giovio en 1525 y Giorgio Vasari en 1550, le describen amable, inquieto e inteligente y, sobre todo, muy sociable. Consiguió mantener la unidad y las buenas relaciones en su numeroso taller, algo que según Vasari no era habitual. Su corta carrera fue fulgurante y en algunos momentos anduvo bastante agobiado por la cantidad de encargos que recibió. Tuvo buenos amigos, entre los que se encontraban los mecenas e intelectuales más relevantes del Renacimiento y se granjeó buenos enemigos, como Miguel Ángel y Sebastiano del Piombo. Este último no fue rival para él, pero sí Buonarroti a quien seguramente estimaba y envidiaba y con quien se midió en los encargos vaticanos.

Admirado por Rubens, Bernini, Ingres o Dalí, es uno de los artistas más influyentes de todos los tiempos

Ha sido uno de los artistas más influyentes de todos los tiempos, admirado por Rubens, Bernini, Ingres o Sir Joshua Reynolds y uno de los predilectos de Dalí, todos ellos creadores con una elevada exigencia técnica. Su arte, que mantuvo su fama hasta la crisis del Academicismo en el siglo XIX, se está recuperando en el siglo XXI, quizás porque la perfección, el buen hacer y la serenidad que transmiten sus obras aportan estabilidad a un mundo convulso, lleno de imágenes cambiantes y perecederas y nos permiten aferrarnos a aquello que conocemos.

Desde sus primeros cuadros, Rafael demostró una excepcional calidad técnica y le gustó experimentar e innovar en todos los campos del arte en los que trabajó. Reflejo de su inteligencia fue su capacidad para adaptarse a tareas muy diferentes, algunas inéditas para él, y para saber rodearse de profesionales aptos para que sus empresas llegaran a buen término. Su talento como retratista lo delatan el magnífico Baldassare Castiglione (1519, Museo del Louvre), el pétreo y enigmático Cardenal (h. 1510, Museo del Prado) o el turbador Tommaso Inghirami (h. 1511, Gallería Palatina).

Tras los pasos de Leonardo

Su maestro más conocido fue Pietro Perugino, cuya influencia se percibe en sus obras de juventud, teñidas también por el gusto hacia la Antigüedad Clásica y los modelos de la Europa del Norte, llegados a Italia a través de grabados. En 1504 marchó a Florencia, atraído por la fama de Leonardo y Miguel Ángel. Allí Sanzio pudo estudiar los cartones –dibujos a escala real– que aquellos habían diseñado para preparar las batallas de Anghiari y de Cascina antes de materializarlas sobre el muro. Esta experiencia influiría en la manera de proyectar internamente sus posteriores obras de mediano y gran formato, visible en su inacabada Madonna del Baldaquino (h. 1508, Galleria Palatina).

Julio II le llamó a Roma a finales de 1508. Allí se enfrentaría a dos tareas titánicas, la decoración de las habitaciones del papa en el Vaticano, al fresco, técnica ala que no estaba habituado, y la realización de los cartones para los tapices de la Capilla Sixtina, que se confrontarían con la bóveda de Miguel Ángel, comenzada ese mismo año. Grandes empresas que compaginó desde 1514 con su cargo de arquitecto de la basílica de San Pedro –heredado a la muerte de Bramante–, Conservador de las antigüedades de Roma e importantes comisiones como las pinturas para Francisco I, el Pasmo de Sicilia o la Transfiguración.

En los apartamentos papales se advierte la evolución de Rafael y cómo progresivamente fue confiando parte de sus empeños al taller que organizó para atenderlos. En las estancias destacan dos lunetos. Uno es la Escuela de Atenas (1511), que ya refleja las innovaciones pictóricas que Sanzio estaba madurando, materializadas en los singulares efectos cromáticos de los ropajes y la gran variedad de pinceladas que construyen las figuras. Poco antes de terminarla había conseguido entrar en la capilla Sixtina aprovechando una ausencia de Miguel Ángel, cuando éste había prohibido terminantemente el acceso. No es casual que desde ese momento se perciba un cambio en la escala y el movimiento de las figuras del pintor de Urbino. El segundo luneto se halla en la Stanza d’Eliodoro (1512-1513), La liberación de San Pedro, uno de los nocturnos más fascinantes de la historia de la pintura.

Por aquellas fechas el banquero sienés Agostino Chigi le contrató para decorar uno de los salones de su Villa Farnesina, la Loggia de Psiche. Tenía una mente tan inquieta como la de Rafael y ambos deseaban adelantarse a su época con nuevas propuestas. La petición le estimuló. Podía retornar al mundo mitológico –abandonado desde sus tempranas Tres Gracias– avanzando en la proyección del desnudo y ponía a prueba su creatividad en un espacio difícil de gestionar. Sólo la escena del Triunfo de Galatea (1513) es de su mano, pues el ciclo decorativo, ideado por él, fue ejecutado por su taller, con la excepción de Polifemo. El gigante, pintado por Sebastiano del Piombo en 1511, no resistió la confrontación con Galatea y el veneciano perdió todos los encargos de Chigi, siendo el origen de su animadversión por Rafael el resto de su vida. A partir de entonces, Piombo espió sus invenciones atribuyéndose sus adelantos técnicos, le criticó y conspiró para quedarse con sus comisiones cuando falleció.

La perfección de las obras de Rafael aporta estabilidad a un mundo convulso, lleno de imágenes cambiantes

En 1514 Rafael diseñó los mencionados cartones para tapices. La tarea requería gran capacidad de abstracción cromática, pues el juego tonal que permite el tejido es limitado. Los realizó al temple rememorando los frescos de Masaccio en el Carmine. A partir de este momento, la factura de sus tablas comenzó a respirar una espontaneidad que procedía de la rapidez de actuación exigida por el fresco y el temple (cuando seca la materia es imposible hacer correcciones). El trabajo en grandes superficies también “contaminó” los métodos de diseño y de pintura en sus obras de caballete, donde es fácil encontrar diferentes técnicas de dibujo y gran variedad de pinceladas en una misma composición. Esta heterogeneidad fue una de las habilidades de Sanzio alabada por Castiglione en el Cortesano (1528). El amplio registro pictórico que acumuló experimentando, estudiando la Roma Antigua y observando a otros artistas, supo utilizarlo cuándo y dónde le convino. La perfección que alcanzó fue fruto de una esmerada preparación de sus obras, a la que dedicaba mucho tiempo.Todos sus retos los afrontaba dibujando, a través de arduos procesos de trabajo que intentaba disimular, actitud que Castiglione definiría como Sprezzatura, el arte de esconder el arte.

Parte de los quebraderos de cabeza que producen a los especialistas sus últimas obras (1514-1520) proceden de un comentario de Vasari: cuando murió, Rafael dejó muchas cosas imperfectas (inacabadas) que terminaron sus asistentes Giulio Romano y Gianfrancesco Penni. Esta frase provocó que desde el siglo XIX, las atribuciones de algunas pinturas oscilaran entre ellos y el maestro. Sin duda, el tratamiento de la superficie de muchas pinturas es disonante.

A varias manos

Junto al cuidado proceso creativo de la Transfiguración y la técnica exquisita del retrato de Castiglione y la Perla, hay cuadros de factura irregular, como el Pasmo de Sicilia o la Sagrada Familia de Francisco I. Los motivos son varios: es cierto que debido a la cantidad de encargos que recibía y otras ocupaciones –que parecían atraerle más que la pintura– delegó en el taller parte de los procesos; pero no hay que olvidar su versátil modo de utilizar el óleo y que algunas discordancias también se deben a que el soporte original de madera de algunos cuadros fue sustituido, a principios del siglo XIX en Francia, por tela. La arriesgada operación pretendía dar vida eterna a Rafael, el más amado por los pintores e intelectuales galos, también por Napoleón, que intentó acaparar todas sus obras, y estuvo a punto de conseguirlo. Sin embargo, el procedimiento eliminó los acabados de superficie y dañó gravemente la pintura, restando coherencia a obras que fueron concebidas como tablas.

Recibió críticas por confiar en su taller. Alguna merecida porque, si bien supervisó férreamente a sus casi cincuenta colaboradores, algunos murales se resintieron del poco tiempo que les dedicó. Su estudio contaba con artistas que, exceptuando a Giulio Romano y a Giovanni da Udine, no eran brillantes, pero se amoldaban al estilo del maestro para que todo lo que saliera de allí llevase el sello “rafael”. El control de calidad que ejerció explica que, tras 1520, las obras de sus seguidores carecieran de armonía y que el ejemplo pictórico de Rafael sobreviviera poco tiempo a su muerte, salvo como un ideal de belleza, de exigencia y elegancia que perduró durante siglos y que ahora nos proponemos rememorar.