Aunque ni antológica ni cronológica, esta exposición podría tener un lugar y época míticos replicados para su concepción: las tertulias del Café Pombo en torno a la figura de Ramón Gómez de la Serna. Durante los dos últimos años, en reuniones informales muy formales, Mery Cuesta ha congregado una suerte de “comité de la risa absurda” formado por Joaquín Reyes, Luis E. Parés, Gloria G. Durán, Gerardo Vilches y Desirée de Fez. Entre todos establecen los puntos y las rayas que formarían una propuesta de la constelación del humor absurdo en España.
Es un amplio recorrido desde los Disparates de Goya hasta las animaciones en Instagram de Rocío Quillahuaman, con un principio, desarrollo y fin definidos temáticamente. Aunque sigue un cronológico, también está plagado de saltos en cada una de las secciones que conectan esta genealogía. Son más de 110 autores, y entre ellos muy pocas autoras como la cupletista La Bella Dorita, María Dolores de la Fe, Amparo Segarra o Gloria Fuertes, con Flaviana Banana y Quillahuaman en las nuevas generaciones. Dado el tono de la exposición, me viene a la mente el término “machirulo”, no como crítica sino como constatación de un terreno históricamente muy cerrado a lo femenino.
Vale la pena reflexionar sobre varias nebulosas que se ven en este cielo. La primera de ellas es la sensación de familiaridad, y por eso de capacidad de disfrute de cualquiera en su visita. Una vez más el Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles prueba a abrir la discusión del arte contemporáneo a otros ámbitos fuera de las propuestas estrictamente catalogadas como visuales y/o conceptuales. Se programa esta inclusión de lo popular y callejero desde un análisis teórico e histórico, pero intentando no perder su pulso. No es fácil, porque la institución sigue teniendo sus muros y establecer rupturas es una labor lenta y continuada.
En este caso es una ruptura que tiene que ver con el propio absurdo, definido como quiebro con la lógica y la realidad. Su humor es un paroxismo que acontece “rebasada la inverosimilitud” y que es realizado conscientemente y con finalidad hilarante. Sus creadores parten del texto, la imagen y la propia materia (como el papel de un collage), es decir, se divierten con el lenguaje y su sintaxis, verbal y visual. Es un juego que trastoca los códigos de la comunicación.
Si el humor absurdo está analizado desde sus temas –disparate, vanguardia, costumbrismo, surrealismo, vida doméstica, sistema burocrático y muerte– y sus espacios –el café, el bar, la oficina o el sofá–, el campo donde se desarrolla es el de la comunicación y sus medios: el grabado, la radio, la revista, el cine, la televisión, la historieta y, ahora, sus equivalentes en los medios digitales. Por eso es un placer ver la recopilación de ejemplos en cualquier tipo de formato, original o no: estampas de Goya, pinturas de Gutiérrez Solana, libros, revistas como La Codorniz y Hermano Lobo, afiches y dibujos originales de Forges, Gila o Chumy Chumez, poemas y cortos como la mítica El orador de Gómez de la Serna, películas de Neville, Berlanga, y Cuerda, vídeos de Faemino y Cansado, Los Torreznos, La hora chanante, o dos nuevas canciones de Hidrogenesse. Chocan algunos puntos fetichistas que se quedan más en el símbolo de un personaje que en la profundidad de su propuesta, como la camisa de Chiquito de la Calzada. El grupo de agentes que se ha reunido para esta muestra son maestros en comunicación. Solo hay que ver en los currículums su relación con la difusión para públicos amplios, una asignatura pendiente en el mundo de la investigación en arte contemporáneo.
La información sobre cada episodio está gráficamente muy presente, con grandes textos y cartelas, niega la pared blanca e inunda todo, hasta el espacio junto al extintor y la salida de emergencia. Una densidad que está fuera de los modos tradicionales del museo. Aunque, esta estructura expositiva también plantea la pregunta sobre desde qué lógica se puede analizar el absurdo, si es su antítesis.
El “humorismo” remite a la aceptación y sublimación del caos más allá de la crítica al hecho eventual de un humor más costumbrista, ya sea negro o naíf. Sin alusión directa a la realidad, sin embargo, permite pensar en la sociedad de una manera muy lúcida. Por eso, otro de los puntos de reflexión que plantea la exposición, más allá de las piezas concretas, es la relación de lo intelectual y de la vanguardia en la formación de este género. Partiendo del disparate y el carnaval, ese mundo al revés donde el absurdo hace que todo esté permitido, nos deja entrar a lugares donde lo monstruoso –como no normativo–, lo invertido o lo suspendido toman las riendas.
La comisaria, Mery Cuesta, relata en el catálogo la fortuna de que Ramón Gómez de la Serna fuera el paladín de las vanguardias en España, ya que su vertiente humorista hace que la parte snob y elitista de estos movimientos quedara más diluida y haya podido traspasar estos círculos. Quizá por eso es posible una revisión de esta manera. Y así podemos recordar que la transgresión mínima también puede operar como una pequeña gran revolución.