Forges. Foto: Sergio Enríquez-Nistal
Antonio Fraguas, el dibujante que mejor ha retratado la idiosincrasia española en los últimos 50 años, ha fallecido a los 76 años a consecuencia de un cáncer de páncreas.
"Con la pérdida de Forges se nos van también los personajes de Blasillo, Mariano y Concha, Cosma y Blasa, Borja… que nos han contado en clave de humor los acontecimientos, unos importantes, otros anecdóticos, de la historia de nuestro país. Una risa diaria que nos provocaba reírnos de nosotros mismos", ha expresado en un comunicado el ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo.
Hijo de madre catalana y padre gallego (el escritor y periodista Antonio Fraguas Saavedra), Rafael Antonio Benito Fraguas de Pablo nació en Madrid en 1942 y pasó su infancia en una amplia familia en la que es el segundo de nueve hermanos. Fue un mal estudiante, pero un gran lector de Richmal Crompton y sus libros sobre Guillermo Brown. Publicó sus primeros chistes en 1964 en aquel diario Pueblo que dirigía Emilio Romero y que constituyó una notable cantera de periodistas que han hecho historia. Alumno del madrileño Instituto Ramiro de Maeztu, trabajaba en TVE (había que oírle contar la anécdota acerca de aquel día en que acudió a El Pardo para arreglarle el receptor al Caudillo), tuvo en Jesús Hermida a su descubridor y en Jesús de la Serna al primer importante avalista de su talento.
"Antonio Fraguas era un técnico de Televisión Española que tenía cierta facilidad para hacer creer a la gente que sabía dibujar y en un momento determinado alguien que pudo ver en mis dibujos algo distinto me dijo que me debía dedicar a esto", explicaba el propio Forges en una entrevista de 2016 a El Cultural. "Esa persona era Jesús Hermida que me llevó al diario Pueblo donde empecé a publicar".
Publicado en Informaciones en la década 1974-1983.
Sus primeros años fueron de tanteo, permanentemente a la búsqueda de una idiosincrasia que le permitiera medirse con una generación que entonces copaba ese ámbito y que es de las más brillantes que ha tenido el humor español: Herreros, Tono, Cebrián, Cesc, Mingote, Chumy Chúmez, Máximo, Gila, Ballesta, o Munoa, por citar varios de los indiscutibles. Y variopintos fueron también los medios por los que transitó (Arriba, La Codorniz, Diez Minutos…).Pero, a partir del año 1967, en que comenzara a hacer el chiste editorial de Informaciones, su ascenso fue ya imparable. Sus monigotes se habían hecho perfectamente reconocibles, tanto como su rotulado y sus bocadillos. Y las carencias que podía tener su dibujo (como les sucediera a Gila, Azcona o Perich) las suplía con el ingenio de un lenguaje que era el espejo cóncavo de un régimen político que nació ya envuelto en una retórica tan ampulosa como hueca, y con la reflexión sobre una España que siempre ha dolido a los más lúcidos de nuestros pensadores, puesta en boca de muchachos de aldea, como el Blasillo y sus amigos, o abuelucas del agro, dados unos y otros a un peripatetismo filosófico que les llevaba de acá para allá, enzarzados en sus meditaciones.
Tras Informaciones, vendrían Hermano Lobo o Por Favor (revistas que marcaron una época, en la que los humoristas fueron depositarios de una crítica que se abortaba desde el Poder, y en cuya fundación fue copartícipe en grado sumo), y luego Diario 16, El Mundo o El País, donde trabajaba desde 1995. Él mismo calculaba que había firmado entre 80.000 y 100.000 viñetas a lo largo de toda su vida.
Los chistes de náufragos (que tanto detestara Mihura) encontraron en él una fuente inagotable de situaciones, junto a los circunloquios de unos tecnócratas de la cosa pública, a los que jaleaban sus serviles acólitos. Y, con él también, transitamos por el universo del matrimonio desde la visión arquetípica y un tanto "landista" (de las películas de Alfredo Landa) del Mariano y de la Concha, a menudo en el tálamo, hasta una visión más contemporánea en la que, mientras ellas trabajan a destajo en la casa y leen en sus escasos ratos de ocio, ellos aguardan la retransmisión del fútbol sin saber qué hacer. Sin olvidar a sus pancarteros, de sus niños, tan lúcidos como víctimas permanentes de todos los conflictos, o de esos grandes plutócratas puestos a merendarse a unos minúsculos trabajadores.
Publicado en El País entre 1995 y 2003.