En los primeros años de la democracia se inició la imprescindible tarea de recuperar la memoria de nuestras primeras vanguardias, sepultada sucesivamente por la guerra civil, el exilio y el franquismo. Luego, hace apenas una década, el Museo Reina Sofía se ha empeñado en la revisión de la vanguardia artística de la segunda mitad del siglo XX. Bien a través de exposiciones de envergadura, como las dedicadas a Los Encuentros de Pamplona o a los Esquizos de Madrid o bien mediante las consagradas a figuras individuales, como Esther Ferrer e Isidoro Valcárcel Medina o, de la siguiente generación, a Soledad Sevilla y Antoni Muntadas. Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946) pertenece a esta última y, dentro de este programa de recuperación, resulta fundamental. Porque articula lo literario con lo plástico y lo performativo, pero también por haber tejido una red que conectaba la actualidad artística española con el panorama internacional.
Sin embargo, presentar así su personalidad creadora es reduccionista. De Gómez de Liaño cabría decir algo similar a lo que Borges decía de Quevedo, que más que un escritor constituye toda una literatura. Sí, porque su amplia obra se arma con poesía, novelas y ensayos, nutridos éstos de investigaciones de temas históricos, estéticos, políticos o filosóficos. Profesor universitario en Madrid, pero también en Pekín y Osaka, viajero y traductor, promotor –como puede aquí verse– de variadas iniciativas culturales, nuestro autor goza de uno de los talentos más originales y de las inteligencias más lúcidas de su generación. En el centro de toda su actividad está el intento de dilucidar un enigma: "Entre el mundo destrozándose en lenguajes y el mundo aglutinándose en silencio, se halla lo que no tiene principio ni fin", escribió en el Juego de las Salas de Salas. Para acechar esa divisoria de vértigo, Gómez de Liaño ha investigado el origen del mandala, explorado la gramática visual del plateresco o experimentado con la palabra hecha acción. Esta exposición refleja sus trabajos en torno a este último ámbito de creación.
Gómez de Liaño articula lo literario con lo plástico y lo performativo, y teje una red que conecta con el panorama internacional
Se inició con apenas 18 años, cuando se unió al grupo Problemática 63, liderado por el uruguayo Julio Campal, donde trabó contacto con la poesía concreta del grupo Noigandres y la poesía espacialista promovida por Ilse y Pierre Garnier. Tras varios viajes por Europa, estableció contacto con miembros destacados de la vanguardia poética, desde Julien Blaine a Adriano Spatola, pero también con el filósofo Max Bense, el novelista beatnik William Burroughs o el poeta sonoro y editor Henri Chopin. Muy lejos de la corriente dominante de la poesía española de su tiempo, cargada de preocupaciones sociales o volcada a la expresión del yo, Gómez de Liaño realizaba una poesía objetiva, centrada en la experimentación de las geometrías del lenguaje tipográfico. En 1969 publicó su primer manifiesto: Abandonner l’écriture, donde afirmaba: "Los poetas deben inventar los medios con que crear el mundo, porque el mundo se hace, no se conoce". Y con ello fundamenta su orientación hacia una poesía de acción. Que haría realidad junto al poeta Alain Arias-Misson, que de paso por Madrid le convocó para realizar un "poema público", transportando letras de grandes dimensiones por las calles de la ciudad. Poco antes, Gómez de Liaño había fundado la Cooperativa de Producción Artística y Artesana (1966-1969). Con posterioridad, tomó parte en los Encuentros de Pamplona y coordinó el Seminario de Generación Automática de Formas Plásticas, en el Centro de Cálculo de la Complutense. Luego, retirado en la isla de Ibiza, una serie de lecturas le indujeron a la creación de arquitecturas imaginarias y máquinas poéticas, pero fueron también el origen de sus primeros ensayos sobre el Teatro de la Memoria y el idioma de la imaginación.
Este es el marco temporal que abarca la muestra, que presenta una nutrida documentación, procedente de la donación realizada por el autor al museo, junto con obras de artistas vinculados a Gómez de Liaño y reunidas para la ocasión (Elena Asins, LUGAN, Manuel Quejido o Herminio Molero). Es muy notable la serie de maquetas, poemas-teatro o poemas-jaula, así como la construcción con dimensiones transitables de alguno de ellos. La búsqueda de precedentes (Alberti o Da Vinci) de algunos de los tótems del arte contemporáneo, deriva en una de sus aportaciones más queridas y originales: reclamar al Conde de Villamediana como creador del happening.
Como la poesía y la poesía experimental no gozan de amplias audiencias, puede parecer que esta exposición es para un público muy concreto. Creo más bien que quien esté interesado en la cultura española de la segunda mitad del siglo XX, encontrará aquí infinidad de referencias generalmente desapercibidas. Valga como ejemplo el recorte de prensa del 22 de abril de 1972, que anuncia: "Hoy son noticia Ignacio Gómez de Liaño, Herminio Molero y Pedro Almodóvar, poetas de acción".