Copiar, así se enseñaba a dibujar
Con 'Maestro de papel' el Museo del Prado muestra los cuadernos de artistas que sirvieron como material pedagógico entre el siglo XVII y el XIX
15 octubre, 2019 10:32El primer paso es empezar dibujando el ojo, como cuando de niños comenzamos a copiar la primera letra del abecedario. Así enseñaban a los alumnos de las academias y a los aristócratas del siglo XVII: copiando. Llegaba después el turno de la oreja, la boca o la nariz antes de dar paso a los brazos, las piernas y los pies. Lo último era completar un cuerpo entero. De lo sencillo a lo complejo. Durante los siglos XVII al XIX se extendieron rápidamente por diferentes países de Europa unas cartillas o plantillas para aprender a dibujar, una herramienta que no se consideraba arte pero que sirvió como material pedagógico. Algunas de estas cartillas las ha recuperado el Museo del Prado en la exposición El maestro de papel, que se podrá ver en la Sala D hasta el 2 de febrero de 2020.
Se trata de colecciones de estampas que “ofrecen partes del cuerpo como enseñanza para la creación. Con ellas se iniciaba el aprendizaje del dibujo y se basaba en su copia reiterada”, comenta María Luisa Cuenca, Jefa de Área de Biblioteca, Archivo y Documentación. Se publicaron en ediciones cortas e irregulares lo que las convertía en “rarezas” y, por eso, “muchas no han llegado a nuestros días y las que sí, debido a su uso, lo han hecho en un estado de conservación muy crítico”, añade. El 60% de las piezas que se podrá encontrar el visitante pertenece al Museo del Prado pero hay otras que llegan procedentes de instituciones como la Albertina de Viena, la British Library de Londres, el Rijksmuseum de Ámsterdam o la Biblioteca Nacional de Francia.
Métodos de aprendizaje
La novedad de las cartillas, que surgieron en Italia en los primeros compases del siglo XVII, fue usar el grabado como medio de enseñanza, por lo que no había necesidad de la presencia del maestro. Este material ofrece “la oportunidad de estudiar las cartillas del Prado y las españolas, que son las más desconocidas”, comenta Cuenca. Lo cierto es que fueron muchos los artistas que crearon su propia plantilla: Odoardo Fialetti, Giacomo Franco, Rubens, Durero, Charles Le Brun, José de Ribera o José García Hidalgo. Y cada uno de ellos tenía su propio método: Fialetti se centró en la enseñanza de las cabezas basándose en la línea, los Carracci centraron su enseñanza en delimitar el contorno para sombrear y crear volúmenes después y Giacomo Franco proponía que el alumno “acumulara piernas desde diferentes perspectivas y con diferentes sombreados en una misma cartilla”.
En el caso de las españolas nos encontramos con varios ejemplos. La de José de Ribera es la que da la bienvenida a la visitante. En ella hay labios, narices y dientes pero aunque la creó en Italia “nunca llegó a publicarla”, sostiene Matilla, cocomisario de la muestra junto a Cuenca. La de Pedro de Villafranca es importante porque se trata del único ejemplar que se conserva y ha sido cedida por la Real Academia Española, mientras que la que tiene la firma de José García Hidalgo es “la primera gran cartilla española”, y la de María del Carmen Saiz, “la única de una mujer que enseñó dibujo a las señoritas de entonces”. La última, la de José María Avrial, está fechada en el siglo XIX y corresponde a un momento en el que empiezan a perder importancia “porque se renueva la manera de enseñar y surge la fotografía”.
Aunque quizá la más emblemática sea la de Charles Le Brun que en su Tratado de los pasiones enseña a cómo mostrar diferentes estados de ánimo como la alegría, la tranquilidad, la ira, la sorpresa o la risa a través de gestos faciales y que, como ha comentado Matilla, recuerda a los emoticonos de los que hacemos uso a diario a través de nuestras redes sociales. “Todo está inventado”, bromea. Pero si hay algo que comparten todas ellas es que perseguían tres objetivos: “enseñar, generar dinero y difundir la fama personal del artista”.
Además, esta muestra ha querido desmarcarse del estilo con el que se suelen exhibir las obras en papel. Lo habitual, ha querido recordar Matilla, es hacerlo en salas oscuras debido a la fragilidad del material. Sin embargo, en esta ocasión se muestran “como si estuviéramos en el taller de un artista en el que el aprendizaje se hace con luz”. También, emulando a las propias cartillas en las que el texto es bastante escueto, han eliminado la palabra escrita y han dispuesto un librillo con la explicación de las obras. “Hemos titulado las cartelas para que el visitante tenga diferentes niveles de lectura”, apunta. Así, quien quiera puede profundizar en su contenido en la misma sala o después, en la tranquilidad de su casa.
Un proyecto más ambicioso
María Luisa Cuenca no ha querido olvidarse de que esta muestra forma parte de un proyecto más ambicioso. “Antes de 2003 en el Museo del Prado tan solo había una cartilla, ahora tenemos 181. En poco tiempo hemos adquirido una gran colección, algunas han llegado de casas de subastas y otras de librerías de viejo. Pero sobre todo hay dos donaciones importantes de los bibliófilos Juan Bordes y Acervelló”. A partir del año 2004 el Museo del Prado empezó la catalogación de la colección de Bordes y la digitalización de las cartillas de la pinacoteca. En el futuro planea crear una biblioteca digital para crear una red internacional y accesible.
Mientras tanto, como ha comentado Matilla, la exposición sobre este material casi desconocido y que sufrió el desprecio de los historiadores (hasta que Gombrich las recuperó en 1956) se hace a través de los libros abiertos por una sola página. Eso sí, el comisario ha querido hacer hincapié en que este universo no "tiene identidad propia de país", sino que en todas las naciones se "aprendía a dibujar de la misma manera".