John Baldessari: "Al principio no quería ser artista, me parecía una forma de masturbación que no ayudaba a nadie"
Una epifanía es una fuerte revelación, la aparición inesperada de una buena idea que, bien resuelta, puede conducir a una nueva etapa. En eso pensaba al visitar la exposición retrospectiva de John Baldessari en la Tate Modern de Londres que llega ahora al MACBA. La exposición estaba llena de epifanías. Después de haber tenido con el artista tantas entrevistas, pensé que esto le podría dar un nuevo enfoque a la conversación. Es muy diferente a todas las anteriores. Lo podríamos llamar la Epifanía de John Baldessari.
-Me gustaría empezar hablando sobre la exposición que va a presentar en Barcelona y sobre las epifanías que hay en ella. ¿Cuál diría usted que es su primera epifanía, cómo comenzó todo?
-La primera epifanía fue la decisión de convertirme en artista. Empecé a dar clases en una escuela pública y pintaba los fines de semana aunque yo quería ser un trabajador social, porque me parecía que el arte era una forma de masturbación y no ayudaba a nadie. Enseñando a esos jóvenes me di cuenta de que ellos tenían mayor necesidad de arte que yo, por lo que me dije que tendría que estar haciendo algún bien, así que decidí continuar con el arte.
-¿Cual diría que es su primer trabajo válido, el primero que se pueda catalogar?
-Tal vez esas primeras pinturas. Nunca se incluyeron en las exposiciones que realicé hasta que el comisario Rainer Fuchs, en la exposición retrospectiva en Viena en 1996, decidió incluirlas. Y parece que funcionó. Creo que ese podría ser un buen comienzo.
Inicios en San Diego
-Sí, sus primeras pinturas son muy estimulantes. Fue una gran revelación verlas en Londres. ¿Cuáles fueron sus héroes en aquel momento?
-Yo diría que mis verdaderos héroes eran Duchamp y John Cage. También el trabajo de Jasper Jones y de Warhol.
-Cuando realizó esas pinturas vivía en la misma ciudad que Tom Waits. Compré The Little Back Songbook después de nuestro último encuentro, cuando me sugirió que le entrevistase. Me gustaría que me comentase algo más sobre él.
-Entonces vivíamos en la base naval de San Diego y, aunque venían muchos soldados a la zona, aquello era un gueto. Nunca llegué a conocer en persona a Tom Waits, pero mi padre era el dueño de un edificio donde había una pizzería, en National City, en la que él trabajó. Cuando me trasladé a Los Ángeles me enteré de que él también vivía allí y conseguí su número de teléfono. Le pregunté si esas historias eran verdad y él se rió. Recuerdo hace algunos años una entrevista en Vanity Fair, en la que le preguntaban por el momento más feliz de su vida, a lo que él respondió que fue cuando trabajaba en una pizzería de National City.
-Es fantástico, casi podría hacerse una canción.
-Sí, me encantaría colaborar con él en algún proyecto.
-En National City, volvió a tener dudas sobre su dedicación a la pintura, lo que nos lleva a su segunda epifanía...
-Fue casi al mismo tiempo que la primera. Estudié en un colegio de arte poco interesante de San Diego, donde los profesores no eran artistas. Mientras daba clases en la escuela pública, buscaba cursos de verano en la Universidad de Los Ángeles. Se anunciaba entonces un curso impartido por un artista muy conocido allí, Rico Lebrun. Sus clases siempre estaban llenas. Me dije: “Vaya, ¡ese es un artista de verdad!”. De modo que me fui a Los Ángeles y me apunté a su curso. De vez en cuando se acercaba y me miraba mientras yo pintaba. La última charla que dio fue sobre uno de mis cuadros, lo cual me dejó perplejo. Él me dijo que debería considerar convertirme en artista. Eso era todo lo que necesitaba entonces, que alguien me dijese que me debería dedicar a la pintura, y así lo hice.
Muerte de la pintura
-De modo que él fue un catalizador. Su encuentro con él fue su segunda epifanía. ¿Cuál sería la tercera?
-Cuando me di cuenta, aunque fue poco a poco, de que el arte era algo más que la pintura.
-¿Fue entonces cuando empezó a quemar y destruir las pinturas?
-Sí. Por aquel entonces mi estudio era un cine vacío que pertenecía a mi padre. Lo usaba mientras no lo alquilaba. No vendía nada, así que cada vez tenía más cuadros. Me dije que si seguía pintando nadie sería capaz de encontrarme y me quedaría enterrado bajo todos mis cuadros. Así que decidí que no necesitaba guardarlos, ya que los tenía fotografiados. Me propuse reducirlo todo al máximo, hacer miniaturas de los cuadros y enviarlas a mis amigos escondidas debajo de los sellos, como en las películas de James Bond, pero era demasiado trabajo. Así que decidí quemarlos. En cierto modo era como quemarme a mí mismo. Así nació Cremation Project.
-Después de eso, podemos decir que llegó la cuarta epifanía.
-Fue el momento en que lo hice público. Visto con el tiempo no sé si aquella acción podía considerarse como “arte”. Quizás ahora parezca una tontería pero en aquel momento sentí que era lo que tenía que hacer. Los pigmentos salen de la tierra, se convierten en pinturas y ahora los estaba devolviendo a la tierra. Es como un círculo eterno. Lo hice público mediante una notificación legal en el periódico.
Imagen, texto y Europa
-En la invitación para la exposición en el MACBA hay una frase suya que dice: “Desde mi punto de vista, una palabra no puede sustituir a una imagen, pero es igual a ésta. Se puede construir con palabras del mismo modo que se puede construir con imágenes”. Se podría decir que esto es lo que ha comenzado a hacer ahora, ¿verdad?
-Sí, en efecto.
-De modo que esto sería la quinta epifanía. ¿Cuál sería la sexta? Esto es como un juego...
-La sexta fue mi presencia en Europa, mis primeras exposiciones allí, donde dejé de ser un artista local para tener una audiencia mucho global. Fue fantástico. Conocí a muchos artistas, especialmente de Alemania.
-Su primera exposición allí fue en 1972. Háblenos de ella...
-Fue en la galería Konrad Fischer de Düsseldorf. Allí mostré dos piezas, una era Choosing Green Beans y la otra era Ingres and other parables, que dio título a la exposición. Me di cuenta de que tenía más audiencia en Europa que en Estados Unidos. Recuerdo cuando intentaba enseñar mi trabajo en galerías de Los Ángeles y nadie estaba interesado. Incluso hubo un galerista que me dijo que mi trabajo era más europeo. En aquel momento no entendía lo que eso significaba. Le dije que quizás sería porque mi familia sólo llevaba una generación en América y había sido educado de manera distinta. No obstante, cuando lo enseñé en Europa a otros artistas, todos lo entendieron inmediatamente.
-Así que Europa es la epifanía número seis, ¿cuál sería la séptima?
-Déjeme pensar. Podría ser la obsesión que implica dedicar tanto tiempo al arte. Hay que renunciar a muchas cosas, y acabas obsesionándote. Eso no es algo que puedas decidir. Siempre pienso que no le dedico suficiente tiempo a mi trabajo, que soy vago, pero también pienso que sólo soy humano. Hace poco me he encontrado una frase de David Foster Wallace: “El talento es como un lápiz automático, se enciende y se apaga, es algo que se usa”, de modo que el talento no es suficiente.
Enseñar arte
-Esto nos lleva a otra dimensión importante en su trayectoria, la de la enseñanza. A pesar de los muchos estudiantes de arte, hay actualmente pocos artistas. Para usted, ¿cómo funciona esta idea de enseñar arte?
-Mucha gente piensa que esa era mi vocación, pero yo lo hice para poder vivir. Creo que lo que hice fue corregir toda la enseñanza errónea que se me explicó. También pienso que se puede crear el ambiente adecuado para que el estudiante evolucione. Crear un proceso bidireccional donde ellos aprenden de ti y tú de ellos. A veces pienso que cuando enseño arte estoy creando, y al revés, cuando estoy creando hablo de lo que estoy enseñando. Ambos están muy conectados. Cuando creo arte es como si hubiese una clase de estudiantes imaginarios.
-Estoy seguro de que hay más epifanías y de que nos estamos dejando alguna. ¿Cuál sería la número ocho?
-La primera vez que tuve una oferta para una exposición retrospectiva. Fue una sorpresa, pensé que nunca me ocurriría a mí. Esa podría ser una.
-¿Cuándo fue?
-En 1981 en el New Museum de Nueva York. La organizó Marcia Tuker , así que puedo decir que se lo debo a ella. Después llegaron muchas retrospectivas: en Estados Unidos, Hannover, Valencia, Madrid, Manchester, Portugal, etc.
-No obstante, esta nueva retrospectiva es la de mayor...
-Sí, es la más grande.
-¿Hay muchas sorpresas en la exposición? ¿Algunos trabajos no mostrados antes?
-Normalmente dejo al comisario para que pueda elegir libremente las obras, porque muchas veces no es lo que yo escogería. De ese modo puedo ver una perspectiva de mí mismo distinta. Me gustó mucho la idea de que la comisaria fuese Jessica Morgan, ya que al ser una persona más joven, sabía que tendría una perspectiva también más fresca de mi trabajo y que eso se podría traducir a una audiencia más joven. Me gusta descubrir cómo distintas personas entienden mi trabajo.
-Veamos ahora cuál sería la epifanía número nueve...
-La epifanía nueve sería la certeza de que, aunque se puede sacar dinero del arte, no hay conexión entre dinero y calidad.
-¿Y la número diez?
-El saber que puedo llegar a un público mucho más amplio. Una vez me dijeron: “Sabes John, ahora que eres un artista, podrías hacerte muy famoso”. Nunca había pensado que ese era el próximo paso.
De Los Ángeles a Nueva York
-Hablando de fama, esto nos lleva a otro tema, a su papel en la ciudad en la que vive y trabaja. Lo podríamos llamar epifanía Los Ángeles...
-En Los Ángeles nadie pensaba que yo era un artista...
-También ocurre eso que suele decirse: “Nadie es profeta en su tierra”.
-Sí, o eso de que la hierba siempre está más verde al otro lado de la valla. Nunca nos damos cuenta de lo que tenemos justo delante de nosotros.
-Lo cierto es que en muchas entrevistas dice que siempre se siente reacio a describirse como un artista de Los Ángeles.
-Sí, nunca me he considerado un artista de Los Ángeles. Uno es un artista o no lo es, independientemente del lugar en el que nace. Tampoco me gusta que me etiqueten como “artista conceptual”...
-Esto nos invita a hablar de otra de las ciudades importantes en su carrera, Nueva York. Una vez me dijo que cuando llegó a esa ciudad a través del galerista Richard Bellamy, tuvo interesantes encuentros con otros artistas. ¿Podría hablarnos de ese momento?
-Sí, él estaba de visita en Los Ángeles y llevé mi trabajo al estudio de un amigo para enseñárselo. Allí Richard Bellamy lo miró durante una hora sin decir nada, lo cual me hizo sentir un poco incómodo. Me dijo entonces que no estaba muy seguro de lo que estaba intentando hacer, pero que había varios artistas en Nueva York que me podían interesar. De modo que allí me fui y cuando conocí a esos artistas me di cuenta, ciertamente, de la gran conexión que había.
-Uno de esos artistas era Sol LeWitt. Háblenos de él.
-Le conocí a finales de los ochenta. él estaba trabajando en los Incomplete Opens Cubes, de los que me enseñó un pequeño modelo, y yo me pregunté qué diablos era eso. No obstante, me impresionó la calidad de su pensamiento y su conversación. Es un gran coleccionista de música. Hablamos durante horas y nos hicimos muy buenos amigos. Es un modelo a seguir, no sólo como artista, sino también como persona. Siempre ha ayudado mucho a jóvenes artistas, sobre todo comprando arte.
La epifanía pendiente
-Me preguntaba si tiene algún proyecto sin completar, alguna epifanía aún pendiente.
-Tengo una parcialmente sin completar. Nunca pensé que haría nada tridimensional y ahora estoy trabajando en ello. No creo que todavía pueda utilizar el término “escultura”, es más una cosa o un objeto. También estoy pensando en crear un “ambiente” completo. De alguna manera, lo que quiero ver es de lo que soy capaz. ¿Que si podría escribir una ópera? Bien, no lo sé, me lo podría plantear. Ya sabe, ¡ese tipo de cosas!
-Es fascinante oírle hablar de esa idea de crear esculturas. Es algo que hemos visto ya en sus últimas exposiciones...
-Me aburro con facilidad, incluso de mí mismo. Lo cual creo que es algo sano, porque cuando te aburres pruebas algo nuevo. Me gusta pensar en lo próximo que voy a hacer. De modo que esa es la epifanía sin completar… ¿Qué es lo que pasará?
Pura belleza (y otras piezas míticas)
Más de 130 obras recoge Pura belleza, la exposición retrospectiva más grande que se ha dedicado en España a John Baldessari (National City, California, 1931), uno de los artistas más respetados de los últimos años y ganador del León de Oro por su trayectoria en la última Bienal de Venecia (2009). Tras pasar por la Tate Modern de Londres y antes de su periplo norteamericano (irá al LACMA de Los Ángeles y al MET de Nueva York), la exposición se instala en el MACBA hasta el 25 de abril para repasar la larga trayectoria del artista. Nos recibe uno de sus proyectos más emblemáticos, las primeras pinturas que sobrevivieron a Cremation Project, que, en 1970 supuso la quema de toda su obra anterior a 1966, con la que el artista celebró su muerte como pintor y que hoy es un símbolo de su renacimiento artístico. A partir de entonces, la combinación de películas, fotografías y pintura, se convirtieron en elementos clave de su trabajo.
Su interés por el azar, la experimentación con el collage y su atención por las relaciones aleatorias entre imágenes y palabras, fueron las armas con las que se burló con descaro del purismo dominante y la fetichización de la pintura abstracta. Lo suyo tenía más que ver con la trivialidad de lo cotidiano de lo que se reía sin pudor. Míticas son obras como I Will Not Make Any More Boring Art (1971) donde aparece el mismo Baldessari escribiendo esta frase una y otra vez, a modo de castigo (Nunca más haré arte aburrido) o sus autorretratos, en los que no dudaba ironizar sobre sí mismo con peinados absurdos o bigotes postizos, incluidas en la muestra. También poemos ver estos días en Madrid, en la galería la Caja Negra, las últimas ediciones de su conocida serie Noses & Ears, Etc.