Daniel Canogar: "Mi tecnología es muy cacharrera, me interesa poco la última novedad"
Daniel Canogar. Foto: Sergio Enríquez
Confiesa Daniel Canogar (Madrid, 1964) que el arte es para él “como un bote salvavidas” y, ciertamente, algo tiene su taller de refugio. En él amontona cables, bombillas, cámaras antiguas... que son, dice, metáforas de su biografía. “Me considero una bombilla más, que tiene su vida, su fecha de caducidad y que sólo brilla durante un tiempo. Tengo 45 años y, lejos de ser un ‘artista joven’, hay que cuestionarse qué relevancia tienes o quieres tener”. La suya es una de las carreras más envidiables de nuestro país: trabaja con 7 galerías (tres de ellas españolas, Max Estrella, Maior y Juan Silió); vive a caballo entre España y Canadá y tiene la agenda llena de citas para 2010 (enero en Bruselas; febrero en San Sebastián, marzo en Madrid, abril en Dublín...). Dice que pasa infinitas horas ante el ordenador, y no es para menos, aunque su laboratorio real es la calle. Sus “foto safaris”, como llama a todo lo que recoge con su cámara cuando pasea, invaden su espacio y hablan entre sí, silenciosamente. Le insto a romper el silencio y definirse en palabras.
-Mi universo es muy caótico y con tendencia a la angustia. A través del arte consigo dialogar con el entorno para negociar todo aquello que me resulta angustioso, preocupante…
-¿Por ejemplo?
-Desde la superproducción del planeta a problemas ecológicos, medioambientales, cambios climáticos, injusticias y discrepancias económicas… Me preocupa la enorme dificultad de procesar el bombardeo sensorial al que estamos expuestos, el exceso de información lanzada por los medios. También, el sentir que mi memoria se está quemando, que está desapareciendo. Muchas de mis obras tiene que ver con eso, con procesos para intentar no perder la memoria, atender a la desaparición de las cosas.
-¿Viene de ahí su interés por lo físico, por aferrarse al objeto?
-Sí, en mi trabajo siempre hay una lucha entre lo intangible y lo matérico. Yo vengo de una generación puente que empezó con tecnologías muy analógicas y que a mitad de carrera tuvimos que incorporar las digitales. De ahí que la idea de puente, de tránsito, sea tan importante para mí. Para la nueva generación de artistas jóvenes, en cambio, el espacio electrónico es como una extensión de sí mismos y el portátil se ha convertido en el nuevo estudio. En mi caso, no puedo negar la nostalgia por el espacio físico, por el taller, por los materiales.
Tecnologías caducas
-Háblenos de la tecnología con la que trabaja…
-Es muy cacharrera y poco interesada en la última novedad. Las que me interesan son las tecnologías que se acaban de hacer obsoletas, las que no están en “la cresta de la ola”. Concretamente, las que me fascinan son las proyecciones.
No en vano, han sido el denominador común de muchas de sus obras, desde las primeras, a finales de los 80 hasta las más recientes: “Al principio, cuando no tenía mucho dinero, yo mismo me fabricaba los proyectores con bombillas alógenas, cables, alambres... Me interesa todo aquello que tiene que ver con esa arqueología del proyector, con la posición central de la linterna mágica como el origen de todos estos proyectores”. Hablando de artefactos que nos ayudan a construir imágenes, cita algunos de sus referentes: “La historia y la arqueología del XIX; las fantasmagorías del científico belga Robertson; la experimentación audiovisual de los 60 y 70 y la estética psicodélica, artistas como el estadounidense Anthony McCall y sus imágenes que, casi como esculturas, contaminan todo el espacio físico más inmediato...En sí, todo artista que entienda la imagen como una forma de arquitectura”.
-¿Cómo ha evolucionado su trabajo en estos años?
-Los intereses son los mismos, pero me siento más libre. El creador es una criatura frágil, con muchas inseguridades. En ese sentido, mi identidad como artista se siente más capaz de arriesgar, y le pongo menos énfasis al éxito o fracaso. Intento apartar mi ego lo máximo posible y entender el trabajo como una investigación. Mis obras más potentes son en las que me he sentido menos autor.
Vuelo sin motor
Mirar hacia atrás, confiesa, le da vértigo. Tuvo su primera colectiva a los 17 años y con 19 colocó en su currículum la primera individual. Aunque sigue desafiando a la gravedad cada vez que ojea sus cuadernos de hace años y encuentra nuevas conexiones con las fotos que guarda. Su fijación por el recorte es casi tan obsesiva como su colección de detritus, de basura: “De pequeño incluso quería ser basurero, porque me encantaban esos señores que iban en la parte de atrás de los camiones. Me parecía lo más divertido del mundo. En realidad mi interés por la basura vino a raíz de unas “fotos safari” que hice cuando me trasladé a este estudio y ví la cantidad de naves y fábricas que se estaban derrumbando. Fue entonces cuando empecé a verlo todo como una ruina A todos esos montones de residuos como un nuevo paisaje.
A partir de entonces, es asiduo a los puntos limpios y vertederos municipales que ve como lugares llenos de posibilidades. “Tengo un problema relacionado con el exceso que me lleva a pensar en el barroco y la estética rococó. Mis obras son como vánitas barrocas. Intento buscar símiles visuales en su crítica al exceso de la iglesia y su iconografía del cuerpo. Me fascina ver cómo la imagen de una explosión en Bagdad, aparecida en la portada de un periódico, se conecta muy directamente con Velázquez, con una dolorosa, por ejemplo”.
Atracción de feria
-Un exceso que tienen también las ferias de arte...
-Sí, ¡tal vez algún día haré una pieza que tenga que ver con el exceso de la obra de arte! Como fenómeno de masas, me interesa ver qué papel jugamos como títeres de ese engranaje. Me resulta incómodo que haya coleccionistas que no tengan nada que ver con los artistas. En general, la feria de arte fomenta esa adicción al consumo muy poco dada a entender el arte como una investigación o proceso. También me resulta contradictorio que en un momento como el actual, en el que a nivel social la fotografía desaparece, el mundo del arte la reclama como objeto casi escultórico de grandes formatos y con grandes marcos. Creo que el mercado del arte tiende a pensar en modelos muy conservadores.