Cruz Novillo
Vista del montaje de Canciones
Como ya es habitual a lo largo de su trayectoria, estas nuevas obras de Cruz Novillo (1936) prolongan indagaciones plásticas y preocupaciones conceptuales anteriores, retorciendo esa diálectica que está en la base de su labor y que conforma el proceso evolutivo del mismo. Se prolonga así la línea de fuerza más importante de su obra: los diafragmas. Se trata de sistemas combinatorios de varios elementos que se enmarcan y cuelgan de la pared conformándose como objetos de "dos dimensiones y media", como ha definido el artista conquense. Aún cuando para ello se emplean planos de color (estampado en papel o tela) no se trata de pinturas. Y es que, al menos en su sentido clásico, Cruz Novillo no puede ser considerado un pintor sino un organizador de ritmos y códigos: de dimensiones. Además y de una manera más evidente, encontramos en estas Canciones la prolongación del ciclo iniciado en la segunda mitad de los 90 y continuado con los Diafragmas Rainbow. Cruz Novillo emplea los doce tonos del espectro cromático identificados cada uno con un color más o menos básico. Luego toma piezas musicales populares y a partir de notas de su melodía construye combinaciones de doce colores. El resultado es una consumación provisional (por su carácter es una obra interminable) de las posibilidades visuales de las permutaciones con repetición propias de la obra anterior. Pero al multiplicar los tonos y simplificar la organización de la secuencia, logra su objetivo de ampliar el impacto de la estructura conceptual íntima que inspira las obras, facilitando un pasadizo hacia la dimensión temporal. De ese modo, estos nuevos diafragmas son una elocuente consumación de esa condición rítmica que se desprende de lo visual para alcanzar una nueva polisemia encajada en un bucle temporal potencialmente infinito.