El 16 de julio de 1990, Liliana, una estudiante universitaria de veinte años, fue asesinada por su expareja, un celoso patológico que la acosaba y solía amenazarla con suicidarse. Tras décadas de silencioso duelo, su hermana, Cristina Rivera Garza (Matamoros, Tamaulipas, 1964), decidió buscar su expediente policial para averiguar por qué su asesino jamás fue detenido ni condenado, por qué Ángel González Ramos sigue libre. Enfrentada a una burocracia hostil, decidió indagar en El invencible verano de Liliana (Random House).
Pregunta: ¿Qué desató en usted la certeza de que había llegado al fin el momento de denunciar públicamente el crimen, de reivindicar a su hermana y pedir justicia?
Respuesta: Fueron varios factores. Por una parte estaba el tiempo que hemos tardado como comunidad y como sociedad en desarrollar un lenguaje lo suficientemente preciso y digno como para contar estas historias de feminicidios sin revictimizar a la víctima ni exonerar al perpetrador, que es lo que usualmente el lenguaje del patriarcado ha conseguido. Por otra, encontré el archivo personal de mi hermana, y eso me permitió pensar que ahora sí podía escribir un libro con ella para contar su experiencia. Y además la actividad reivindicativa de mujeres a mi alrededor y en el mundo entero, algunas feministas y algunas no, me hizo creer que esta vez la historia sería escuchada.
P. Sí, pero ¿qué ha cambiado en el mundo, en México y en usted para acabar con el silencio que siempre ha rodeado, y condenado, a las víctimas del feminicidio?
R. Bueno, es, sigue siendo, una tragedia sistémica. Rita Segato la llama “la guerra contra las mujeres”, y yo creo que es absolutamente cierto, creo que sus orígenes están en modos de economía extractiva y en divisiones del trabajo en las que siempre salen mal paradas las mujeres, y han tenido que pasar muchísimas cosas, como una movilización constante, muy aguerrida, muy testaruda, de muchos años, a lo largo y ancho del globo. Por otra parte, lo que tristemente siguen sucediendo son los feminicidios, es la impunidad de los asesinos, y la necesidad de seguir denunciando.
Las otras Lilianas
P. ¿Cómo fue el proceso de enfrentarse a las pertenencias, a los escritos, de su hermana, guardados en cajas durante tres décadas?
R. Fue una de las experiencias más difíciles de mi vida, sobre todo porque no sabía lo que me iba a encontrar, sentía un terror enorme, pero sabía que esta vez tenía que hacerlo. Y recuperé a mi hermana, a quien he querido y quería mucho. Junto a la pesadumbre y la rabia, empezaron a surgir elementos de mucha alegría, porque Liliana, a pesar de las terribles circunstancias por las que atravesó, tuvo los recursos emocionales suficientes como para crear una comunidad de amigos muy devota, una relación con el mundo muy orgánica, muy estrecha, y cuestionó las formas de amor con las que trataban de someterla. Estaba realmente muy enamorada de su libertad y también muy confiada en que otro mundo y otra forma de amor eran posibles. Encontrar esas otras Lilianas, una Liliana muy dicharachera, con un gran sentido del humor, con un humor muy afilado, y una escritora incipiente, hicieron que la travesía tuviera muchísimo sentido y que todo esto valiera tanto la pena.
"Estaba realmente muy enamorada de su libertad y también muy confiada en que otro mundo y otra forma de amor eran posibles"
P. De todas formas, revisando los escritos, cartas y diarios de su hermana, ¿cuál fue el mayor descubrimiento que hizo sobre usted misma?
R. Qué pregunta tan interesante… Porque esta lectura de Liliana en los 80 y principios de los 90 claro que me ha permitido "revisitar-me" a mí, a la joven que fui. Creo que nos unía una sed de libertad enorme que compartimos con toda una generación de mujeres. Por fortuna en mi casa nunca tuvimos una educación muy tradicional, pero revisitar ese mundo hostil que se cerraba cada vez más sobre nosotras me ha hecho ver la tremenda fuerza, testarudez que se necesita para mantener nuestra apuesta por la libertad. Estoy a punto de publicar un libro de relatos relacionado con esa experiencia y esos años, y lo que veo ahí es una convicción inalterable sobre la necesidad de esta libertad personal. Tal vez ese sea el hallazgo más importante en lo que respecta a mí.
Madres coraje
P. Recuerda en el libro que cada día diez mujeres son asesinadas en México por `feminicidas, pero también que hay madres corajes que se niegan a callar: ¿qué le debe este libro a mujeres como Araceli Osorio? ¿Da esperanza a las familias para enfrentarse a esa burocracia policial hostil?
R. Yo creo que es fundamental. Si algo he aprendido con la escritura de este libro es que hay otra forma de llevar el duelo para las familias que hemos perdido mujeres queridas a manos de feminicidas. En el caso de mi familia, habíamos estado muchos años llevándolo de forma muy privada y silenciosa, y he ido entendiendo el mecanismo íntimo de estas historias de violencia y de dolor y de duelo, lo que creo que nos ha permitido ser parte de un abrazo más amplio. El enterarme de la lucha de Araceli, la madre de Lesvy Berlín, o de que en México existan abogados como Sayuri Herrera, que ahora preside la Fiscalía de Feminicidios de México y que trabajó junto a la madre de Lesvy Berlín para conseguir una sentencia condenatoria de 45 años para su asesino, me permitieron escribir este libro y también pensar que es posible imaginar un mundo distinto, un mundo menos cruel.
P. Ahora que menciona el duelo, ¿tras escribir este libro ha cambiado su forma de vivirlo? ¿Se ha sentido alguna vez culpable por no haber visto las señales, incluso por haber sobrevivido?
"Liliana siempre ha estado conmigo, va a seguir estando conmigo toda la vida, es una herida que estoy segura que no va cerrar jamás"
R. Todo lo que has dicho fue parte y causa de mi silencio, de mi incapacidad de contar esta historia que es la historia fundamental de mi vida. En el libro cito a menudo Sin marcas visibles, de Rachel Snyder, en el que explica los mecanismos de la violencia, la microviolencia cotidiana, y también los mecanismos del duelo y cómo poder tener otro tipo de relación con el dolor. Yo creo que eso es importante y es un testimonio de lo poderoso que es el lenguaje cuando escribimos y compartimos con otros. Liliana siempre ha estado conmigo, va a seguir estando conmigo toda la vida, es una herida que estoy segura que no va cerrar jamás. Mientras no haya justicia, no habrá perdón ni habrá olvido, pero ciertamente pero la respuesta, la comprensión, la solidaridad y el cariño que se han generado alrededor de este libro nos hace partícipes a la familia y a mí de un abrazo más grande y hace de nuestro duelo un dolor acompañado, político también.
P. Hace un momento hablaba del lenguaje político, y lo cierto es que durante años, lo que ahora llamamos feminicidio eran crímenes pasionales, eran "andaba con quién no debía", "iba provocando"… ¿hasta qué punto es esencial la lucha por el lenguaje para cambiar mentalidades y dejar de culpabilizar a las víctimas?
R. Es absolutamente fundamental. Yo no pude escribir este libro por mucho tiempo porque requería subvertir, interrogar, darle la vuelta al lenguaje que ha contado esta historia usando el tropo del crimen pasional. Porque cuando decimos "crimen pasional", comúnmente se está exonerando al asesino, se está diciendo que las pasiones se desataron, y de alguna manera se presenta a la mujer como culpable. Por eso yo insisto en que es tan importante nombrar a las cosas por su nombre, escarbar todo lo que se pueda en la complejidad de la vida de estas mujeres, que han intentado muchas cosas antes de caer ante las manos de un feminicida.
Cerca de Liliana
P. Desarrolla en el libro una pesquisa casi policial para saberlo todo sobre la vida de su hermana antes del asesinato... Habla con sus amigos, con compañeras de universidad, vecinos... ¿Qué le debe esta investigación a su trabajo de historiadora y a sus andanzas entre archivos literarios?
"Este libro hubiese sido imposible si no hubiera contado con el archivo personal de mi hermana, que lucha contra la narrativa del Estado y del patriarcado"
R. Muchísimo. Soy escritora de cuentos y novelas y ensayos, pero también soy una historiadora de corazón, ese es mi entrenamiento académico y si algo aprendí en mis años de historiadora fue precisamente el gusto y el saberme mover en los archivos. Y aquí, que he trabajado con un archivo personal, me he servido no de la perseverancia, sino de la testarudez, sobre todo al ir encontrando cabos sueltos e ir siguiéndolos, con mucho cuidado, con mucho tesón. Como encontrar el expediente policial de mi hermana resultaba imposible, supe que tenía que escribir un expediente alterno, más allá del alcance del Estado, y por fortuna contaba con el archivo personal de mi hermana, que lucha contra la narrativa del Estado y del patriarcado. El libro hubiese sido imposible sin una investigación constante, a veces como de detective, de un lado a otro, a veces solo por Zoom y por teléfono porque estábamos en plena pandemia. Y eso es lo bueno de los libros, que siempre nos enseñan cosas, cada libro viene con su suerte de lecciones para aprender todo de nuevo.
P. En el libro recuerda que la escritora era Liliana; que a veces, cuando la seguía de habitación en habitación, usted le decía que quería estar sola, y que lo que hacían juntas era nadar. ¿Ha vuelto usted a nadar?
R. Hace días estuve en Barcelona y fuimos al mar. Y, por primera vez, volví a nadar. Yo pensé que todavía tenía mi problema con el hombro, además cerraron todas las piscinas por la pandemia, pero felizmente ahora puedo responder con un sí, he vuelto a nadar, parece que mi hombro está bien y esto te lo digo de manera literal y también de manera metafórica, porque cada vez que estoy en el agua, como digo en el libro, estoy materialmente cerca de mi hermana. Escribir este libro me ha revelado la solidaridad y la conexión que se puede establecer desde el dolor, algo sobre lo que yo había escrito y que he visto en múltiples escenarios de violencia con los que he trabajado, una forma poderosísima no de luchar contra el dolor sino de ir con el dolor hacia una crítica radical de nuestra realidad.