He aquí un libro profundamente político, que denuncia la violencia contra la mujer en México, consecuencia directa de una cultura que la degrada y culpabiliza a través de canciones, narraciones, leyes, cuchicheos. Concretemos: es sobre todo un libro sobre el lenguaje político, sobre la necesidad de decir la injusticia con las palabras exactas. Feminicidio. Patriarcado. También es un libro-crónica sobre la vida y el asesinato de una joven; yo hablaría incluso de una quest, esa variante de biografía que no solo muestra la vida de la protagonista, sino también el proceso de investigación que ha seguido la autora.
Y siempre, siempre es un libro-ritual que convoca a la víctima y la restaura en su plenitud, que oficia una ceremonia tan íntima como colectiva de amor y memoria. “La escritura se convertirá en el lugar del registro”, comenta la autora acerca de las notas privadas de una adolescente, “la forma que toma el secreto en el mundo”. Podría decirse lo mismo de El invencible verano de Liliana, si bien la forma que toma el secreto es una desnudez a pleno sol. He aquí un libro que proclama una verdad sencilla: Liliana Rivera Garza, asesinada el 15 de julio de 1990, era noble e inocente, y nada quedará impune.
Liliana era la hermana menor de Cristina Rivera Garza (Matamoros, México, 1964), excelente narradora mexicana que en esta ocasión reproduce minuciosamente los abundantes papeles personales de la protagonista, las declaraciones de quienes la conocieron, los recuerdos propios y algún recorte de prensa, todo para reiterar la culpabilidad demostrada de Ángel González Ramos, el exnovio que la asesinó y después escapó, y para cumplir con la necesidad obsesiva de establecer una cronología veraz de los hechos.
Este es un libro-ritual que convoca a la víctima y la restaura, que oficia una ceremonia de amor y memoria
Además de estremecernos, algo que era inevitable dada la materia tratada, Rivera Garza cimienta una estructura muy inteligente, con más sutilezas de las que aparenta. Así, sus primeras páginas cuentan la búsqueda del expediente del caso en oficinas desangeladas, una apertura que habla de la neblina de la memoria, pero más aún de la dimensión institucional de la violencia machista. Luego, el texto avanza mediante dos lógicas complementarias: la linealidad cronológica, por un lado, y la paulatina profundización en la intimidad de Liliana, por otro. Hablan sus amigos y amigas, sus enamorados, sus familiares. Hablan, solo al final, sus padres. Habla Cristina en todo momento.
Hay un detalle que me parece precioso, significativo: las cartas y notas que escribió Liliana son transcritas en una tipografía diferenciada. Esa tipografía es una creación exclusiva de Raúl Espino Madrigal para el libro, basándose en la letra manuscrita de Liliana. Espino Madrigal, diseñador gráfico, estaba enamorado de Liliana en 1990.
No creo que debamos limitar el alcance de este gesto a lo sentimental (aunque lo sentimental es sin duda legítimo y reconfortante), porque en él resuenan todas las capas que presenta El invencible verano de Liliana: ritual, investigación, convocatoria de un lenguaje que una lo personal y lo político, declaración de amor, una inventiva técnica al servicio del testimonio. Una restauración.