“Hace más de veinte años me llamó una mujer porque quería comentarme ciertas cosas sobre un artículo político que había publicado. Tenía un acento muy curioso y enseguida me di cuenta de que era una persona única. Todos los seres humanos somos únicos, pero ella era única de un modo único”, recuerda el escritor israelí David Grossman (Jerusalén, 1954) al habar del germen de su nueva novela La vida juega conmigo (Lumen), una desgarradora y emotiva historia familiar que reflexiona sobre la identidad y el abandono y que está basada en la vida real de la partisana croata Eva Panic, la anciana al otro lado de la línea. “Eva me empezó a explicar su vida en la Yugoslavia de Tito y su trágica relación con un oficial serbio, que le llevó con el tiempo a ser internada durante más de dos años en un campo de trabajos forzados”, relata.
Pero, sin embargo, lo que convenció a Grossman para abordar esta historia no fue ese drama, sino el que Vera (así llamada en el libro) tuvo que tomar al ser detenida una decisión terrible: acusar falsamente a su marido, asesinado días antes, de traidor, y con ello ser liberada; o mantenerse firme y dejar sin ambos padres y a merced del ejército de Tito a su hija de seis años. “No estoy seguro de saber si lo que ella hizo fue lo correcto. Pero Eva vivió en una época en la que los símbolos, los valores y las ideologías, eran más importantes que los seres humanos. Y ella se vio atrapada en esa situación en la que finalmente le fue más leal a una idea y a la memoria de un muerto que a su hija viva”.
"La literatura puede ser como un tribunal de segunda instancia más empático y benevolente ante los hechos de la vida"
Es esa relación maternofilial, y sus consecuencias en las generaciones posteriores, el núcleo que Grossman, avezado creador de personajes femeninos —como la inolvidable Ora de La vida entera—, quería reflejar con mayor nitidez en la novela. “Me interesaba explorar cómo estas dos mujeres tuvieron que vivir con la idea de que la madre le hizo algo así a su hija”, confiesa Grossman que espera que los lectores no juzguen a Eva “de una forma categórica, la literatura puede servir como un tribunal de segunda instancia más empático y benevolente ante los hechos de la vida”. Volviendo a fundir personajes y modelos reales, el autor asegura que la gran lección vital de este libro fue “ver que madre e hija aprendieron a estar juntas, a perdonarse. El amor entre ellas prevaleció y las unió después de años de amargura dolor y pena”.
El motor de la escritura
La crudeza de los sentimientos expuestos, las tensiones entre olvido y memoria y las reflexiones sobre el abandono y la traición entre familiares contrastan con la sutileza intimista del ganador del Man Booker, que apunta que escribe siempre “gente que ha experimentado grandes pérdidas o terribles desastres. Quiero acercarme a esos traumas que determinan toda una vida porque la literatura tiene la capacidad de liberarnos de nuestras heridas a través del relato”, defiende. “Ser escritor te da el privilegio de que descubres que bajo lo humano hay varias capas y narrar las ajenas te permite hacer eso con tu propia vida”.
"En mis libros debe estar lo más profundo de mi ser, cosas dolorosas, que todavía me atormentan, recuerdos que no verbalizo"
Y es que Grossman asegura que los grandes motores de la escritura, en la que se vuelca plenamente, son el dolor y la esperanza. “Es inevitable experimentar dolor cuando uno escribe, porque escribir significa desmoronarte. Uno descompone sentimientos, mente y cuerpo y luego debe reconstruirse de forma diferente, de una forma creíble que haga que los demás puedan identificarse”, explica el autor, que apunta que siempre está en sus personajes. Aunque matiza, “eres tú y no eres tú. Los personajes están construidos a partir de tu propio material, pero son diferentes”.
“Si todo va bien”, abunda, “en mis libros debe esta lo más profundo de mi ser, cosas dolorosas, que todavía me atormentan, recuerdos que no verbalizo. Por eso es doloroso escribir, porque nos lleva a lugares donde tenemos miedo de ir, pero debemos decidir si somos leales a nosotros mismos o no”. Sin embargo, el autor también asegura que otro elemento clave es la esperanza, porque escribiendo “uno se abre al futuro, lanza un ancla lejos, hacia lo que está por venir. Y cuando lo hacemos descubrimos que tenemos una imaginación abierta. Para tener imaginación hay que tener esperanza, que es lo que nos permite ir más allá de nuestros límites”.
Una identidad trágica
Unos límites que Grossman marca en cierto sentido a través de la identidad, que define como “la historia que nos relatamos, muy relacionada con el recuerdo y la memoria. Por ejemplo, nosotros los judíos tenemos una memoria que va muy atrás, 4000 años de lengua y de historia escrita”, reflexiona. “Me gusta pensar que si Abraham viniera hoy a cenar a mi casa podría entender la mitad de lo que hablo con mis hijos y nietos. Es maravilloso esa larga línea de pertenencia porque la identidad es el hogar de uno, el lugar donde uno puede identificar todo lo que es relevante de sí mismo, lo bueno y lo malo”.
"Casi 80 años después, el Holocausto sigue dictando muchos de los comportamientos públicos, las ideologías políticas o las conductas militares de Israel"
Sin embargo, también apunta que la identidad puede tener un lado oscuro, cuando es tomada por la tragedia. “Israel fue creado tres años después de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto. E incluso hoy, casi 80 años después, esa tragedia sigue dictando muchos de nuestros comportamientos públicos, las ideologías políticas o las conductas militares. Hasta las cosas más personales e íntimas de un individuo”, reconoce el escritor, que asegura haber pensado infinidad de veces en “cómo recordar la tragedia sin que la tragedia nos aplaste una vez más, sin ser víctimas del odio y el deseo de venganza”.
Con el aniversario de la liberación de Auschwitz recién celebrado, Grossman explica que hay dos formas de recordar. “En primer lugar, una científica y factual, con datos, información… Pero hay otra no menos importante, la de las artes. Solamente gracias a ellas uno puede identificarse con la gente que estuvo allí, sentir que no estamos protegidos de las atrocidades y que podemos encontrarnos en una situación extrema en cualquier momento”. Es con esa sensación fresca cuando el escritor considera que debemos “preguntarnos cómo hubiéramos actuado como víctima, si nos quitaran absolutamente todo, y como posible verdugo. Es importante para cualquier sociedad reflexionar sobre ello”.
Una paz lejana
También sobre la posibilidad de una anisada paz con Palestina cavila desde hace años Grossman, quien forma parte de un comité que debate vías de entendimiento entre los pueblos israelí y palestino y perdió a un hijo en el interminable intercambio de golpes. "Tenemos que llegar a la paz con los palestinos, ese es el reto fundamental que tenemos como israelíes. El tratado de paz de Baréin no es suficiente, se necesita un tratado de paz firmado como seres humanos entre ambos pueblos", destaca el escritor.
"Es muy noble la idea de un Estado para dos pueblos, pero no parece posible para gente que se ha demonizado durante tantos años. La paz está lejos"
Habitualmente contrario al gobierno conservador actual, al también afilado articulista ha dado en este caso el beneplácito a los tratados entre Israel, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y Sudán, entre otros países árabes, aunque no lo ve suficiente. "Soy muy crítico con el gobierno israelí, pero en este caso Netanyahu ha hecho lo correcto. Vivimos en una región muy hostil y necesitamos aliados. Y no sólo porque legitiman a Israel. Es importante que todos estos pueblos conozcan cada vez a más israelíes y rompan los estereotipos. Y nosotros igual con los musulmanes, debemos cuestionemos nuestros prejuicios y cimentar la convivencia”.
Una convivencia que sería el paso previo necesario para un futuro Estado unificado que Grossman ve casi imposible. “Llevamos sufriendo por este conflicto muchísimo tiempo y ha habido tantos muertos… Pensar que esta ocupación lleva más de 50 años y que ningún bando se plantea cejar en su postura. Nos destruye a todos”, afirma desolado. “Es muy noble la idea de un Estado para dos pueblos, pero no parece posible que gente que se ha demonizado durante tantos años puedan constituir un Estado único. Esto puede ocurrir tras años de paz, pero la paz todavía está muy lejos”, concluye.