Sergio Vieira de Mello no es un personaje muy conocido en España, por lo que un filme sobre su vida quizá no sea de primeras la propuesta más atractiva para el fin de semana –por muy necesitados que estemos de novedades audiovisuales en estos tiempos de cuarentena–. Y si el nombre de este alto funcionario de las Naciones Unidas no es ningún reclamo para los suscriptores de Netflix, plataforma a la que llega este viernes el biopic titulado Sergio, aún menos lo será el del director de la función, el californiano Greg Barker, que debuta en la ficción tras una extensa carrera en el mundo del documental, con varios trabajos sobre terrorismo islámico en su currículum, como A la caza de Bin Laden (2013) o The Thread (2015).

Estas discretas credenciales podrían llevarnos a desestimar un filme que, si se le da una oportunidad, ofrece todo aquello que define al buen cine clásico de evasión: romance, aventura, tensión y escenarios exóticos, todo ello enriquecido con intrigas políticas en países afectados por conflictos bélicos, lo que nos retrotrae a filmes como El año que vivimos peligrosamente (Peter Weir, 1982), Bajo el fuego (Roger Spottiswoode, 1983) o El americano impasible (Phillip Noyce, 2002). Sergio no llega a cotas tan elevadas de emoción e intensidad como las que alcanzaban estos gozosos y memorables dramas protagonizados por corresponsales de guerra, pero consigue atrapar la atención del espectador con un par de recursos a los que Baker sabe sacarle el jugo dentro de una producción que lleva el sello de la compañía de Soros para lo bueno (un equipo artístico y técnico de primer nivel) y para lo malo (cierto aire a telefilme de sobremesa en sus peores momentos).

Sergio Vieira de Mello, nacido en Río de Janeiro en 1948, hijo de un diplomático de carrera y licenciado en Filosofía por la Sorbona (en la que vivió activamente el mayo del 68), trabajó en Naciones Unidas durante 34 años. Fue lo que habitualmente se define como un ‘hombre de acción’: viajó a las regiones más inestables del mundo para facilitar acuerdos con presidentes, revolucionarios y criminales de guerra que beneficiaran a la gente común, a veces poniendo su propia vida en peligro.

Cuando arranca la película, en el año 2003, nos encontramos a un hombre que se dispone a enfrentar su última misión antes de retirarse para llevar una vida más tranquila con la mujer que ama, la economista de la ONU Carolina Larriera. El problema es que la misión le lleva tanto a él como a su pareja al lugar más peligroso del planeta por aquellas fechas: el caótico Irak ocupado por EE.UU. tras la Segunda Guerra del Golfo.

Entre la vida y la muerte

Fiel a su aguerrida manera de trabajar, y con la idea de que la población local le perciba como un agente neutral y no como un mero instrumento del presidente Bush, el protagonista renuncia a la protección del ejército estadounidense y comienza a trabajar a destajo para que el poder sea devuelto al pueblo iraquí. Sin embargo, todos sus esfuerzos se ven frustrados cuando un terrible atentado en la sede de la ONU en Bagdad le deja, sepultado por un mar de cascotes, entre la vida y la muerte.

El guion de Craig Borten aporta originalidad al conjunto al primar la emoción sobre la linealidad de los hechos

La película de Greg Barker se sostiene, por un lado, en la carismática interpretación de los actores que dan vida a la pareja protagonista: el brasileño Wagner Moura, famoso en España por su trabajo en Tropa de élite (José Padilha, 2007) y, sobre todo, por ser el Pablo Escobar de la serie Narcos, y la cubana Ana de Armas, que habiendo arrancado su carrera en España va camino de convertirse en una de las grandes estrellas de Hollywood –tras Blade Runner 2048 (Denis Villeneuve, 2017) y Puñales por la espalda (Rian Johnson, 2019), es la nueva chica Bond en Sin tiempo para morir (Cary Joji Fukunaga, 2020) e interpreta a Marilyn Monroe en la adaptación dela novela Blonde de Joyce Carol Oates que ha rodado Andrew Dominik–. Ambos no solo aportan carácter y genio a sus personajes, sino que en pantalla logran destilar una gran química para redondear el romanticismo de una película que consigue esquivar los habituales y cursis subrayados y que se apoya en el silencio y las miradas.

Por otro lado, es el guion de Craig Borten –nominado al Óscar por Dallas Buyers Club (Jean Marc-Valle, 2014)– el que aporta cierta originalidad al conjunto, con una estructura que destruye la linealidad de los hechos en busca de picos de emoción. La narración salta en el tiempo desde la agonía de Sergio después del atentado, atrapado bajo una roca mientras dos soldados intentan liberarlo, a otros momentos de su vida como su previa peripecia en Timor Oriental, donde consiguió que la ex colonia portuguesa fuera reconocida como un estado independiente de Indonesia y donde, por encima de todo, se enamoró de Carolina.

Del documental a la ficción

Barker, que durante años trabajó como freelance y corresponsal de guerra para medios como la CNN, la BBC o Reuters, ya se había acercado en 2009 al personaje en formato documental. “Conseguir que el público viera a Sergio como un individuo en el documental fue francamente complicado porque básicamente se componía de las opiniones de otras personas sobre él y de los esfuerzos que realizaron por salvarlo”, explica el director. “Aun así se podía sentir su carisma y también sus contradicciones reflejadas en las personas que lo conocieron. Tenía la capacidad de conectar con todo el mundo, desde Tony Blair al personal de seguridad de la ONU, y de alguna manera acababa por pertenecerles. Había un componente emocional y un nivel de veracidad y autenticidad en esta historia que hizo que no me la pudiera sacar de la cabeza y que quisiera abordarla desde la ficción narrativa”.

Y quizá sea el profundo conocimiento del director sobre el personaje lo que evita, al menos en parte, que la película caiga en en el terreno de la mera hagiografía al apuntar a las contradicciones de Vieira de Mello, un hombre que podía mostrar la mayor empatía con un líder de los Jemeres Rojos y, sin embargo, era incapaz de comunicarse con sus hijos.

@JavierYusteTosi