Galardonado con el premio Málaga de Ensayo, Agitación es el tercer libro de Jorge Freire (Madrid, 1985), autor también de una biografía intelectual de Edith Wharton y de Nuestro hombre en España, en el que abordaba la figura de Arthur Koestler durante la guerra civil. Divertido, riguroso y cordial, el joven filósofo confiesa que no cree que el mejor remedio para el mal de la impaciencia del hombre contemporáneo sea precisamente una cuarentena como la actual, y que, por eso, muchos lo pueden estar pasando estos días "muy mal".
Pregunta. ¿De donde nacen la agitación y la impaciencia contemporáneas?
Respuesta. Hay, por un lado, una cuestión ínsita en la naturaleza humana, que es la dificultad de estar a solas y en silencio en una habitación, por decirlo con la célebre frase de Pascal. Pero también hay una serie de manías propias de la sociedad hedonista, en la que el goce e incluso la transgresión se vuelven obligatorios. No se trata de un carnaval espontáneo, sino de una colosal liturgia de la agitación que cuenta con sus cantollanistas y sus antifoneros. Por eso la figura extemporánea que en tiempos idos representaba la bruja, el ateo del pueblo o la loca del desván es hoy la del cascarrabias y la del aguafiestas.
P. ¿Cómo cree que puede reaccionar el agitado contemporáneo a la cuarentena obligatoria, podrá dejar de correr hacia ninguna parte y se sentará al fin para cuestionárselo todo? ¿Está preparado para soportar (y aprovechar) estos tiempos de encierro forzoso?
R. Hay gente que lo va a pasar muy mal en la cuarentena. Pero, cuidado. Que la habitación de Pascal sea una estancia infernal para quien no sabe estar en sus zapatos no quiere decir que éste sea especialmente feliz cuando se ve consagrado al movimiento. Si el agitado contemporáneo tiene cara, es la del anciano vestido de marinerito que se veía metido de hoz y coz en el extenuante maratón de baile de Danzad, danzad, malditos.
"Sospecho que el empecinamiento por hacer cosas no es sino la mascarada que oculta la incapacidad de hacer algo significativo. Cuantas más empresas acometemos, menos hacemos"
P. ¿Y no teme que le consideren un provocador por escribir que "observar a nuestros coetáneos zamparse un cachopo o remontar el Bidasoa disfrazados de Espinete nos hace intuir que el futuro nos reserva una generación de impotentes"?
R. Hay mucho humor en este libro, cuya crítica es, en último término, incruenta. Digo entre bromas y veras que es como la lanza de Aquiles, que hiere y sana a la vez. Por otro lado, participo del Homo Agitatus tanto como el resto de mis coetáneos, de manera que soy el blanco de muchos de mis dardos. Respecto a lo de la “generación de impotentes”, sospecho que el empecinamiento por hacer cosas no es sino la mascarada que oculta la incapacidad de hacer algo significativo. Cuantas más empresas acometemos, menos hacemos.
Los peligros de la agitación
P. ¿Qué puede la razón y la filosofía contra el estado de constante agitación que nos caracteriza?
R. Por lo pronto, nos puede enseñar a aburrirnos, que no es poco. El aburrimiento es, según Benjamin, un pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia. Quien se atreva a emburujarse en su nido ya habrá conseguido algo. Por otro lado, nos puede enseñar a mantenernos en pie, que según Séneca era la más alta tarea a la que podíamos consagrarnos. Quienes se empecinan en divertirse hacen lo que los viejos surcos del arado: girar fuera de sí, di-vertere, en lugar de afianzarse en sus talones y pisar fuerte el sustrato firme del presente. La agitación nos proyecta hacia el futuro, volviéndonos intempestivos, y así es difícil hollar el hic et nunc, el aquí y el ahora de los latinos. Quien lo logra se libra de muchos de los males que nos aquejan. Y, en tercer lugar, nos puede enseñar a dominarnos. Según Confucio, quien se gobierna a sí mismo es como la estrella polar, que se mantiene en su lugar mientras los otros astros giran en torno a sí. Gobernarse y mantener la compostura: no es poca cosa. Y, en cualquier caso, menos da una piedra.
P. De todas formas, ¿por qué le parece tan peligrosa la agitación?
R. La cultura de la agitación disfraza de diversidad su carácter homogeneizador. Por eso los identitarismos, que remiten a aquello que Freud llamó el narcisismo de la pequeña diferencia, son su más genuina creación. Es bien conocido el temor que Tocqueville manifestaba en el primer tomo de La democracia en América acerca de una mayoría impetuosa y sin contrapesos; no lo es tanto aquel del que hablaba en el segundo tomo, escrito cinco años después. y que lo acongojaba todavía más: el repliegue cívico y la atomización. El peligro resulta hoy evidente, pues quien no sabe gobernarse pide ser gobernado por otros. La agitación lleva a la anomia cívica.
P. Escribe que hoy la felicidad es un estado de ánimo subjetivo hasta desembocar en la bufonada euforizante que vivimos: ¿hay salida? ¿cuál, por ejemplo?
R. La única salida, supongo, es dejar de perseguir quimeras. Una de las sátiras de Persio dice: no te busques fuera de ti. No tiene sentido salir a buscar la felicidad como quien va a buscar setas.
P. ¿Cuándo y cómo descubrió que los cuentos de Rulfo eran el mejor remedio contra la agitación?
R. Con diecisiete o dieciocho años. ¡Sacramento que imprime carácter! Rulfo te mete en un mundo extraño y hostil que se parece mucho al nuestro. La tierra está seca y deslavada, el viento no deja crecer las dulcamaras… Desde su perspectiva, el mundo no es injusto, como muchos creen, sino algo mucho peor: es indiferente. Por eso las desgracias que sufren sus personajes son esencialmente arbitrarias. Es aquello de que “la vida no es muy seria en sus cosas”. Para que la agitación cunda es preceptivo agitar ciertos señuelos y, a mi juicio, la lectura de Rulfo te hace menos propenso a embestirlos.
"La civilización es el trecho que media entre un deseo y su satisfacción. Por eso una cultura de zampabollos caprichosos y lloricas es una abyección"
P. Pero ¿no cree que esa madurez que reclama, como antídoto para la impaciencia, es incompatible con esa adolescencia perpetua en que muchos parecen vivir?
R. Uno de los latidos iniciales de este libro fue un artículo de prensa que decía que “lo queremos todo y lo queremos ya”. La imagen es, cuanto menos, aciaga. La civilización es el trecho que media entre un deseo y su satisfacción. Por eso una cultura de zampabollos caprichosos y lloricas es una abyección. Aprender a renunciar a la satisfacción inmediata de las voliciones es lo que funda la cultura. Cuando el camino es corto, hasta los burros llegan.
P. ¿Cómo cree que nos va a afectar todo lo que está ocurriendo?
R. Dudo que extraigamos muchas lecciones del coronavirus, como los más optimistas sostienen. Hay quien dice que descubriremos las bondades del decrecentismo, como si no fuera cuento viejo, o que se obrará un cambio en nuestras conciencias… También hubo quien, al hilo de la crisis de 2008, sostenía que saldríamos transfigurados y que abandonaríamos la mentalidad de lucro y el individualismo. A mi juicio, son redentorismos mesiánicos. Todo seguirá igual.