"Más fuerte, más firme y más sutil que todos los otros", en palabras de Henry James, Edith Wharton (1862-1937) decía "más" y lo decía "mejor". Conocida en particular por su faceta de novelista, por obras como La casa de la alegría, Ethan Frome o La edad de la inocencia, por cuyo título fue la primera mujer en obtener el Premio Pulitzer, a lo largo de su vida escribió más de cuarenta libros, decenas de relatos, libros de viajes y poemas. Martin Scorsese y Terence Davies la adaptaron a la gran pantalla. Y Francis Scott Fitzgerald, Jean Cocteau y Ernest Hemingway no dudaron en expresar su admiración por esta brillante autora de la que James además opinó que su "único inconveniente" era "no tener la simplicidad y la inevitabilidad y la feliz limitación y la desbordante pobreza de un País Propio".
Precisamente si de algo no entendía Edith Wharton era de límites. Presa de un espíritu aventurero, puestos a elegir entre una cuerda floja y una cama de plumas llegó a afirmar que elegiría la cuerda floja. Heredera de una amplia fortuna, que derrochó su marido con sus amantes, atravesó el océano Atlántico sesenta y seis veces, recorrió la línea del frente durante la Primera Guerra Mundial en una motocicleta y tuvo su propio coche.
Después de publicar a Poe, Maupassant, Chéjov y el propio James, hoy su nombre, que llegó a sonar en al menos tres ocasiones como firme candidato al Nobel de Literatura, es el primero, como escritora, en formar parte de la colección de Cuentos Completos de la editorial Páginas de Espuma. Una recopilación que nace "con el objetivo de resituar a las protagonistas de una parte de la historia de la literatura que está ensombrecida" y que incluye, por primera vez en castellano, todos los cuentos de esta autora, ya compilados por Richard Warrington Baldwin Lewis en 1968 en The collected Short Stories. Un total de 86 relatos, más de 2000 páginas, desde 1891 hasta 1937, de cuya amplia producción se acaba de publicar un primer tomo, con prólogo de Clara Obligado, en orden cronológico, traducido a ocho manos por Emma Cotro, Maite Fernández Estañán, Eva Gallud y Juan Carlos García, que incluye su periodo creativo desde sus inicios hasta 1908.
Wharton, que viajó a España en varias ocasiones e, incluso, llegó a recorrer el Camino de Santiago dos veces, fue una de las primeras mujeres en divorciarse. "La tentación es caer en su vida", explica ahora Obligado. Pero también es difícil no hacerlo. Conocidas fueron sus relaciones con el periodista William Morton Fullerton, la cantante de ópera Camilla Chabbert y la poetisa Mercedes de Acosta. Mujer bisexual, elegante dama, intelectual de primera categoría, escritora de tratados de diseño y moda, amante de lo doméstico, amiga de los hombres, conservadora de derechas y declarada antifeminista en la época del sufragismo universal, su vida estaba repleta de contradicciones y su literatura era "profundamente progresista a unos niveles que asustan".
El estilo de sus cuentos
Es posible que la riqueza de sus relatos estribe en estas contradicciones. Fuertemente influida por su institutriz, Anna Catherine Bahlmann, quien probablemente la dotó de un pensamiento más libre e independiente y con quien habría de mantener un vínculo de más de cuarenta años, "Wharton erige fábulas -explica la autora de La muerte juega a los dados o Mujeres a contracorriente en el prólogo de estos Cuentos completos- donde las mujeres se preguntan si compensa tener hijos, si el amor tiene alguna importancia, si la belleza no es una trampa, muestra una y otra vez cómo ellas luchan para convertirse en seres reales en contra de la visión idealizada masculina, critica duramente los límites del matrimonio, dibuja el impulso erótico que choca con las convenciones y es una poderosa voz que se niega a ser encarcelada por las ideas dominantes".
"Nadie escribe como ella", afirma Emma Cotro, una de las cuatro traductoras de las dos mil páginas de relatos que componen estos dos volúmenes, el segundo de ellos previsto para 2019. Wharton utilizaba "mucha frase yuxtapuesta, muchas comas, tenía una forma de escribir morosa y detallista", lo que la convertía, según su punto de vista "en fácil de leer y difícil de traducir". "No la podría comparar -prosigue-, si acaso con James, pero ni si quiera, es muy sui géneris en su forma de expresarse".
Con un excelente sentido del humor, una fina ironía y un gusto por lo gótico, su literatura, defiende Obligado, no es "literatura de mercado, en absoluto. Para alguien que sea lector no es difícil, es fácil. Pero es literatura". No se trata únicamente de espectros. "Estas hablando de los fantasmas que las mujeres tenemos cuando hay que enfrentar un cambio de situación. Ese cambio ella ya lo presenta". De hecho, prosigue, "es una elegante, que habla de moda y de la vida cotidiana. Absolutamente actual. Tiene los mismos conflictos que tenemos las mujeres hoy”. ¿Nos conviene casarnos o no? ¿La maternidad es una buena idea o es un rollo?, se pregunta.
Desde su primer cuento, "Las vistas de la señora Manstey", estas historias muestran una evolución tanto temática como en el estilo. Ella tiene "una vertiente muy gótica -analiza Cotro-, porque era una enamorada de los cuentos de fantasmas y muy espiritual también. Con una sensibilidad por lo misterioso y lo oculto que aparece también en sus relatos. Es bastante evidente. De hecho, en este segundo tomo -actualmente en proceso de traducción - hay más material sobre fantasmas".
Wharton y Woolf, dos escritoras distintas
Aunque no se sabe quién influyó a quién, amiga íntima de Henry James, de quien se dice fue su mentor, Edith Wharton, que no tuvo reparos en publicar en revistas, algo de dudoso gusto para las clases altas de la época, cosechó su popularidad como escritora profesional, llegando a acumular cierta fortuna. Al contrario que las hermanas Brontë, Austen y George Eliot, ella sí disfrutaba de esa habitación propia de la que habló Virginia Woolf en 1928. Sin embargo, y a pesar de ello, esa independencia que le permitió escribir con ciertas libertades y asumir sus viajes no se tradujo en su exposición de algunas ideas, en su alianza con los hombres y su rechazo feminista, lo que le pasó cierta factura.
"Mientras Woolf fue una escritora reconocida porque fue muy moderna, ella quedó como una vieja señora que escribía historias antiguas, cuando en realidad era una loca suelta", explica Obligado que considera que "es justo y necesario poner en circulación a una escritora como Edith Wharton ", alguien que en su momento fue capaz de cambiar "la manera de contar" las cosas. Quizás su error, señala, fue sentirse tan poderosa como para no ver "sus carencias" mientras Woolf sí buscó más "su lugar intelectual".
Crítica especialmente con su propia clase, a pesar de sus orígenes acomodados y de esa imagen de dama noble, Wharton, que colaboró durante la I Guerra Mundial con la Cruz Roja, creó escuelas de formación para mujeres, ayudó a los refugiados y buscó trabajo para los desempleados, era, en realidad, "la escritora de la gente normal y de las señoras". Primera mujer nombrada Doctor honoris causa por la Universidad de Yale, Obligado reivindica que "hay que mirarla de nuevo. No vais a encontrar a una mujer clásica hablando de bordados". Incluso, considera, que entre ella y Hemingway, por ejemplo, no existía apenas diferencia. "La teoría del iceberg está. Todos estos grandes avances de la literatura están en Edith Wharton, pero contados como una señora".
Sus historias trazan retratos de pintores y de viajes, reflexionan sobre la vida cotidiana, el oficio de la escritura y el espacio de la casa como metáfora. Qué hace una escritora de mediados de siglo empezando un cuento con medio diálogo, se pregunta Clara Obligado. “Resulta teóricamente apasionante y mucho más divertida que los grandes autores de la época”. En "Copia", uno de los relatos que incluye este volumen, la autora escribe: "No me hables de vivir en el corazón de mis lectores. Los dos sabemos qué clase de casa es esa. Ya ves, no tardaré mucho en ser un clásico. Encuadernada en colecciones y guardada en lo alto de la estantería". No estaba muy desencaminada. Murió en Francia en 1937, donde había trasladado su residencia en 1905, y su lugar, de algún modo, como el de su personaje, siempre fue ese. Junto a los grandes escritores. Entre las mesillas de noche y los estantes de las amplias, y pequeñas, bibliotecas personales.