“Crecí como un joven católico durante la áspera y dura posguerra. Necesitaba una filosofía que no fuera tomista, metafísica, una salida al racionalismo moderno. De ahí nació mi interés por Nietzsche, y después vino todo lo demás”. De este modo bucea el filósofo italiano Gianni Vattimo (Turín, 1936) en los orígenes de seis décadas de infatigable trabajo filosófico. Una trayectoria que repasamos con él poco antes de que reciba la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes, máxima distinción de una institución de la que ha sido fiel invitado a lo largo de los años. Postergada la entrega, prevista para julio, por la delicada salud del pensador, que sufre una forma de Parkinson ligero que limita mucho sus movimientos, es el presidente del CBA Juan Miguel Hernández León el que viaja a Turín, donde Vattimo ha residido casi toda su vida y donde comenzó a estudiar filosofía a mediados de los 50.
Pregunta. El Círculo le concede su medalla por su "audaz intento de replantear las posibilidades del pensamiento crítico en un mundo globalizado". ¿Cómo desarrolló su pensamiento filosófico, cuál es el origen?
Respuesta. Fue mi maestro Luigi Pareyson, uno de los primeros existencialistas italianos, quien me condujo a Nietzsche y su crítica de la modernidad. Entonces, por supuesto, no pensaba en la posmodernidad, pero al verlo con perspectiva creo que sí estaba ahí esa inspiración. Nietzsche fue mi camino para liberarme del historicismo de estilo hegeliano que negaba la libertad individual, convencido de que había una ley de la historia ante la que no era posible rebelarse.
P. De Nietzsche pasó a Heidegger, ¿en qué sentido fue un paso natural?
R. A comienzos de los 60, publicó su interpretación de Nietzsche como el último metafísico y locutor del nihilismo. El sentido nihilista de la historia fue para mí, como lo observó Nietzsche, la disolución progresiva de las certezas metafísicas y en esto también la muerte de Dios, el Dios metafísico garante del orden objetivo del mundo. Todo esto, por supuesto, para mí no significaba el fin de la religión, sino que era la forma de encontrar el cristianismo como un mensaje dirigido al hombre y su libertad. Y Heidegger ha sido para mí, hasta hoy, un intérprete de Occidente que se inspira en el cristianismo como hilo conductor.
"La verdad se construye en el diálogo social y en la comprensión mutua de las personas y no en los dogmas"
Con ostensibles críticas hacia su interpretación tradicional –“siempre he intentado interpretar a Heidegger de una manera no demasiado reaccionaria. No creo en esa actitud Selva Negra, en ese aire de campesino antimoderno que se le atribuye”, ha afirmado, fue con el autor de los Cuadernos negros con quien Vattimo lograría su mayor afinidad intelectual, calificando su descubrimiento como “el giro más importante en mi experiencia especulativa”. Contraponiéndose al estudio paralelo que hizo Heidegger de metafísica e historia de Occidente, Vattimo creo su gran aportación filosófica, el ‘pensamiento débil’, que publicó en 1988 en un libro homónimo que recoge su análisis de la posmodernidad.
“El pensamiento débil es una especie de traducción del nihilismo del que hablaban ambos: si hay un sentido de la historia, radica en la consumación progresiva de absolutos objetivos a favor de la aparición de relaciones entre los hombres y su libertad”, explica Vattimo. “De ahí mi interés, heideggeriano y nietzscheano, en la hermenéutica, en el sentido de que, como dice Nietzsche, ‘no somos hechos, solo interpretaciones’: la verdad se construye en el diálogo social y en la comprensión mutua de las personas y no en los dogmas, sean del tipo que sean”.
P. Si la verdad absoluta no existe y es una creación subjetiva socialmente compartida, ¿lleva la humanidad toda la historia buscando un imposible como la realidad objetiva?
R. Quienes se preocupan por la verdad objetiva son, a menudo, los que quieren que se imponga un dogma a todos. La objetividad absoluta, los datos fácticos comprobados por la ciencia, suelen estar vinculados al poder dominante. Una perspectiva que tiene más que ver con el pragmatismo, que he estudiado con Richard Rorty [otro crítico de la metafísica con el que publicó El futuro de la religión], que con el ingenuo realismo de aquellos que siempre quieren ver los hechos.
P. Vista la deriva actual de Occidente, ¿estamos asistiendo a un refortalecimiento del pensamiento fuerte, fundamentalista, radical y ortodoxo, que no admite el diálogo?
"Aquellos que temen al pensamiento débil son las clases dominantes porque para ellos la historia es buena tal cual es porque tienen el poder"
R. Así parece, y es algo con lo que hay que tener mucho cuidado. Entre otras cosas, el pensamiento débil me ha aparecido siempre, y cada vez más, el pensamiento de los débiles. Por contra, aquellos que están escandalizados y temen al pensamiento débil son las clases dominantes, aquellos para los cuales (y aquí estoy pensando en Walter Benjamin) la historia es buena como es, lo que ocurre precisamente porque tienen el poder y siempre pueden legitimarse mostrando "las cosas como son". Los excluidos del poder no tienen el fetiche de los "hechos puros", ni siquiera cuando apelan a los derechos naturales para rebelarse.
Como corresponde a dos elementos simbióticos, del pensamiento filosófico de Vattimo nace el político. “Desde mi juventud, siempre he sido lo que, en Italia, de forma controvertida, se llamaba cattocomunista, la mezcla de católico y comunista”, reconoce. La simbiosis de ambos elementos a priori irreconciliables se encuentra en la manera en que el pensador los vive. “Mi cristianismo es un cristianismo anárquico, igual que mi comunismo, lejano a dogmas. Por eso me gusta la etiqueta. En última instancia todavía define lo que soy, incluso si hago una política mucho menos activa de la que me gustaría”, asegura quien fue eurodiputado entre 1999 y 2004, y posteriormente de 2009 a 2014, por el partido Demócratas de Izquierda, formación heredera del legendario Partido Comunista Italiano.
No obstante, a pesar de haber abandonado la primera línea, Vattimo sigue muy atentamente la evolución política de Italia y del continente. Y no le gusta lo que ve. “Cada vez veo la situación actual bajo una luz más pesimista, especialmente Italia”, confiesa. Absolutamente transparente, pocos filósofos se expresan con tanta contundencia como él, que ya hace 15 años hablaba de inmigración e integración europea afirmando: “la ética de Europa está bajo mínimos”. En cuanto a su país, más allá de criticar al exministro Salvini, a quien considera “un protofascista apocalíptico y peligroso empeñado en destruir el Tercer Mundo”, cree que el problema es endémico, pues “todavía mandan unos tecnócratas que han demostrado con creces su incompetencia”.
P. Concede gran importancia a América Latina como la región del futuro, ¿qué le parece la ola de acontecimientos que sacuden el continente en las últimas semanas?
"La tecnología sólo es demoníaca si está sometida a cierto control económico y político, como por ejemplo el del capitalismo actual"
R. La importancia de Latinoamérica reside en que allá todavía resisten las ideas concretas, ideologías que han desaparecido de Occidente. Por ejemplo, el pontificado de Bergoglio es un hecho providencial para mí, no es casual que este Papa venga de allá. He tenido un gran reconocimiento en el ámbito latino, y siento este premio del CBA como un reconocimiento a mi cercanía constante con el mundo hispanohablante, que me parece, reitero, el mundo alternativo a la racionalidad capitalista moderna. Los pobres del mundo actual no hablan inglés, sino principalmente español. En cuanto al futuro, observé con simpatía los movimientos políticos latinoamericanos, desde Hugo Chávez hasta Evo Morales y Cristina Kirchner. Y aunque sé que hoy parecen estar debilitados por muchas crisis y parece que cada día se cae un pedazo de continente, sigo pensando que solo desde esos mundos se puede dar un impulso a la renovación, a la "revolución". Signifique eso lo que signifique.
P. Más allá del propio papel del hombre, otro reto del futuro es cómo proseguirá la revolución tecnología, que en el siglo pasado parecía una panacea liberadora, pero usted criticó como un sistema de control y dispersión, no de información y conocimiento. ¿Tenía razón Heidegger al advertir en contra del desarraigo del hombre?
R. La revolución tendrá que suceder tarde o temprano, así que ¿es posible que sea con ayuda de la tecnología? Heidegger, sobre todo al final de su vida no creía en eso, lo sé, pero yo estoy convencido de que la tecnología sólo es demoníaca si está sometida a cierto control económico y político, como por ejemplo el del capitalismo actual. Para Lenin el comunismo era electrificación (es decir, tecnología, desarrollo) y soviets (es decir, poder compartido, asambleas lo más democráticas posibles con la presencia activa de los pueblos en las decisiones colectivas). Esta visión tal vez será un sueño, sí. ¿Pero sino cuál es la alternativa?