Biomorfismo. 1920-1950. Galería Guillermo de Osma. Claudio Coello, 4. Madrid. Comisario: Guitemie Maldonado. Hasta el 15 de noviembre. Desde 2.500 €
Basta echar un ojo a las exposiciones que estos días abren temporada en Madrid para comprobar que aquel “bioformismo” forjado en los años de entreguerras, objeto de esta imprescindible muestra en la Galería Guillermo de Osma, nunca dejó de existir, mutando: en él podrían encontrar su progenie, por ejemplo, Dominique Gonzalez-Foerster y Tomás Saraceno (Museo Thyssen), Regina de Miguel (Galería Maisterravalbuena) o Jimena Kato (Twin Gallery). Tal pervivencia hace que sea aún más importante conocer este sesgo de la modernidad apenas explorado que se revela como referente histórico de ciertas preocupaciones artísticas actuales, relacionadas con la ciencia y la naturaleza, con las “formas de la vida”.
Sorprende que hasta que Guitemie Maldonado, profesora de Teoría del Arte en la Escuela de Bellas Artes de París, dedicara al biomorfismo su tesis doctoral (2006), no se hubiera profundizado en la tendencia; y que hasta este año no se le haya dedicado una exposición, organizada con su colaboración por las galerías francesas Le Minotaure y Alain Le Gaillard. Guillermo de Osma, al verla, entendió que el impacto del biomorfismo en el arte español había sido muy fuerte y la ha traído para incorporar numerosas obras que lo dejan bien claro.
Pero ¿qué es el biomorfismo? Una “familia de formas” que evocan la estructura invisible de la materia, sus dinámicas de crecimiento, su expansión al universo; un eco artístico de la ilustración científica —que se moderniza con ayuda del microscopio y del telescopio, los modelos matemáticos tridimensionales o los rayos-x, como ha estudiado Ana Lamata en su libro Superrealistas. Rayos-x y vanguardias artísticas—, una idea de los organismos esenciales, una respuesta a la creación primigenia. Las investigaciones de la época en los ámbitos de la botánica, la física, la astronomía o la histología, pero también de la prehistoria o la antropología, fascinaron a muchos artistas que trasladaron a su trabajo, mirándose unos a otros, un universo de curvilíneas imaginaciones. De repente, se impone por doquier la estética de la ameba, el hueso, la semilla, la célula, el huevo, el guijarro, la concha, las olas, la órbita… formas elementales pero no geométricas que diluían las fronteras entre abstracción y figuración. Porque no se trata de representar las apariencias sino de hacer visibles las fuerzas vitales, la generación, la creación misma. Y es un programa muy adherido a la realidad, a la experiencia, que solventa ciertas pugnas estéticas artificiosas y abre un horizonte tras la tabula rasa de Mondrian.
Una exposición imprescindible sobre el eco artístico que tuvo la ilustración científica en el biomorfismo
Maldonado no solo ha rastreado el biomorfismo en artistas de muy distinta —y a menudo oscilante— orientación estética y diferentes orígenes —con eje en París— sino que ha fundamentado sus observaciones en los escritos de algunos de ellos, como Kandinsky, Kupka, Hélion, Ozenfant o Moore. Señala además cómo, en unos años en que todo movimiento artístico era bautizado, esta tendencia existió innominada. El crítico británico Geoffrey Grigson propuso en 1935 el término “biomorfismo”, relacionando este tipo de abstracción organicista, próxima al lenguaje ideogramático, con el arte primitivo y con las etapas iniciales del desarrollo de los animales. En 1936 Alfred Barr lo usó en el catálogo de Cubism and Abstract Art (MoMA), para referirse a un tipo de abstracción cuyas características resume con un símil: “la silueta de una ameba”. Y poco más recorrido tuvo.
En Madrid se reúnen obras de 46 artistas que dan idea de la variedad de afluentes que tuvo la corriente. Hay pinturas, esculturas, dibujos y fotografías importantes por calidad y tamaño pero también obras más modestas, aunque casi siempre bien traídas. Destacaría las de Arp, el gran pionero, Valmier, Tutundjian, Reth, Moholy Nagy, Kandinsky, Bellmer, Strüwe, Brassai, los Bergmann, Hélion, Baumeister, Gorky o el mix de Cabezas surrealistas y, entre los españoles, a Planells, García Condoy, Granell, Mallo, Alemany, Domela, Moreno Villa o Domínguez. Isabel García hace en el catálogo un esbozo, que sabe a poco, de esta deriva española vigorizada por la influencia sobre los vanguardistas de los dibujos de Ramón y Cajal —Jaime Brihuega la abordó en la muestra Fisiología de los sueños (Universidad de Zaragoza, 2015)—, la difusión del libro de Franz Roh Realismo mágico y el peso de la Escuela de Vallecas.
El asunto pide a gritos un mayor y mejor desarrollo. Sin quitarle mérito a Guillermo de Osma, entendamos que estamos en una galería con muy buen fondo pero dependiente de la disponibilidad en manos privadas de las obras que perfilarían a la perfección el argumento y lógicamente incapaz de obtener préstamos de museos. No figuran en la muestra Alberto, Lorca (dibujos neurológicos), Dalí (putrefactos), Picasso en su etapa de figuras óseas o pétreas, y faltan piezas de mayor empaque de Maruja Mallo, Nicolás de Lekuona y Ángel Ferrant. Esta exposición la tendría que haber hecho el Museo Reina Sofía.