Regina de Miguel. Rising Anxiety. Galería Maisterravalbuena. Doctor Fourquet, 6. Madrid. Hasta el 16 de noviembre. De 2.000 a 30.000 €
Para quienes pensamos que el cambio climático es una amenaza grave y completamente real para la supervivencia de nuestra civilización, y que ni ciudadanos ni dirigentes estamos tomando las medidas necesarias para afrontarlo (ya no para detenerlo, sino para organizar una sociedad adaptada a las transformaciones que va a conllevar), es una buena noticia ver que se ha convertido en el tema de cada vez más proyectos artísticos. Pero pensar que exposiciones como esta, cuyo título Rising Anxiety, que alude a la denominada “ansiedad climática” (la preocupación por los posibles impactos del cambio climático), contribuyen al cambio de conciencia necesario, no es realista. Pero no es esta, en todo caso, la intención de Regina de Miguel (Málaga, 1977). Lo que hace es construir metáforas sobre el fenómeno cultural y no sólo atmosférico que es aludir a sus implicaciones emocionales, dejando de lado sus causas y sus posibles soluciones. Y así, como en la práctica totalidad de su trayectoria, se sitúa en la intersección del arte y la ciencia, la literatura y la plástica. Este es también un signo de nuestro tiempo que la artista ha detectado con talento: la conciencia creciente de que debemos revisar la compartimentación del saber (y del saber del sabor) que se fue imponiendo desde el comienzo mismo de la Ilustración.
Aunque contiene piezas memorables, el discurso de la exposición es un tanto inconexo
Esta es una exposición compleja y delicada. La forman, por un lado, un grupo de piezas de pared que comparten el título de la muestra: acuarelas en las que lo lírico y lo científico se hibridan (con referencias a animales en peligro de extinción) y placas de metal en las que se superponen islarios, constelaciones y palabras (y también párrafos de una narración). La factura es tan bella como precisa y su sentido, enigmático. Por otra parte, con el título de Visita Interiora, vemos una mesa sobre la que reposan un conjunto de piezas de obsidiana, formas geométricas deslumbrantes y negras, marcadas con lo que parecen gráficos estadísticos (leeremos en la nota de la galería que aluden a violencia de género). La obsidiana es lava que se ha enfriado bruscamente y en este contexto es una metáfora de una catástrofe, tanto sísmica como social. Llama la atención esta superposición de significados, aunque no se aclaran sus relaciones. Sólo intuimos que existen conexiones que escapan a nuestros modos de concebir y conectar.
Por último, Fundación. Cuatro fotografías de un paisaje rudo e inerte, el de las Minas de Riotinto, las más antiguas de la humanidad. Más de 5.000 años de devastadora acción del hombre para arrancar riquezas minerales. Y el lugar que ostenta el dudoso honor de haber contemplado, en 1888, la primera manifestación (pre)ecologista de la historia, pidiendo el control de la explotación para evitar daños a la salud de la población. Como otros lugares de nuestro planeta, su aridez le ha permitido ser utilizado como un análogo de Marte, para estudiar el crecimiento de la vida en situaciones extremas. A la artista le sirve como escenario de lo que puede ser el resultado de la crisis medioambiental. Un altavoz desgrana un poema acerca de la fundación de una nueva sociedad.
Aunque contiene piezas memorables, el discurso de la exposición es un tanto inconexo. Además, carece de inteligibilidad. La música tapa la dicción del audio. Los textos están en inglés, lo que quizá se justifica porque la artista vive en Berlín, pero no deja de parecer un tributo al comercio internacional. Así que, finalmente, el problema no es tanto que no comprendamos el arte, sino que no se entiende.