Un espacio íntimo para el último Miró
Mujeres, pájaros, estrellas, las formas del artista habitan el espacio que la Fundación MAPFRE les ha reservado en su sede madrileña
24 junio, 2019 04:47Dice Josep Massot, autor de la biografía El niño que hablaba con los árboles, que Joan Miró era una persona tímida y hermética que se encerraba en sí misma cuando algún biógrafo se acercaba curioso. Sin embargo, a través de su obra se puede percibir cómo reflexiona sobre el arte, cuáles son los temas a los que vuelve una y otra vez, cómo se reencuentra con ellos y cómo los transforma para otorgarles una nueva vitalidad. Ofrecer una mirada a la última etapa creativa del artista es el objetivo del Espacio Miró de la Fundación MAPFRE en Madrid, una sala con 67 obras cedidas por la Successió Miró.
Esto "nos brinda la oportunidad de tener una colección permanente abierta al público durante todo el año y nos ayuda a cumplir con uno de nuestro objetivos principales que es el de acercar el arte al mayor número posible de personas", explica Nadia Arroyo, directora de cultura de la Fundación. Desde su apertura en diciembre de 2016, la institución ha aumentado el número de actividades en torno a sus exposiciones y, con ello, ha visto una mayor afluencia de público en la sala de Recoletos, que actualmente ronda los 200.000 al año. El perfil del visitante del Espacio Miró es, en su mayoría, internacional y de una franja de edad algo más joven a la habitual.
Entre las actividades que se realizan en torno a la sala dedicada al artista se encuentra la 'obra del mes', "un comentario en formato tarjeta postal de cada una de las obras realizado por un especialista y que está a disposición del público de forma gratuita en la entrada de las salas", explica. Además, en 'los martes Miró' participan mediadores que explican y ayudan a la comprensión del recorrido expositivo. Los más pequeños también tienen su hueco con el acceso a talleres y actividades ideadas para familias durante el fin de semana y para colegios en el periodo escolar.
Entender a Miró
Si bien es cierto que la mayor parte de las obras exhibidas pertenecen a una etapa más tardía, también hay alguna pieza temprana como el pastel Bosque de Bellver fechado en 1910 y otras de los años cuarenta, entre las que destacan sus llamadas Constelaciones. Esta serie de 23 gouaches realizada entre 1940 y 1941 supuso un punto de inflexión en su trayectoria y puso en marcha un "nuevo modo de componer en la superficie del cuadro toda una serie de formas que, interconectadas entre sí, generaban espacios e imágenes llenos de fantasía y libertad", sostiene Arroyo. Además de ejercer influencia sobre artistas como Jackson Pollock, Arshile Gorky o Robert Motherwell, dieron paso a un periodo en el que "el gesto y la espiritualidad se conjugaron para dar lugar a algunas de sus obras más conocidas". Por otro lado, esto le llevó a trabajar con planchas de zinc, arpilleras, masonita, cerámica, contrachapados, acrílico y cuerdas, materiales que empezaría a incluir de forma habitual.
La selección, asegura la directora de cultura, se ajustó entre la Successió Miró y la Fundación "con la intención de poder mostrar una visión completa de la última etapa del artista, que hasta hace unos años era algo más desconocida". En esta sala también se pueden ver cuatro esculturas y un cuadro de Alexander Calder, con quien le unía una amistad forjada desde 1928. Se conocieron en París cuando el artista catalán era aclamado por el círculo surrealista de André Breton. En 1930 el escultor estadounidense realizó retratos con alambre de algunos de sus amigos, como el de Miró incluido en esta muestra y que parece flotar en el espacio. Todas las piezas de Calder aquí reunidas son regalos "que demuestran la estrecha relación que existió entre ambos".
Con este recorrido por las 67 piezas el visitante puede entender una gran parte de los motivos y temas que interesaron al artista desde el principio de su trayectoria. Un despliegue de colores puros, estrellas, soles, lunas, pájaros y formas femeninas. Esta exposición permanente nos sitúa ante un Miró que no huye del tiempo "sino que lo incorpora en su pintura". El tamaño mismo de la sala y el número de obras proporcionan una especie de intimidad con un artista apegado a la materia y a la tierra en una etapa "más reflexiva e incluso espiritual, más intimista".
Es más, la luz tenue proporciona un espacio para la meditación y la reflexión, para una segunda lectura que profundice en lo que este creador quiere contar con su trabajo. Ya que, como él mismo dijo alguna vez, "los elementos permanecen inalterables –mujer, pájaro, estrella–, pero sus signos cambian sin cesar". Saber interpretarlos supone entender que "este grupo de obras nos permite ver a un Miró entusiasta, divertido y hasta feliz en la plenitud de su oficio", concluye Nadia Arroyo.