"Mi intención original era publicar los volúmenes en blanco, sin título, para que fuera el lector el que estableciera ese paralelismo con la vida de un Jesús que, por otra parte, no es el Jesús histórico", aseguraba el escritor sudafricano John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) hablando de su trilogía de Jesús en una visita a España el año pasado. Las evidentes exigencias editoriales hicieron imposible este anhelo, que refleja una firme convicción del autor: "Si un libro no puede hablar por sí mismo es un fracaso y ese autor no está trasmitiendo nada al mundo, no tiene nada que decir y tendría que callarse".
Pero entre tener algo que decir y ofrecer todas las respuestas, media el abismo que el escritor explora en esta trilogía, completada con La infancia de Jesús y Los días de Jesús en la escuela, y que llega a su término con La muerte de Jesús (Random House), el broche de esta desconcertante y molesta parábola en la que Coetzee no deja uno solo de los grandes temas humanos sin tocar y en la que subyace la búsqueda última del sentido de la vida, o de si cabe siquiera preguntarse por él. Centrada de nuevo en David, un niño excepcional que busca la verdad en un mundo sin memoria y cuyo final ya podemos anticipar por el título, la novela es en este sentido un perfecto artefacto socrático no apto para dogmáticos buscadores de certezas. Un destilado de pura literatura que ni siquiera su autor está persuadido de haber comprendido por entero.
Pregunta. Como le dice David a Simón, su padre putativo, "cuando intentas entender lo arruinas todo", ¿realmente lo piensa, por eso le horrorizan las entrevistas?
Respuesta. En mi opinión, uno escribe para descubrir qué es lo que quiere decir. Esto es particularmente cierto en una forma narrativa larga como la novela. Durante los años que pasas escribiendo una novela, tu pensamiento crece, se desarrolla y cambia. No sólo el trabajo que comenzaste a escribir no es el mismo que el que terminas escribiendo, sino que incluso el ser humano que eras cuando comenzaste el proyecto no es el mismo en el que te has convertido al final. Por eso cualquier posible respuesta a una pregunta tan simple como qué quería decir en esta novela, típica de las entrevistas, corre el riesgo de traducir mal y de forma reduccionista el proceso largo, complejo y, a veces, profundo del que surgió la novela. Un proceso que el propio escritor puede no comprender plenamente y, de hecho, como es mi caso, puede no desear comprender plenamente.
P. Usted es un matemático que eligió dedicarse a la escritura, ¿la aversión de David a las matemáticas y su amor por los números es algo que lega al personaje? ¿Son los números o las palabras quienes crean y ordenan el cosmos?
R. David parece distinguir entre los números mismos, que asocia con las estrellas celestiales, y los usos que nosotros les asignamos: suma y resta, etc. Solemos decir matemáticas, pero aritmética es un término mejor. La pregunta que plantea es interesante. En el Evangelio de San Juan leemos que el universo nace a través del logos de Dios. El logos griego tiene muchos significados, uno de los cuales es la palabra, pero ciertamente no significa número. Por otro lado, la escuela de Pitágoras parece proponer que el universo está regido por el número. Los números ya existían antes de que llegáramos a existir, y seguirán existiendo después de que hayamos fallecido. Así, las matemáticas, tal como fueron concebidas por los pitagóricos, no son una construcción de la mente humana.
"'El Quijote' inaugura una nueva forma literaria, la novela, y al mismo tiempo la concluye eclipsando a todos sus sucesores"
P. ¿Cómo nació su fascinación por El Quijote, por qué lo elige como el libro con el que David aprende a leer, el único que se empecina en leer?
R. Don Quijote es único en el siguiente aspecto: inaugura una nueva forma literaria, la novela, y al mismo tiempo concluye esa forma, en el sentido de que eclipsa a todos sus sucesores, sin excepción. Esa es la razón por la que los posteriores practicantes de la novela veneran tanto la obra maestra de Cervantes. David, habiendo leído El Quijote a su manera, no ve ninguna razón por la que deba leer cualquier otro libro. Sería como aquellos que al leer la Biblia o el Corán los encuentran suficientes para todas sus necesidades.
El consciente tributo de Coetzee al Quijote, que es el reconocimiento a la novela moderna como matriz que encierra la capacidad de generar todas las historias, enlaza también con la última y llamativa apuesta literaria del autor, que es estética pero a la vez política: adoptar el español como el idioma en el que ven la luz editorial sus ficciones, que posteriormente se traducen a los demás idiomas, inclusive el inglés. Algo que ya hizo con su anterior volumen de relatos, Siete cuentos morales. Una decisión plenamente consciente que "nace de mi distanciamiento de la visión del mundo de los anglohablantes y del peligro de que las opiniones que ese idioma tiene sobre el mundo se conviertan en globales, algo en absoluto bueno".
P. Ha dicho que siempre le ha intrigado la vida y especialmente la muerte de ese Jesús "salvaje y frágil", ¿qué le interesa de su figura, qué le debe su trilogía al personaje bíblico?
R. Cuando llamamos a Jesús un personaje bíblico, consideramos tácitamente la Biblia, y los Evangelios canónicos en particular, como un texto literario en lugar de un documento de registro histórico. Construcción literaria o texto documental: estas son sólo dos de las muchas maneras de ver los Evangelios. Algunas personas consideran que toda la Biblia es "la palabra de Dios", lo que implica que los autores de sus diversos libros escribieron en un estado de posesión divina. No soy erudito en teología, así que me falta la terminología técnica, pero otra forma de pensar en Jesús (o en la figura de Jesús) está completamente fuera del marco del tiempo. En este sentido, Jesús está siempre presente y/ o siempre ausente, y la distinción entre "siempre el uno" y "siempre el otro" se derrumba.
"Para una persona que desee mandar un mensaje al mundo, no sería muy inteligente incrustarlo en una novela"
Algo que también le sucede a su protagonista, que recordemos que vive en un mundo sin memoria y, por tanto, atemporal. En ese contexto, la búsqueda de la identidad se revela como algo clave en las insistentes preguntas de David: ¿por qué estoy aquí?, ¿por qué soy el que soy? Una trascendencia última sobre la que se construye la novela, en la que prima un estilo esquemático y descarnado, al hilo de lo que escribía el autor en Diario de un mal año (2007), la obra inmediatamente anterior a esta trilogía. "Sentir un despego creciente con respecto al mundo es algo que sucede de manera natural a muchos escritores, un proceso que se puede interpretar como una liberación, como la adquisición de una mayor claridad mental que nos permite abordar tareas de mayor envergadura".
P. Toda la trilogía plantea la dicotomía razón / pasión, ¿hay realmente un por qué, existe respuesta a ese porqué estoy y soy aquí que formula David?
R. En este tercer volumen, la oposición entre Simón, el padre putativo de David, y Dmitri, su fanático amigo, se hace más patente que nunca: ¿cómo sería el mundo si todos aceptáramos el imperio de la razón? ¿Y si estuviera sometido al imperio de las pasiones? Sería maravilloso, pero también increíble si pudiera ofrecer respuestas simples a preguntas que la literatura, y esta novela en particular, toma tanto tiempo y complejidades para reflexionar.
P. Finalmente, después de tres libros no hay mensaje, como dice la Biblia nada es revelado. ¿El tan ansiado mensaje de David, y quizá de usted mismo como autor, es que no hay mensaje?
R. Claramente, como sugerí antes cuando discutí la dicotomía "siempre presente" y "siempre ausente", entramos aquí en el reino de la paradoja. Las construcciones "Hay un mensaje" y "No hay mensaje" pertenecen también a ese mismo reino. Reflexionando sobre esto surge la pregunta de si una novela siempre debe contener un mensaje. O, para formular la pregunta de una manera más específica, si sería un acto inteligente, para una persona que desea enviar un mensaje al mundo, incrustar ese mensaje en una forma narrativa tan larga, incómoda y compleja como una novela.