La crítica internacional ha celebrado El gigante enterrado con una suerte de admiración y perplejidad. Es, sin duda alguna, su novela más extraña, arriesgada, controvertida y ambiciosa en treinta y tres años de carrera. Kazuo Ishiguro (Nagasaki, Japón, 1954), que recibe a Bookseller en su casa del oeste de Londres, salta de la silla y se pone a curiosear en su colección de películas. Busca algo relacionado con el tema central de su nueva y esperadísima novela, El gigante enterrado, la primera que publica en diez años, desde Nunca me abandones (2005).
La colección de películas del escritor es impresionante. Estamos en el cuarto de estar de su casa, una amplia sala llena hasta los topes de miles de DVDs. “Como habrás notado”, comenta Ishiguro por encima del hombro, “aquí somos muy aficionados a las grandes obras maestras del cine”. Pronto el escritor encuentra lo que está buscando. Se trata del DVD de Chicago, el celebrado musical de 2002 protagonizado por Catherine Zeta-Jones y Renée Zellweger.
A simple vista, este fresco musical de la Era del Jazz poco o nada tendría que ver con la expansiva, extremadamente ambiciosa nueva novela de Ishiguro. Un libro que es en parte un quest fantástico y en parte una indagación sobre qué es lo que mantiene a las civilizaciones en marcha, todo ello situado en el contexto de una Gran Bretaña casi mítica posterior a la caída del Imperio Romano. Sin embargo, dice el autor de Cuando fuimos huérfanos (2000), uno de los temas principales de su novela es la “memoria social”; es decir, cómo las comunidades y las naciones recuerdan y olvidan y construyen narrativas colectivas, en ocasiones (pero no siempre) para enterrar verdades desagradables o inconvenientes.
“Tras la II Guerra Mundial ya no se podía tener a un Balzac examinando como un forense qué había pasado durante los años de guerra”
Ishiguro cita numerosos ejemplos, entre ellos el caso de Francia tras la Segunda Guerra Mundial. Según él, tras la ocupación nazi Francia decidió recordarse a sí misma como una nación de bravos combatientes de la Resistencia en lugar de como colaboradores. Dice el escritor: “Esta es la razón por la que después de la guerra surgieron la ‘Noveau Roman' y la ‘Nouvelle Vague'. En aquel momento, intencionadamente o no, toda la tradición narrativa previa fue condenada al olvido porque se la consideró poco sofisticada. Pero lo que ocurría es que ya no se podía tener a un Balzac examinando como un forense qué había pasado durante los años de la guerra. Ya no se podía ir hasta ese lugar, pues el país se habría desgarrado, se habría destruido a sí mismo”.
La memoria colectiva se construye a través de diversos caminos; los hay deliberados, oficiales. En ese proceso tiene una fuerza enorme el entretenimiento popular. Como Chicago. Ishiguro llama la atención sobre una escena de la película. En ella unas mujeres blancas realizan un baile burlesque en un club mientras son observadas por varios hombres blancos y negros, todos vestidos con trajes a rayas. “En Chicago, en la década de 1920, si a un hombre negro se le ocurría acercarse a un lugar como ese -comenta Ishiguro-, podría perfectamente haber sido linchado. Pero aquí tienes esta película moderna, puro entretenimiento popular, presentando una versión idealizada de la situación racial en Estados Unidos en los felices años veinte... aunque, quién sabe, quizás esto sea algo bueno. Quizás las naciones deban enterrar cosas para salir adelante”.
Entre la fantasía y el quest
Hay que decir que El gigante enterrado no es una severa novela de ideas. Se centra en Axl y Beatrice, dos pobres ancianos británicos de la Edad de Hierro que viven en un país cubierto por una extraña niebla que hace que la gente olvide su pasado. Maltratados por los habitantes de su aldea, parten de viaje para encontrar a su hijo, a quien ellos imaginan -a través de la niebla de su memoria- viviendo en una ciudad a miles de kilómetros de distancia.
En el camino, Axl y Beatrice tropiezan enseguida con el guerrero sajón Wistan y su joven escudero Edwin, y se dejan llevar por las aventuras que implica una vida de caballeros andantes, dragones y monjes cobardes. Ishiguro consigue un buen equilibrio: en un primer nivel El gigante enterrado es una suerte de juego, accesible y picaresco, atravesado de humor y humanidad; en un siguiente nivel, resulta un reflejo complejo no sólo de la sociedad, sino también del envejecimiento y la pérdida.
Su editor americano Knopf ha decidido fomentar el aspecto fantástico y de quest del libro de cara a los lectores; así, las ediciones estadounidenses llevan incluidos esquemas y mapas (al estilo Tolkien) en donde aparece indicado el viaje de Axl y Beatrice. “Me parece bien”, dice Ishiguro con una sonrisa irónica. “Pero lo cierto es que cuando lo estaba escribiendo, no pensaba tanto en un quest como en una película de carretera”.
La brecha de diez años entre sus dos últimas novelas se debe en parte, dice Ishiguro, a la intervención de su esposa, Lorna MacDougall, con la que lleva casado veintiocho años. Hace quince años, Ishiguro empezó a pensar en una historia que girara en torno a los temas de El gigante enterrado. Comenzó a trabajar en 2006, después de Nunca me abandones. Pero cuando le presentó a MacDougall unas primeras cuarenta páginas, la respuesta no fue positiva. “Me dijo: ‘Esto no funciona. Y no me refiero a que tengas que cambiar esto o aquello, o a aspectos que puedas mejorar editando el texto. Lo que está mal es el lenguaje. Por momentos, hasta causa risa.Tíralo y empieza de nuevo'. Yo entonces no me quedé muy satisfecho, pero después vi que ella estaba en lo cierto”.
La verdad, confiesa Ishiguro, es que fue “un momento horrible”, pero aclara que esto ya le había pasado con Nunca me abandones, novela que tuvo que volver a empezar dos veces, “así que ya no entro en pánico”.
“He tardado tanto tiempo en escribir el libro porque cuando mi mujer leyó unas cuarenta páginas del primer borrador me dijo: 'Tíralo y empieza de nuevo'"
Al retomar la escritura de El gigante enterrado, Ishiguro simplificó el lenguaje y empezó a escribir mucho más rápido. Buscaba desde hacía tiempo un vehículo que le permitiera explorar ciertas ideas sobre las sociedades y los acontecimientos históricos, pero no quería que se relacionaran con ningún lugar o momento en particular. “Sentía que situase donde situase la historia, corría el peligro de que pensaran que se refería a tal o cual cosa. No quería parecer interesado en ninguna crisis en particular de la historia, así que buscaba algo ficcional.”
La novela más esperada
Mientras tanto, la larga espera iba creando una especie de histeria entre los fanáticos de Ishiguro, de modo que tal vez no resulte hiperbólico decir que El gigante enterrado fue la novela más esperada en el ámbito inglés de 2015. Ishiguro es uno de los pocos novelistas que por un lado vende millones de libros, y por otro cosecha los elogios y el reconocimiento de la crítica y la admiración de sus colegas, complices y amigos como McEwan o Julian Barnes.
Desde 1998 -cuando comenzaron los registros de Nielsen-, Ishiguro ha vendido casi millón y medio de ejemplares de sus novelas, de los cuales 660.000 corresponden a Nunca me abandones. Sin embargo, el novelista tuvo un éxito notable antes de ese libro (y, por supuesto, en todo el mundo), así que las cifras no cuentan la historia completa. Esto es evidente en lo que se refiere a Los restos del día, de 1989, novela con la que ganó el Man Booker Prize y que lo consagró. La editorial Faber and Faber (que editó la versión inglesa de este libro que luego se convertiría en una película protagonizada por Anthony Hopkins y Emma Thompson, y que estuvo nominada a ocho Oscar) calcula las ventas de esa novela en 1,1 millones de ejemplares, mientras que después de 1998 ha vendido 180.000 más.
A los fans de Ishiguro hay que decirles que el escritor apenas ha estado inactivo durante la última década. Escribió en 2009 el libro de relatos titulado Nocturnos, y se involucró mucho en la adaptación cinematográfica de Nunca me abandones. Además, en un ejercicio muy pertinente para alguien cuyo trabajo se centra en la memoria, Ishiguro se ha dedicado los últimos años a recopilar su archivo personal para vendérselo a la Universidad de Texas. “Pensé que iba a ser un ejercicio fácil -dice-. Pero al final me ha supuesto un enorme trabajo; en esencia, siento que he atravesado mi vida por completo”.
Este largo trabajo de introspección le ha hecho reflexionar sobre su carrera. Ishiguro experimentó el éxito muy joven; su primera novela fue publicada cuando tenía 28 años, y ganó el Man Booker Prize con 35, con Los restos del día. Es interesante que recuerde que la atención que generaba el Booker en los años 80 era mucho más intensa que la que suscita hoy.
“Los últimos años me he dedicado a ordenar mi archivo para vendérselo a la universidad de Texas. siento que he atravesado mi vida por completo"
Al mismo tiempo, dice, las posibilidades de que los autores literarios tienen hoy de establecerse se han reducido. “La presión del Booker hacía que los escritores se acobardaran y jugaran sobre seguro”, explica. “Así que cuando lo gané, lo que sentí fue alivio. Fue como recibir un ‘licencia' que me iba a permitir pensar con más libertad y con mayor amplitud de miras acerca de hacia dónde quería llevar mi carrera, y tomar riesgos. Quería tener la oportunidad de escribir unos cuantos libros sin la presión de que tuvieran que ser perfectos”.
Se suele decir que la mayoría de los novelistas escriben sus mejores obras entre los 30 y los 50 años. Kazuo Ishiguro, de 62, afirma con una sonrisa: “Ahora estoy buscando modelos tardíos, y también la forma de retrasar la inevitable decadencia”. Por eso, desde 1983 no participa en debates ni escribe sobre cuestiones políticas. “Desde luego, sentí que si seguía haciéndolo iba a perder noción de quién era yo en realidad”, asegura.
Menciona a Philip Roth y a McCarthy, dos gigantes cuyos talentos se desplegaron tardíamente. Pero Ishiguro tiene otros modelos sorprendentes. “Pienso en Gordon Strachan, Ian Callaghan e incluso en Diego Armando Maradona”, dice. Los tres son exfutbolistas, uno escocés, otro inglés y un argentino. “Cuando perdieron su brillantez primera -concluye el escritor-, los tres fueron capaces de cambiar sus posiciones, de cambiar su estilo y pasar a algo diferente. Y lo hicieron con gran sabiduría”.