Zadie Smith
Corría el año 1997 cuando Zadie Smith hizo saltar las alarmas de la industria editorial. Aún no había acabado de escribir su primera novela, Dientes blancos, y varios sellos se disputaban su fichaje. Tres años después, en el 2000, se publicó la obra y se hizo de lleno tanto con la crítica como con el público y recibió infinidad de galardones. Tenía tan solo 20 años y muchos le auguraban un buen porvenir al mismo tiempo que preveían que sería una de las grandes voces de las letras británicas.
Poco tiempo después, El cazador de autógrafos, tuvo una acogida más tímida aunque ella no cesó en su impulso escritor. Pero en 2006 con Sobre la belleza volvió a romper los récords de ventas, y recuperó el aplauso editorial además de recibir el Premio Orange. La escritora, que acaba de publicar Swing Time, sin traducción por el momento al castellano, habla de sus lecturas preferidas y comenta que el mejor libro que le han regalado ha sido Ulises. Lo recibió de su padre, quien le confesó en una nota que nunca lo llegó a leer.
Pregunta.- ¿Qué libros tiene actualmente en su mesilla de noche?
Respuesta.- Ahora estoy en una juerga lectora después de un largo periodo solo escribiendo así que tengo una torre de libros "para leer". Muerte súbita de Álvaro Enrigue, El uso de la vida, una novela de del egipcio encarcelado Ahmed Naje, Homegoing de Yaa Gyasi, Héroes de la frontera de Dave Eggers, The Underground Railroad de Colson Whitehead, Diary of the Fall, de Michel Laub, The Good Immigrant, editado por Nikesh Shukla, Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty de Daron Acemoglu y James A. Robinson, Birth of a Bridge, de Maylis de Kerangal, Known and Strange Things de Teju Cole; The Little Communist Who Never Smiled, de Lola Lafon, The Fire This Time, editado por Jesmyn Ward, En el café de los existencialistas, de Sarah Bakewell, Time Reborn, de Lee Smolin, Moonglow, de Michael Chabon y digamos que las últimas cuatro o cinco novelas de Javier Marías, infinidad de Krasznahorkai y, como siempre, el inacabado Proust. Prefiero leer que escribir.
P.- Díganos cuál es su escritor favorito que haya sido pasado por alto
R.- Un escritor jamaicano llamado Andrew Salkey que escribió una novela para jóvenes adultos llamada Hurricane, antes de que tal término fuera acuñado. Lo recuerdo como el libro que me hizo querer escribir. Era el mejor escritor para niños. Descubrí el que parece ser su secuela, Earthquake, en un puesto de libros viejos en West Third y pretendo leérselo a mis hijos. Murió en 1995.
P.- ¿Qué lee cuando está trabajando en un nuevo libro?
R.- Leo muchos ensayos y artículos de los periódicos, hacen que deje de sentirme estúpida. Escribir novelas puede llevarte a sentir muy estúpido porque escribes sobre algo que no existe durante tres o cuatro años.
P.- ¿Qué es lo que más le conmueve de una obra literaria?
R.- La ingenuidad, la honestidad, le perversidad, la valentía y, debo admitir, que el talento natural. Siento la misma maravilla frente a un debut brillante como con las volteretas de Simone Biles.
P.- ¿Cuál fue el último libro que le hizo reír?
R.- Creo que puede ser el manuscrito A Really Good Day de Ayelet Waldman. Se trata de un libro de no ficción sobre cómo combatir la depresión con una microdosis diaria de LSD y es Ayelet, así que te puedes imaginar.
P.- ¿Y el último que le hizo llorar?
R.- Incidentes en la Vida de una Joven Esclava, de Harriet Jacobs.
P.- ¿Y el que le hizo sentir furiosa?
R.- Private Island: Why Britain Now Belongs to Someone Else, de James Meek.
P.- ¿Qué libro tiene en la estantería que pudiera sorprender a la gente?
R.- No creo que sea una persona demasiado sorprendente. Quizá, ¿libros de moda? Aunque no creo que sea un secreto demasiado grande que me guste un vestido bonito.
P.- ¿Cuál es el mejor libro que le han regalado?
R.- Cuando mi padre se estaba a punto de morir me dio su copia de Ulises junto a la confesión de que nunca lo había leído, a pesar de la fecha de compra, 7 de enero de 1957, que encontré escrita en una página interior junto a su nombre. Quizá pase el testigo a mis hijos con El hombre sin atributos o Moby Dick con el mismo espíritu confesional.
P.- Imagine que organiza una cena literaria. ¿A qué tres escritores, vivos o muertos, invitaría?
R.- Nunca puedes estar seguro de los que llevan mucho tiempo muertos o de cómo se pueden sentir acerca de las escritoras negras, así que creo que voy a escoger a colegas vivos. Nikita Lalwani, Tessa Hadley y Darryl Pinckney. Creo que nunca hay suficiente gente en una cena literaria pero, por otro lado, creo que es un comienzo sólido.
P.- Si pudiera ser amiga de cualquier escritor, vivo o muerto, ¿de quién le gustaría serlo?
R.- Zora Neale Hurston. Nuestra historia sería entrar dando zancadas en fiestas literarias dando una impresión severa con nuestros sombreros finos, seguido de emborracharnos para terminar yendo a por comida a Chinatown a las dos de la madrugada.
P.- Decepcionante, sobrevalorado o, simplemente, no lo suficientemente bueno. ¿Qué libro debía gustarte pero no lo hizo? ¿Recuerda el último libro que abandonó sin terminarlo?
R.- Durante una etapa triste leí Darkness Visible de William Styron y tengo que decir que no me ayudó en lo más mínimo. Creo que prefiero la sugerencia de Ayelet. Tampoco me llevo bien con Turgenev, aunque adoro a los rusos, ni con Doris Lessing, aunque soy feminista. Y odio a cada uno de los últimos Beats tanto en poesía como en prosa.