Entrevisté a Doris Lessing en el 2001, le habían concedido el Príncipe de Asturias y en España se acababa de publicar Raza Africana. Tras la entrevista surgió el tema del Nobel, algo que ella consideraba inalcanzable para una mujer con más de ochenta años, y le llegó cuando ya estaba cerca de los noventa, en el 2007... demasiado tarde para algunos.
The Golden Notebook (El cuaderno dorado) se ha convertido en uno de los libros más representativos de toda una época. Lo releí para la mencionada entrevista y entendí que la complejidad de la historia de Anna Wulf iba mucho más allá de las reivindicaciones feministas, y que, como el tiempo ha demostrado, su mensaje y su calidad literaria trascienden cualquier intento reduccionista. Tan reduccionista como considerar feminista a su autora. La reivindicación de los derechos de las mujeres era, para Lessing, un asunto de justicia ajeno a planteamientos genéricos. Una convencida y militante comunista como ella también cuestionaba en esa obra los principios comunistas propios del estalinismo, o la Guerra fría y la calidad narrativa... pero el componente eminente y exclusivamente literario superaba cualquier calificativo restrictivo.
Lo que ha quedado para la historia es un personaje con tantos matices como los de su admirada Virginia Wolf, tan rico como los de Tolstoi, y tan complejo como los de Faulkner. Se trataba eminentemente de entender, si acaso es posible, la complejidad del alma humana en un ejercicio de introspección existencial que tiene tanto de social como de personal. Qué tiene de autobiográfico o de ficticio resulta ser un asunto menor comparado, por ejemplo, con la complejidad estructural de la obra, tan repetidamente reivindicada por la autora como ignorada por la crítica y la academia.
Pero el legado de Lessing no se restringe a The Golden Notebook, también su primer título The Grass is Singing (Canta la hierba) es considerado un libro excepcional. El planteamiento tenía referentes de índole racial mucho más significativos que los del propio Wole Soyinka y en línea similar a los del americano Harlem Rennaisance, pero claro, con mucho más colorido. Era esa cualidad de la imaginación la que posteriormente derivaría en sus obras de ciencia ficción, no siempre -o casi nunca- entendidas por sus seguidores más “militantes” aunque precisamente fuera la serie The Canopus in Argos su título referencial cuando le preguntaban cual era su obra más importante.
Como se hace con los hijos más débiles, también ella protegía a los suyos. Lo que sí demostró esa serie fue su portentosa capacidad imaginativa y sus infinitas inquietudes artísticas que la condujeron por los mil y un caminos de la expresión literaria con abundantes volúmenes de relatos -especialmente me interesó en su momento Winter in July, creo que todavía no traducido al español-, precisamente muy en la línea de la premio nobel de este mismo año Alice Munro; además de puntuales incursiones en el verso y el drama teatral; incluso cómics y operetas.
Sea cual fuere el “elemento” en que se moviera esta británica que nació en la antigua Persia y se crió en la también antigua y colonial Zimbabwe su compromiso con el ser humano resultaba incuestionable. Tal vez también yo esté cayendo en el reduccionismo que denunciaba hace unas líneas al manifestar que el común denominador de la narrativa de Lessing tiene que ver con la resistencia humana, sin entrar en planteamientos de índole racial o genérica, ante las propias instituciones creadas por el hombre. Doris Lessing sería la encarnación del perfecto autor ácrata que cree en el individuo por encima de la sociedad, para quien la libertad es el bien más preciado y precioso y que debe ser defendido en cualquier situación.