Marta Espinós
Trayecto a las delicias
6 agosto, 2016 02:00El Bosco: El Jardín de las delicias (1503-1515) (detalle)
Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...
Sobrevolamos una ciudad en llamas, y ahí está. La orquesta patibularia. La tortura instrumentada, los martirios musicales. Condenados que pasean en torno a una gaita alambicada que escupe un bordón enloquecedor, o accionan ad aeternum una monstruosa zanfoña, o son empalados por chirimías. Las cuerdas de un arpa atraviesan un cuerpo crucificado. Un percusionista anfibio redobla un tambor-prisión. El mástil de un laúd es una columna de flagelación tañida por negros tentáculos. Su caja armónica aplasta un cuerpo con una partitura tatuada en las nalgas: "¡El Codex Gluteo!" pienso, y aguzo la vista, intentando descifrar la notación cuadrada que interpreta, a bramidos, un coro dirigido por un reptiliano rosa. Pero volamos a demasiada altitud, no consigo retener la partitura, y tampoco soy capaz de memorizar auditivamente ninguna parte del caos aberrante que nos rodea. Tan solo unos segundos de escucha son suficientes para perder el juicio: no es cacofonía, ni desafinación, es como si el temperamento utilizado fuera concebido exclusivamente para el delirio. Siento náuseas. "Por favor, cambiemos de tabla" pido al besugo. Una sacudida, y tras unas brumas, aterrizo plácidamente en una sábana de hierba fresquísima.
La encantadora jirafa de El paraíso parece sorprendida por mi súbita aparición. Le acompaña un perro bípedo. Los aullidos han cesado. "¿Cómo puedo salir de aquí?" pregunto desesperada, sintiéndome Alicia en el País de las Maravillas, Dorothy de El Mago de Oz y Adrian Leverkühn, todo absurdamente a la vez. Un lagarto tricéfalo que sale del agua intenta responderme: "Aquí mismo está una de las bisagras del tríptico. Úsala" me dice una cabeza. No le entiendo. "Es una bisagra mágico-metafórica, intercambiadora de realidades" me explica otra. "Te transbordará a las salas A y B" concluye la tercera cabeza. Miro a mi alrededor, descubro la pieza de metal detrás de mí. Parece imantada: una fuerza centrípeta me absorbe,y lo siguiente que oigo es la voz del vigilante de sala: "Disculpe, no puede acercarse tanto al tríptico". Mi ropa huele increíblemente a trementina. A mi alrededor, el alboroto mediático del Año del Bosco abarrota el Museo del Prado.