Rodrigo Rey Rosa publica Imitación de Guatemala. Foto: Archivo
Reúne en 'Imitación de Guatemala' (Alfaguara) cuatro novelas breves de juventud
Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958) hizo de la fuga, del alejarse de su tierra y de sí mismo, casi un oficio. Después de dejar sus estudios de Medicina, en 1988 abandonó su país para huir de la violencia cotidiana y estudiar cine en Nueva York sin dejar jamás de escribir. Luego marchó a Tánger, donde
conoció a Paul Bowles, del que fue alumno, amigo y traductor y que más tarde tradujo sus obras primerizas al inglés. Y regresó a su tierra “por curiosidad”, con la esperanza de que hubiese cambiado -”y lo ha hecho, a veces para peor”- dice a menudo el novelista, aunque hoy su vida allí como escritor le resulte muy aburrida. Ahora retorna también a sus primeras obras, que reúne en un volumen titulado "Imitación de Guatemala" (Alfaguara), con cuatro breves novelas escritas entre 1995 y 2005 que publicó en su momento Seix Barral.
Pregunta.- ¿Se reconoce en el Rey Rosa que escribió en el 95
El cojo bueno y
Que me maten si... en el 96... novelas incluidas en este volumen?
Respuesta.- Debo reconocer que sí, me reconozco a mí mismo en esas novelas, pero
ese reconocimiento me produce una sensación más cercana a la incomodidad que a la familiaridad.
P.- ¿Qué ha ganado y qué ha perdido en estas casi dos décadas?
R.- No creo haber ganado mucho; quizá cierta facilidad para dejarme llevar por mis propias invenciones. Y seguramente
he perdido paciencia.
P.- ¿De quién surgió la idea de unir estas cuatro novelas breves, de la editorial, de su agente, de usted?
R.- De María Fasce, mi editora en Alfaguara, pero no sé por qué. Puedo suponer que el hecho de que esos libros tuvieran tan pocos lectores como los que tuvieron en el momento de ser publicados haya sido una razón. Por lo que me han contado, esos títulos fueron siempre difíciles de encontrar, tanto en España como en Latinoamérica. Así que ¿por qué no intentar redistribuirlos en un solo volumen?
P.- ¿A qué se debe que haya preferido no alterar nada de las tramas y corregir apenas algunos errores?
R.- No me parece buena idea alterar las tramas de una novela vieja. ¿Para qué?
Quod scripsi, scripsi, ¿no? En todo caso, preferiría invertir energías en escribir algo nuevo que en intentar enmendar mis propias planas.
P.- ¿Y de qué se trata, qué está escribiendo ahora?
R.- De nada en realidad todavía...
P.- Volviendo a
Imitación de Guatemala, si algo une las cuatro novelas son la violencia, el azar, el amor y el humor negro al retratar su país, pero ¿qué tienen de ajuste de cuentas con el pasado y con su tierra, “el lugar más bonito del mundo, con la gente más fea”?
R.- Tal vez esos libros puedan leerse como un ajuste de cuentas con un pasado inmediato. Pero prefiero pensar que son más bien un simple reflejo, o imitación, de Guatemala. La idea de ajuste de cuentas, me parece, supone o una venganza o una reprensión. No se trata de eso, en mi caso. Yo diría que hay más de admisión de complicidad y de culpa, quizá una culpa colectiva, en lo que he escrito.
P.- En el libro afirma que la historia en Guatemala se repite una y otra vez. ¿es una certidumbre, una condena, simple realismo?
R.- Es una sensación. Creo que es verificable. Pero no a la manera de los metafísicos. No me refiero a la idea del eterno retorno, sino a un círculo vicioso.
P.- ¿De donde nació, en su caso, esa necesidad de huir del país que caracteriza a varios de los personajes, como Emilia en
Que me maten si..., a Juan Luis en
El cojo bueno, a Joaquín en
Piedras encantadas y al escritor Rey Rosa de
Caballeriza?
R.- Instinto de conservación. Impulso de fuga.
P.- Comparte la fascinación por Bowles de Juan Luis, el protagonista de
El cojo bueno... ¿lo conoció como él? ¿De qué manera le influyó como escritor y como individuo?
R.- Más que de fascinación yo hablaría de admiración. Tuve la suerte de conocer a Paul Bowles bastante mejor que Juan Luis, que sólo habló con él dos o tres veces. Yo viví en Tánger muchos años y al principio solía ir de tarde en tarde a verlo y a tomar el té a la hora en que recibía visitas.
Traduje varios de sus libros con la intención de aprender cómo estaban hechos, frase por frase. Fue una lección de claridad, de la que él tenía una idea eminentemente clásica. Hay que usar palabras claras y habituales y respetar el orden temporal según han ocurrido las cosas... Acerca del estilo decía que el ideal sería el que pudiera reproducir la manera de pensar del escritor, que se ajustara a su pensamiento como la piel a sus músculos, así que sólo el suyo propio podía ser el bueno. Siempre estuve de acuerdo acerca de esto. Como individuo,
me enseñó que era posible organizar la existencia alrededor del oficio de la escritura, aun cuando no fuera posible ganar dinero con los libros que uno escribe. Y, sobre todo, que no hay que perder el tiempo haciendo cosas que uno no quiere hacer.
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