Antonio Soler.
El escritor publica 'Una historia violenta'.
Antonio Soler (Málaga 1956), que mira con ojos bien abiertos y cara de niño asombrado y tímido, más bueno de lo que quería reconocerse en su infancia, cuando se soñaba malote y se despertaba pobre y sin futuro, acaba de publicar
Una historia violenta (Galaxia Gutenberg), “un libro con el que estoy especialmente contento”. Aunque el tiempo de escritura fue muy corto, confiesa que
tuvo una idea muy intensa y muy viva a partir de un recuerdo real, “el golpe que recibí en la cabeza con una piedra, de un modo casi idéntico a como ocurre en la novela, y a partir de ahí fueron surgiendo imágenes, ideas, recuerdos. Todo el material con el que se producen las novelas, y que en esta ocasión aparecían muy unidos y al mismo tiempo muy nítidos”.
Pregunta.- Autor de once novelas, premio Nadal con
El camino de los ingleses; Herralde con
Las bailarinas muertas, y tras obras de otro corte, como
Boabdil, de alguna manera esta novela supone regresar a sus orígenes, a esa época sin esperanzas en que tocaba “sufrir”, porque uno había caído “en la zona de sombra de la vida”, en la de los vencidos. ¿Por qué, y por qué ahora?
Respuesta.- Las novelas imponen su presencia, su existencia. A veces tengo en la cabeza alguna novela que está ahí en una especie de limbo, gestándose lentamente. Otras, en cambio, aparecen con más rotundidad, con una luz más viva. Se impone la urgencia de escribirlas, de entrar en ese mundo. Pues uno piensa que ese destello puede perderse, desaparecer como ha venido.
Esta es una novela que efectivamente siento muy mía, muy pegada a mis costillas, formando parte de mí mismo. Es mi aliento, mi mirada, un trozo de quien soy. Y eso estaba ahí, palpitando en el aire, yo debía extender la mano... y escribir doscientas y pico páginas.
P.- ¿No le parece que, casi medio siglo después, en muchas zonas de España hoy vuelve a estar más presente si cabe esa miseria cotidiana, esa derrota? ¿Cómo se abandona el bando del infortunio hoy?
R.- Esta tiene vocación de ser atemporal y por tanto es una novela del presente. Hay demasiados poderosos que hacen gala de su superioridad, sea del tipo que sea.
Demasiada gente relegada a la que le señalan su asiento de segunda o de tercera en la vida. Pero, como en la novela, a algunos de los privilegiados empiezan a aparecerles ratas en la casa, a apoderarse de ella. Creo que
el infortunio se abandona a través del conocimiento. Es cierto que eso tampoco lo ponen fácil, pero sigue siendo un método eficaz para ser libre y romper ataduras.
P.- Para el protagonista fingir es una manera de vigilar.... ¿como puede serlo escribir quizás?
R.- Sí, sin duda. Escribir es vigilar. Escribir significa estar alerta.
Cuando uno lo hace con intensidad, escribir no es una actividad, es un estado del alma. Y cuando uno escribe novelas con esa misma intensidad está alumbrando el mundo a través de algo fingido, inventado pero con el objetivo de llegar a tocar el corazón de la verdad.
P.- El protagonista sufre y es testigo de varias formas de violencia: medio siglo después no parece que hayamos mejorado, seguimos casi casi a garrotazos, a pedradas.
R.- La violencia es consustancial no ya solo con el hombre, sino con la naturaleza. La civilización consiste en refrenar esos impulsos naturales, en traducirlos a estrategias no violentas para conseguir aquello que pretendemos y lo hace fundamentalmente a través del lenguaje. El lenguaje es la base de la civilización. El lenguaje nos sacó de las cavernas, nos descubrió el mundo de la abstracción, de la inteligencia pura. Lo cual no significa que todos los individuos de la tribu hayan sido civilizados.
Hay gente bastante impermeable a la civilización, con lenguaje plano y siempre dispuesta a volver al confort de la caverna.
P.- También asistimos al despertar de sexo, a la envidia, la lujuria, la soberbia.... menudo retrato humano dentro de estampas cotidianas.
R.- Es el trabajo del novelista. Mostrar la cara oculta de la luna, que es tan real como la que vemos. Mostrar lo que encierran los seres humanos, no solo lo que ellos desean mostrar al mundo, su escaparate, sino el caos de la trastienda. Lo cual no quiere decir que solo seamos territorio en sombras. Somos la suma de la luz y de las sombras, y lo somos desde nuestros orígenes. Eso es lo que he tratado de contar en esta novela.
P.- Hay tres palabras que definen a las familias de los protagonistas: indispensable, calamidad, irremediable. ¿Qué lo es, hoy por hoy, para usted?
R.- Indispensable siempre es la libertad, indispensable siempre es la justicia. En todos los órdenes y en todos los campos. A partir de ahí podemos construir todo lo demás. Las calamidades empiezan a sobrevenir cuando hay injusticias, cuando las libertades se estrechan. En ese sentido el destrozo de esta crisis que estamos padeciendo no es solo económico sino en lo moral. Hay demasiada gente a la que se le ha reducido su ámbito, su capacidad de elegir una forma de vida. La economía también crea prisiones. Irremediable es todo aquello que proviene de la naturaleza, desde la biología que nos ataca y nos reduce, a las catástrofes naturales. Lo demás, lo que hace el hombre, es remediable.
P.- ¿Qué puede hacer la literatura para combatir esa sensación de naufragio general, ya seas un niño de un arrabal de Sanlúcar cuyo padre depende quizá del tráfico de tabaco, o un autor de fama, premiado y con miles de lectores?
R.- Para mí, que no fui precisamente un niño favorecido socialmente, la literatura comenzó siendo un refugio, una vía de escape, pero pronto
me di cuenta de que la literatura no me alejaba de la realidad, sino todo lo contrario. Me sumergía en ella, me abría los ojos y me ayudaba a comprender lo que sucedía a mi alrededor. A conocerme a mí mismo y también a conocer a los demás. Me daba instrumentos reales, prácticos, para relacionarme con el mundo. Y me proporcionaba algo mágico: lenguaje. Cuando algunos insistimos en que los sistemas educativos deben poner más énfasis en las humanidades y en la literatura, no es para que haya más lectores o escritores incipientes, sino para que haya ciudadanos más inteligentes, con mayor capacidad de pensamiento abstracto y de comunicación. De ese modo habrá mejores abogados, mejores economistas, médicos y políticos.
P.- Hace poco Muñoz Molina tuvo palabras durísimas sobre la situación de la educación en España. Es imposible solucionar todos los males en dos líneas, en una entrevista breve, pero, ¿en qué pondría el acento, cuál sería la clave para acabar con tanto niño nacido para el yugo, y con un futuro más oscuro aún que su presente?
R.- Estoy muy de acuerdo con lo que dijo Muñoz Molina. No solo necesitamos una educación universal, sino que esa educación sea rigurosa y esté contemplada como la mejor inversión de cara al futuro. Mientras no sea así estaremos a merced del viento.
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