Carlos, de Olivier Assayas. El Chacal televisivo
Por paradójico que suene, una de las mejores creaciones que pudieron verse en el pasado Festival de Cine de Cannes fue una obra realizada para la televisión: la mini-serie Carlos, escrita y dirigida por Olivier Assayas para Canal + Francia en asociación con el Sundance Channel. Animado por todo lo que he leído y escuchado a propósito de ella, a lo que se suma mi cambiante fascinación por el cine de Assayas desde que descubrí años atrás la maravillosa Finales de agosto, principios de septiembre (1998), he encontrado la ocasión de poder ver los tres capítulos de la mini-serie (cinco horas y media) y comprendí enseguida a qué venían las gratas reacciones que produjo su proyección en Cannes. En parte para contrarrestar el efecto de las ridículas tv-movies en torno a nuestra historia reciente, algunas inconscientemente cómicas, sería todo un gesto por parte de Canal + España programar en su parrilla esta serie de gran calidad de carácter histórico y realista (combina magníficamente la ficción con material de archivo), profundamente política y revisionista, en torno a la agitada vida del terrorista Illich Ramírez Sánchez, alias Carlos, más conocido como "Chacal".
Desafortunadamente, no parece que esto vaya a ocurrir. Probablemente porque Olivier Assayas no es un autor especialmente conocido en nuestro país, a pesar de que ser uno de los cineastas franceses más importantes de los últimos 20 años. Un autor aparentemente camaleónico que siempre ha mantenido un discurso coherente en el subtexto formal de sus películas. La obra de este excrítico del Cahiers du cinéma ha "sobrevolado" con su cámara (y lo de "sobrevolar" aplicado a su estilo es más que pertinente) prácticamente toda forma de cinematografía: el thriller romántico (Desórdre, 1986), el juguete postmoderno (Irma Verp, 1996), el melodrama histórico (Les destinéees sentimentales, 2000), el noir surrealista (demonlover, 2002), el drama familiar de herencias ozunianas (Las horas del día, 2009), etc. En España se han hecho esfuerzos por dar a conocer su obra, aunque desde luego no parecen suficientes si tenemos en cuenta que apenas tres de los trece largometrajes realizados por Assayas han conocido un estreno comercial en nuestras salas. El hecho es que la mini-serie Carlos (segunda paradoja) bien puede ser el perfecto punto de arranque para sumergirse en la obra cinematográfica de este cineasta, que a su manera resulta clave para entender el devenir del cine de autor contemporáneo.
En Carlos, Assayas recurre a la arquitectura clásica de la crónica gangsteril -nacimiento, ascensión y caída- para edificar un épica moderna de voluntad historicista. Tres bloques en los que se conjugan drama criminal y acción ideológica a lo largo de las dos décadas de actividad terrorista en la vida de Carlos, revolucionario de origen venezolano formado en la Unión Soviética, fundador de una red internacional de terrorismo comprometida con las "causas socialistas y los pueblos oprimidos" que deviene finalmente en un asesino a sueldo, un mercenario del terror contratado por gobiernos anti-imperialistas y hasta por grupos islámicos, que se convierte en una "curiosidad histórica" tras la caída del muro de Berlín. En términos narrativos, Assayas logra equilibrar un incisivo retrato geopolítico del terrorismo internacional de Estado con un viaje a la mente de un egocéntrico asesino político (retratado, al principio del film, mirándose desnudo frente al espejo: imagen del onanismo) y una desolada visión histórica en torno a la utopía ideológica devorada por el color del dinero. Un caleidoscopio que abarca el trayecto político del mundo desde los años sesenta a los años noventa, a través de una docena de países, decenas de personajes (donde políticos, terroristas y servicios secretos forman parte de un mismo juego de compromisos y traiciones) y un puñado de idiomas. A su manera, esta ambiciosa serie (que nunca exhibe esa ambición como un punto de partida, sino como el resultado de su trayecto) es el múltiplo exponencial de Boarding Gate, película-relámpago que realizó Assayas en 2007 y que ahora bien puede verse como una obra de prueba y ensayo donde, aparte de proporcionar un fogoso vehículo expositivo a la volcánica Asia Argento, el cineasta exploraba ya las dinámicas por las que se rige Carlos, abriéndose paso por el atropellado marasmo de la globalización.
La contemporaneidad, esa sensación de que el mundo nace y muere a cada segundo, de que vivimos un tiempo líquido e inaprensible, puede leerse (experimentarse) a través de las imágenes en fuga perpetua con las que Assayas construye sus películas, algo en lo que juega un papel fundamental la labor de montaje, tan nervioso y solipsista, y el amplio conocimiento de la música popular de Assayas, quien ha afirmado que Bob Dylan ejerció más influencia en su formación como cineasta que las películas de Dreyer. En este sentido, Carlos se ofrece como un extraordinario punto de llegada de la enérgica obra de Assayas. El vértigo narrativo para construir las escenas y establecer profundas asociaciones entre ellas (de modo que los 330 minutos de la serie pasan como un vendaval) no responde en Carlos a un mero compromiso con el "tempo" televisivo, sino a la preocupación constante de Assyas sobre la función que el cine puede llegar a ejercer como construcción posible de un mundo, y reflejar así el desorden de la realidad contemporánea. El ritmo de vida del protagonista (incorporado con magnetismo por el actor Edgar Ramírez, cuya transformación física a lo largo de la serie es asombrosa) se ajusta como un guante (o viceversa) a esa concepción del tiempo cinemático que ha ido afinando Assayas a lo largo de toda su obra: el drama deslizante, el artefacto huidizo.
Hay muchas razones para no perderse estas cinco horas y media de gran televisión. La miniserie Carlos no es sólo la expresión manifiesta o la esencia destilada del cine de Assayas, sino que se trata de una pieza mayor de entretenimiento, de extraordinaria calidad, surcada de emoción, acción y dinamismo. Es sobre todo la crónica crítica y pretendidamente objetiva de los derramamientos de sangre, las desilusiones románticas y las traiciones ideológicas que han colisionado en el vacío político que hoy nos gobierna. No la dejen pasar de largo.