Polanski, Perdidos
1. Polanski acaba de hacer público un texto de autodefensa en el que repite lo de siempre, que el juez californiano que le juzgó le tenía manía persecutoria y que le engañaron. Ambas cosas son ciertas. El director de Chinatown o El escritor lleva encerrado desde finales de septiembre, hace casi medio año. Desde luego, nadie tiene derecho a reírse de la justicia por muy Polanski que sea pero tampoco puede suceder lo contrario, sufrir un castigo mucho más duro por ser una celebridad. La situación del director es insostenible, injusta y presenta una idea de la Justicia más revanchista que otra cosa. Este calvario debe terminar de una vez por todas porque ofende a la dignidad más elemental. Por otra parte, no deja de causar sorpresa que su último filme, El escritor, haya sido un fenomenal éxito de taquilla en España, sin duda en parte aupado por el escándalo. Nunca fue tan cierto aquello de "el medio es el mensaje". No importa el motivo por el que uno salga en televisión (en este caso una violación a una menor, más truculento casi imposible) sino simplemente salir en ella.
2. Confieso que hasta hace pocos días jamás había visto Perdidos, la serie cuya sexta temporada toca estas semanas a su fin en medio de una gran histeria colectiva. Durante todo este tiempo he oído una y mil veces que la ficción de JJ Abrams poco menos que supera a Proust y Faulkner juntos en narrativa sumado a la pericia visual de Steven Spielberg y David Lynch en estado de gracia. Suele suceder que los aficionados a expresiones menores de la cultura como la televisión en cuanto pillan algo que les gusta y además tiene cierto predicamente entre la crítica se lanzan a defenderlo como la quintaesencia del arte contemporáneo. Sólo he visto cuatro capítulos de Perdidos y no estoy muy seguro de que me apetezca tragarme las ¡60 horas! que dura. Lo siento, pero sí vi una serie bien hecha, con cierta originalidad y algún detalle interesante, pero más bien me pareció una versión sofisticada de Melrose Place que una obra maestra cinematográfica. O sea, un culebrón con chicos y chicas guapas de los de toda la vida con una ligera y vaga coartada intelectual. Poca cosa, vamos.
2. Confieso que hasta hace pocos días jamás había visto Perdidos, la serie cuya sexta temporada toca estas semanas a su fin en medio de una gran histeria colectiva. Durante todo este tiempo he oído una y mil veces que la ficción de JJ Abrams poco menos que supera a Proust y Faulkner juntos en narrativa sumado a la pericia visual de Steven Spielberg y David Lynch en estado de gracia. Suele suceder que los aficionados a expresiones menores de la cultura como la televisión en cuanto pillan algo que les gusta y además tiene cierto predicamente entre la crítica se lanzan a defenderlo como la quintaesencia del arte contemporáneo. Sólo he visto cuatro capítulos de Perdidos y no estoy muy seguro de que me apetezca tragarme las ¡60 horas! que dura. Lo siento, pero sí vi una serie bien hecha, con cierta originalidad y algún detalle interesante, pero más bien me pareció una versión sofisticada de Melrose Place que una obra maestra cinematográfica. O sea, un culebrón con chicos y chicas guapas de los de toda la vida con una ligera y vaga coartada intelectual. Poca cosa, vamos.