Rigoletto invade la grada
Entramos en el nuevo montaje del Teatro Real, que superará récords de reparto, funciones y público
22 mayo, 2009 02:00El barítono Roberto Frontali y la soprano Mariola Cantarero.
Una de las obras más esperadas de la temporada operística llega al Teatro Real. Rigoletto, el Verdi en toda su plenitud, batirá récord de repartos y representaciones. Entre sus protagonistas, Mariola Cantarero, José Bros, Roberto Abbado y el legendario Leo Nucci. Monique Wagemakers firmará la dirección de escena, Michael Levine la escenografía y Sandy Powell los figurines.
El interior del Real se mantiene estos días a las mismas revoluciones que una sala de urgencias: borriquetas apostadas en las esquinas con trajes que reciben los últimos arreglos en sofisticados quirófanos textiles, sesiones intensivas de maquillaje y peluquería, montaje y puesta a punto de los decorados y la compleja maquinaria que los articula y ensayos, muchos ensayos, para perfeccionar los números ígneos y sincronizar a dos centenares de profesionales, entre artistas y técnicos. El coliseo madrileño quiere ir cerrando el quiosco operístico sin rebajar, ni en un grado, el nivel con el que lo abrió el 28 de septiembre pasado. Saben que si la ópera tuviera que ser condensada en un único compositor, éste se parecería mucho a Verdi. Que si el género fuera sintetizado en una obra, hablaríamos de Rigoletto. Y que si hubiera que elegir un aria entre las 44.000 obras del catálogo operístico, La donna è mobile, con permiso de algunos autores, rozaría la unanimidad. Tal vez no entre la crítica especializada o entre los melómanos empedernidos, pero sí entre el público que llena a granel la zona G del paraíso.
Cuentas pendientes. El teatro madrileño decidió empezar la temporada con un baile de máscaras y, una vez cicatrizadas las heridas causadas por la renovación, no tiene inconveniente en descubrirse con otro Verdi, víspera de Las bodas de Fígaro de Mozart, que será el broche definitivo de la temporada. Aprovechará también para sacarse la espina del último Rigoletto de 2001. Una producción criticada y celebrada a partes iguales, en la que los aplausos que resonaron en la plaza de Oriente, donde se proyectó el montaje en pantalla gigante (la misma que instalarán, con idéntica intención, el próximo 6 de junio), compensaron la apatía y el abucheo flácido del interior del recinto. Y se confirmó, nuevamente, el fervor popular que, cien años después de su desaparición, sigue despertando el compositor de Busseto.
Si aquello salió medio bien, no han faltado buenos y malos augurios durante los preparativos de esta nueva intentona, que se anunció con una baja sorprendentemente previsible. Juan Diego Flórez, tras la experiencia de Dresde, dijo no al que habría sido su segundo Duque de Mantua, un personaje lleno de trampas, una tesitura incómoda y un papel poco re- comendable si de verdad aspiraba a cumplir con los compromisos de su agenda belcantista. La noticia llegó en verano, aprovechando el sopor mediático. Y, a la vuelta, el fichaje estrella fue sustituido por José Bros, que hasta entonces aparecía como segundo reparto, coincidiendo con el lanzamiento de Giuramento, una suerte de pacto de fidelidad que da nombre a un disco con las arias del recital que en 2007 ofreció el tenor barcelonés en Madrid. "Uno de mis maestros solía decir -explica Bros a El Cultural- que, si consigues cantar bien el Duque, entonces es que estás preparado para cantarlo todo. Y, al cabo de los años, me he dado cuenta de que es cierto. El Duque es un rol traicionero: cuando no es la tesitura es por una interpretación llena de matices". Y hereda el cetro del primer reparto sin más vueltas de hoja. "La decisión de Flórez me parece inteligente. No es fácil darte cuenta de tus limitaciones cuando estás en lo más alto". Junto a Bros, darán vida al licencioso duque los italianos Francesco Meli y Roberto Aronica. "¿Mis duques de referencia? Tengo muchos. Desde los que lo cantaron al final de su carrera, como Alfredo Kraus, a José Carreras o Jaime Aragall, que lo hicieron tan pronto como les fue posible". En sus últimas apariciones, asegura haber intentado amalgamar los personajes de un currículo cada vez más propenso al repertorio francés (Fausto, Los cuentos de Hoffmann, Werther, Manon, Pescadores de Perlas o el Romeo y Julieta que va a debutar próximamente) y donde no escasean ciertos roles, en palabras de Bros, peligrosamente ingratos. "A veces no transluce la dificultad de un personaje, el trabajo invertido en un determinado pasaje. Estoy hablando de Elvino de La sonnambula o el Duque de Leicester de Maria Stuarda, que acabo de cantar en Venecia, personaje que se inicia con una cavatina pero que luego se pasa la obra enredado en los dúos". Algo que, desde luego, no va a echar en falta en Rigoletto, cuya partitura Verdi describió "como una cadena casi infinita de dúos". Harán la contra al Duque, en el papel del jorobado, los barítonos Roberto Frontali, Zeljko Lucic, Anthony Michaels-Moore y el legendario Leo Nucci, que, a modo de homenaje, actuará el día 22. En el rol de Gilda se alternarán las sopranos Patricia Ciofi, Inva Mula, Cinzia Forte y la granadina Mariola Cantarero.
De 'coverista' a diva. Se ha hablado de un acuerdo sotto vocce entre Mariola Cantarero y Juan Diego Flórez que habría hecho posible que no coincidieran en los repartos a fin de salvaguardar los agudos del peruano, algo que la soprano desmiente con una sonrisa y no pocos halagos a las pirotecnias vocales del tenor. Prefiere, eso sí, abundar en el catálogo de afinidades que evidencian su buena relación con el "otro Duque". "Con Bros -recuerda Cantarero- siempre he conectado. Coincidimos en el Liceo, cuando yo hacía de cover de June Anderson para Lucia di Lammermoor. Me pasaba las horas sentada frente a un atril, siguiendo la partitura, y él era de las pocas personas que se acercaban a saludarme, a comprobar qué tal estaba". Una década después de aquello, Cantarero ha ido ganando empaque y soltura sobre el escenario, pero sin perder en el camino la autenticidad y la naturalidad que la vienen caracterizando. Se sigue comiendo las eses y asegura estar ganándole, poco a poco, la batalla a los dichosos kilos. "Dije que no cantaría La Traviata hasta que me quitara esos 15 kilos que han sido siempre marca de la casa. Ya está apalabrada con el Maestranza, así que tengo un año para adelgazar. Prometo dar el campanazo, no van a reconocerme cuando salga a escena". Lo dice tal cual lo siente, sin que haya un ápice de preocupación en sus gestos cuando se le pregunta por el giacomettismo que se avecina. A lo sumo, se pone nostálgica al recordar a la Turandot de generosas dimensiones a la que dio vida Jane Eaglen en 1998. "Entiendo que todo entra por los ojos en estos tiempos. ¡Pero qué voy a decir yo, que soy la primera presumida! La ópera ha cambiado mucho desde aquella Turandot, ahora priman otras muchas cosas. No es por polemizar, pero lo de Aquiles Machado del último Rigoletto fue una discriminación en toda regla".
Cuestión de dosis. Monique Wagemakers, la directora de escena que ideó la producción holandesa en que está inspirado el actual montaje, sabe que en el minimalismo no hay venenos, sino dosis. Por eso aspira a una trasgresión equilibrada, fiel al libreto y a la partitura, y, puestos a pedir, algo menos excesiva que la de Graham Vick. "El gran reto de esta obra -explica durante un ensayo- es conciliar la multiplicidad de caracteres del Duque, la polaridad bufón-padre de Rigoletto y la búsqueda de identidad de la joven e inocente Gilda". Con esta idea de sobriedad, ha vaciado el escenario de utillajes para centrarse en una gestualidad que termina siendo coreográfica y en la que "ningún movimiento es arbitrario". Paradigmático de su planteamiento es la presencia de un coro masculino que "interactúa con entidad propia y va creando los espacios para la acción" sobre una plataforma hidráulica, cuyo funcionamiento resulta aún un misterio.
Codo con codo con Wagemakers, trabaja el escenógrafo Michael Levine y Sandy Powell, figurinista británica que reparte su tiempo entre proyectos de ópera y superproducciones cinematográficas que ya le han procurado un par de Oscars por Shakespeare in love y El aviador.
Frente a la Sinfónica de Madrid estará Roberto Abbado. Nieto de un prestigioso profesor de violín, hijo del director del conservatorio de Milán (que precisamente lleva el nombre de Verdi) y sobrino del maestro Claudio Abbado, entiende la música en todo su contexto. "Si tuviera que decir qué distingue a los Abbado, diría que somos racionales y pasionales al 50%". Talante fundamental a la hora de abordar la trilogía popular en la que, con La Traviata e Il trovatore, se inscribe Rigoletto. Una ópera inequívocamente moderna, no sólo por su colorido orquestal o un refinamiento instrumental muy a la francesa. Moderna, sobre todo, por sus reminiscencias revolucionarias, deudoras de los delirios románticos de Victor Hugo, cuyo Le Roi s’amuse inspiró un libreto, enjuagado por la censura de la época, que firma el poeta Francesco Maria Piave y que cuenta el drama de una mujer víctima de la maldición que se cierne sobre su padre, bufón del libertino Duque de Mantua.
Eslogan patriótico. Rigoletto alcanzó tal nivel de connivencia con la grada que terminaría erigiéndose, como ya ocurriera antes con Nabucco, en himno del risorgimento y convertiría el ¡Viva VERDI! (acróstico de Vittorio Emmanuele, Re D’Itali) en un eslogan patriótico como pocos se han conocido. "Cuando cae el telón, te das cuenta de que acabas de presenciar el súmmum de la perfección de la ópera italiana, el Verdi en toda su expresividad y plenitud compositiva", sostiene Abbado. "Va a ser una experiencia inolvidable. Mi primer Rigoletto y, además, en presencia de buenos amigos". Se refiere al legendario Leo Nucci y al resto de italianos que integran el reparto. Entre ellos, el primer Rigoletto, Roberto Frontali, con quien se las vio recientemente en la Lucia de La Scala, un cantante aclimatado a la dificultad de los papeles verdianos, como se pudo comprobar en los últimos Don Carlo e Il trovatore del Real. "No creo que estrenar Rigoletto en un teatro regio -admite, no sin cierto sarcasmo, Frontali- suponga una irreverencia. La permanente actualidad de la obra reside en la manipulación que ejerce la gente con poder. Las relaciones laborales, sin ir más lejos, son buen ejemplo de lo que digo". Por eso, un siglo, 58 años, tres meses y varias crisis financieras después de su estreno en La Fenice veneciana seguirá cayendo el telón de Rigoletto con la misma contundencia de siempre.