Gilles Lipovetsky: "Los intelectuales ya no son los sacerdotes del mundo"
Estamos en la Universidad de La Sorbona, tras una conferencia multitudinaria, y el autor de El Imperio de lo efímero nos atiende con cordialidad. Gilles Lipovetsky (1944) es uno de los filósofos franceses más reconocidos internacionalmente. Sus libros sobre las mutaciones acaecidas en los códigos sociales y morales de las sociedades modernas han llegado ser auténticos bestsellers y se han traducido a una veintena de lenguas. Discípulo y amigo de Jean François Lyotard, con quien compartió militancia en Pouvoir Ouvrier, se erigió en el exegeta del posmodernismo (él mismo acuña ahora la denominación de hipermodernismo).
Observador, con Baudrillard, de los fenómenos de la seducción, Lipovetsky mantuvo desacuerdos con Finkielkraut. En realidad, nada de lo humano le es ajeno a este profesor de filosofía de Grenoble que con La era del vacío edificó el discurso del individualismo y narcisismo contemporáneos, y se convirtió en el pensador de referencia de la modernidad. Conferenciante por todo el mundo, este filósofo que gusta de provocar y agitar los dulces sueños platónicos de sus colegas que no pisan la realidad, afrontó en su ensayo El crepúsculo del deber el tema de las nuevas éticas, y más tarde despertó la irritación de un sector del feminismo con su libro La Tercera Mujer. A nadie deja indiferente, pero todos acaban reconociendo la audacia y complejidad de su pensamiento.
Las apariencias y el exceso
-Da la impresión de que usted da otra vuelta de tuerca a la idea de Lyotard de que la reflexión posmoderna tiende a “ la incredulidad ante las metanarrativas de la historia”. En El imperio de lo efímero ofreció una relectura de las estructuras que han determinado la organización social de la moda y ahora analiza los cambios producidos en la dinámica social del lujo. ¿Sigue postulando la reinterpretación de estos fenómenos?
-Lo que yo hago es retomar una cuestión de larga tradición en la historia del pensamiento. Desde Platón a Epicteto, pasando por Rousseau y Voltaire, hasta llegar a los análisis clásicos de Thorstein Veblen, las apariencias y el exceso no han dejado de suscitar el interés de la filosofía. En el último medio siglo la comunidad erudita ha considerado el fenómeno como un tema inferior que no ha merecido aportaciones teóricas o conceptuales de interés. Estamos siendo testigos de importantes cambios en la esfera del lujo. Asistimos a la gran expansión del mercado de los productos sofisticados, con la consiguiente democratización de un consumo anteriormente reservado a unos pocos. Pero no se trata únicamente de una nueva dimensión económica (una institución antes artesana y exclusiva se convierte ahora en masiva, mediática y globalizada). Existe un factor novedoso en relación al individualismo contemporáneo. “El lujo me tranquiliza”, es un anuncio de unos grandes almacenes de París. Hoy todos queremos tener derecho al bienestar, al goce estético, a los placeres, a la paz material y espiritual. Para el individuo contemporáneo el lujo implica una categoría subjetiva, menos ligada a la ostentación y al aparentar, y más vinculada a lo emocional.
Arqueología del lujo
-Usted viene a decir que el lujo forma parte de la inteligibilidad de las sociedades humanas desde sus mismos orígenes.
-Así es. Al remontarnos a la arqueología del lujo, cuando leemos a los etnólogos y a los antropólogos, llegamos a la conclusión paradójica de que el lujo surge antes de que exista la riqueza. Lo que yo llamo espíritu de lujo ha precedido en la historia de la humanidad a la aparición de los objetos suntuarios. De los análisis de Marshall Sahlins podemos deducir que incluso antes del desarrollo de las “artes de la civilización”, en los pequeños grupos nómadas de cazadores-recolectores del paleolítico ya se daba una lógica del lujo, una tendencia a la dilapidación y al intercambio ritual para asegurar los vínculos comunitarios, pero también para comunicarse con las fuerzas de lo invisible, con los espíritus del más allá. De modo que desde la edad de piedra podemos hablar de una tendencia al gasto superfluo. Incluso en situaciones extremas para asegurar la manutención del porvenir, en las ocasiones festivas, las sociedades del paleolítico despilfarraban sus recursos sin mirar al mañana. Es el intercambio ceremonial, el espíritu de largueza y no la acumulación de bienes de gran valor lo que caracterizaba el lujo primitivo. De modo que no se puede comprender el lujo primitivo sin encuadrarlo en un orden social y simbólico donde se entremezclan aspectos económicos y relacionales, metafísicos y mágicos.
Principios de la desigualdad
-En su recorrido por la historia del lujo, la dimensión espiritual se va a entrelazar con el orden jerárquico y la aparición de las clases sociales.
-Sólo a partir del IV milenio a. C. encontramos sepulturas diferenciadas socialmente. Por un lado estaban los enterramientos humildes, desprovistos de toda ofrenda, y por otro las tumbas principales con cerámicas finas, joyas preciosas y ornamentos de prestigio. El lujo en esta instancia aparece como mediador entre la otra vida y el cosmos jerárquico de la tierra. El advenimiento de las jerarquías teológico-políticas se tradujo en la división social, en la desigualdad en los modos de alimentarse, de vestir, de vivir y hasta de morir, por tanto se institucionaliza el lujo público y el lujo privado. Es la época de los monumentos funerarios grandiosos, de los palacios y la suntuosidad, elementos que reforzaban el poder y la superioridad jerárquica. Símbolos vinculados a los principios de la desigualdad pero también al deseo de inmortalidad y de reconocimiento de los poderosos. Esa necesidad de recibir honores y distinciones a través de la dilapidación suntuaria, va a continuar en el mundo greco-romano. Los notables van a rivalizar en el despilfarro.
-Según su punto de vista, en las sociedades modernas hemos pasado del lujo representativo, elitista y ostentoso, a un lujo más democrático y emocional. Lujo para todos. ¿No parece algo utópico?
-Cuando hablo de una nueva edad del lujo me estoy refiriendo no sólo a los cambios significativos que han tenido lugar en los aspectos de la oferta, sino también a las nuevas motivaciones de la demanda. La individualización, lo emocional y la democratización son los procesos que tienen lugar en la cultura contemporánea del lujo. Esto no quiere decir que hayan desaparecido el deseo de aparentar y la búsqueda de la distinción social mediante signos demostrativos de riqueza. El derecho a sentirse bien con uno mismo, el deseo de vestirse conforme al estilo propio, o el hecho de tener un coche de alta gama (o alojarse en un gran hotel), se lleva a cabo para el propio placer y no para ser admirado, y esa dimensión subjetiva ha llegado a ser dominante. Todos los observadores del consumo reconocen el estancamiento de los productos de primera necesidad y el crecimiento de productos “especiales”. Y esto se ve en la alimentación, en los viajes, en el ocio, en la decoración y en el enorme mercado estético. Todo el mundo quiere disfrutar de aquello que puede hacerle sentirse mejor. Hace algunas décadas, una frase resumía la impotencia para acceder a ciertos caprichos: “eso no es para nosotros”, se decía en las clases más desfavorecidas. El espíritu de hoy se pregunta: ¿por qué no para mí? El lujo ha entrado también en la dinámica acelerada de lo que yo llamo el hiperconsumo. No hay un sólo modo de lujo, sino muchos lujos diversos y adaptados a cada bolsillo. Lujo a la carta: un europeo de cada dos ha consumido a lo largo del año pasado algún producto de lujo.
-Gran parte del mercado del lujo tiene su punto de mira en las mujeres. Usted habla de la feminización del lujo. ¿Está diciendo que la mujer seguirá más vinculada que el hombre al mundo de las apariencias?
-La feminización del lujo es un fenómeno reciente. Hasta el siglo XVIII el lujo fue cosa de hombres. Al reinterpretar la cuestión del lujo hay que hacer también una reevaluación de las divisiones sociales de los sexos en el pasado. Lo suntuoso y la prodigalidad constituyeron los grandes vectores del poder masculino, desde las sociedades primitivas hasta la Revolución Francesa. El inventario del vestuario masculino en la Roma del Renacimiento revela el lugar preponderante de los hombres en cuestiones de apariencia. El gran cambio se produce en el XVIII, coincidiendo con el auge de los comerciantes de ropa femenina, y se institucionaliza en el XIX, en torno a la Alta Costura y a la popularización de las artes decorativas entre las capas sociales burguesas. Sin duda, en el siglo XX la liberación de la mujer ha dado un nuevo giro a la feminización del lujo. En las sociedades occidentales la mujer ya no depende económicamente del marido. Las tendencias, sin embargo, no contemplan cambios: las mujeres seguirán siendo las grandes consumidoras de este mercado. Su relación con la moda, con la belleza y la permanencia de los roles en la organización de la casa llevan a suponer que gran parte del consumo de artículos de lujo seguirá conjugándose en femenino.
Hiperconsumo sin fronteras
-En Le débat acaba de publicar un extenso análisis sobre lo que llama la “sociedad de hiperconsumo”. Dice que es paralela a una espiral de ansiedad y a la búsqueda de sentido por parte de los ciudadanos. Sostiene que hay que seguir interrogándose sobre el nuevo “totalitarismo mercantil”. ¿Qué dirección lleva este hiperconsumo sin fronteras?
-Hay que hacer un intento por ver la complejidad de las mutaciones en las dinámicas del consumo. Hacia finales de los 90 los observadores señalaban una crisis en las sociedades de la abundancia: perdida del apetito consumista, indiferencia por las marcaz. éste titular apareció en L’Express: “¿Y si nuestro fin de siglo anunciase el final de la sociedad de consumo?”. Nada más lejos. El cambio a un sistema globalizado de redes de información, la modificación de actitudes en el seno de nuestras sociedades y la búsqueda de la calidad de vida por encima de la acumulación de bienes surgen como algunas de las consideraciones que han modificado el tipo de sociedad de consumo vigente hasta los años 90. Estamos ante un nuevo rostro del consumo de masas, desde el punto de vista de la demanda. El perfil del consumidor hipermoderno es flexible y nómada, volátil y transfronterizo, inestable y fragmentado, exigente y ético. La observación y el control se deberían focalizar sobre la presión creciente de la oferta, con unas técnicas de marketing cada vez más omnipresentes y sofisticadas; pero mi tarea consiste en realizar un análisis teórico y descriptivo del fenómeno y advertir de sus metamorfosis. Propongo interpretaciones que luego deben ser retomadas por otros ciudadanos desde sus perspectivas: los políticos, los economistas, los sindicalistas, las asociaciones de consumidores, los ecologistas. No soy catastrofista y creo que la sociedad de hiperconsumo no va a acabar con los ideales sociales. Los derechos del hombre, las libertades públicas e individuales, la tolerancia, la repulsa de la violencia y la crueldad, el amor y los valores afectivos no corren peligro de desaparecer en la apoteosis consumista, como piensan algunos apocalípticos.
-Su tarea de interpretar los fenómenos del mundo contemporáneo para abrir otras líneas de pensamiento coincide con su idea democrática de que el conjunto del cuerpo social es más inteligente que un genio dispuesto a cambiar el mundo.
-Creo que ha pasado ya el momento en el que los intelectuales se presentaban como los nuevos sacerdotes del mundo, llevando en su cabeza la solución a todos los problemas universales. Yo me siento simplemente un demócrata que observa algunos hechos y no me dispongo a reformar la sociedad, sino a comprenderla, porque creo que la sociedad debe ser reformada por el conjunto de los ciudadanos.
-Gran parte de la opinión pública internacional manifestó su oposición a la intervención armada en Iraq. ¿Cómo valora está movilización, mayoritariamente joven?
-Aquí se ve un claro ejemplo de las nuevas responsabilidades morales de los jóvenes. Lejos de caer en el egoísmo, lo que yo he llamado el nuevo individualismo responsable coincide con “la moral de la piedad universal” de Nietzsche. Al menos desde Occidente, a fuerza de vivir sin grandes privaciones concebimos el sufrimiento del otro como intolerable. Las nuevas condiciones de bienestar dejan al descubierto la conmoción ante las injusticias.
Política de la inteligencia
-Es miembro del Consejo Nacional de Programas de Educación en Francia, y ha hablado de que deberíamos aspirar a entrar en una “política de la inteligencia”. ¿Qué papel juega la educación en la construcción de un futuro más justo?
-Uno relevante. Creo que tenemos que exigir políticas más competitivas, con individuos mejor preparados, más humanistas. La eficacia social y política pasa hoy por la inteligencia, la cualificación y la innovación para afrontar conflictos cada vez más complejos. Son necesarias políticas de formación y capacitación a medio y largo plazo. La inversión en educación y formación se traduce en instituciones con funcionamientos más acertados a la hora de enfrentarse a los grandes problemas de nuestro tiempo. Estamos aprendiendo a movernos en una sociedad de redes y nuevas tecnologías; se necesitan personas cada vez más especializadas para la adaptación de todos a este nuevo universo, porque de lo contrario quedaran en el camino los nuevos analfabetos del siglo XXI. Los conflictos actuales no pueden ser resueltos solamente a base de voluntarismo moral ni tampoco en términos de competitividad. Deberíamos ser capaces de aspirar a unas políticas más humanistas que valoren la reflexión, la inteligencia y la creatividad como vehículos para acercarnos a la resolución de las profundas fracturas sociales.