Jardiel o el teatro inverosímil
Jardiel Poncela, por Grau Santos
Provocador, sarcástico, mujeriego, contradictorio, Enrique Jardiel Poncela hubiese cumplido el próximo lunes cien años. Cien años de teatro, cien años de humor, de absurdo, de vanguardia, de transformación y de polémica. La obra y la vida de Jardiel Poncela, que resurgen en su centenario de entre las cenizas del prejuicio y del olvido, no han encontrado justicia en la historia de nuestra escena. El autor de obras como "Usted tiene ojos de mujer fatal" (1933), "Cuatro corazones con freno y marcha atrás" (1936), "Un marido de ida y vuelta" (1939), "Eloísa está debajo de un almendro" (1940),"Los ladrones somos gente honrada" (1941) y "Los habitantes de la casa deshabitada" (1942) revolucionó la forma de entender el teatro español. Miguel Martín, Ignacio Amestoy, José Monleón, Alfonso Sastre, Juan Carlos Pérez de la Fuente, Gustavo Pérez Puig y César Oliva analizan para El Cultural los aspectos más significativos del dramaturgo, desde los apuntes biográficos hasta su etapa en los estudios de Hollywood pasando por su relación con la crítica, las mujeres y el humor. Publicamos, además, cartas y documentos inéditos en los que queda patente su insobornable sentido de la comedia hasta en los detalles últimos de lo cotidiano.
Es significativo que la acción renovadora de Jardiel comience en una fecha de gran calado en el universo literario español, 1927. En esa fecha, en la que surge la Generación del 27, que encabeza García Lorca, Jardiel toma su gran decisión. Jardiel conocía el teatro viejo que despreciaba porque lo había hecho, y su determinación era la de apartarse de él. Pero no por ello dejó de pensar que el teatro hay que hacerlo para el público: "Es inútil ponerse de espaldas a la sala, porque el escenario está enfrente".
Es el 2 de febrero de 1927 cuando Enrique Jardiel Poncela decide iniciar su particular ofensiva. Bien es cierto que en este arranque estará movido por la necesidad económica. El periodismo que practicaba no le da para vivir. No le gusta el teatro que está haciendo y tampoco le proporciona unos ingresos relevantes. Ese día acude desesperado a la Caja de la Sociedad de Autores sin saber que la liquidación del mes arrojaba una cantidad de 510 pesetas a su favor. Una grata sorpresa. Es un dinero que le va a permitir emprender la nueva singladura.
"510 pesetas imprevistas significaban", escribiría Jardiel, "apretándose todo lo apretable, otro mes de vida o quizá mes y medio. En ese tiempo podían ocurrir muchas cosas. Una de las cosas que podían ocurrir era que yo dispusiese de una semana de tranquilidad económica y mental para escribir una comedia. (...) Por la tarde cogí un paquete de cuartillas y escribí: Acto primero. Nacía Una noche de primavera sin sueño."
Tras el éxito de "Una noche de primavera sin sueño", el camino estaba trazado. Jardiel tenía crédito. Y, ahora ¿qué escribir? El autor sabe lo que hay que hacer para tener éxito: "Todo consiste en hacer una comedia verosímil, rabiosamente verosímil, en la que hasta el menor incidente esté sujeto a lo que la gente llama lógica, y en la que se digan cosas cuyo comentario pueda ser: "¡Qué verdad es eso!" Pero él no quiere un teatro verosímil, lo que quiere es un teatro inverosímil. Jardiel viene a equiparar el teatro verosímil con el que llamará "teatro asqueroso". Pero antes de llegar a su teatro inverosímil tendrá que hacer algunos sacrificios...
Su siguiente obra, "Margarita, Armando y su padre" (1931) es un éxito. Mas Jardiel Poncela, con treinta curtidos años, era consciente del terreno que pisaba. Lorca había estrenado el año anterior "La zapatera prodigiosa", y escribía el "Perlimplín" y "Así que pasen cinco años". Poncela no se engañaba al pensar en el éxito de "Margarita": "Te has propuesto hacer una cosa", se decía, "y la has hecho. ¡Muy bien! Pero no te pongas tonto, porque "Margarita, Armando y su padre" se basa en una idea feliz e ingeniosa (...); pero no es la comedia magnífica que han dicho los críticos, y tú los sabes".
Por esas fechas, mientras Federico García Lorca irá a Nueva York, en 1929, Enrique Jardiel Poncela irá a Hollywood, en 1932. Los dos se dejan impregnar por los aires del nuevo continente. Para Jardiel, el cinematógrafo será un arte seductor, pero contra el que hay combatir: "El cine, tal como se produce en España -e incluso en Hollywood- es el microbio más nocivo que puede encontrar en su camino un escritor verdadero". Jardiel, desentendiéndose del cine, apuesta de nuevo por la escena. "Me decidí por el teatro", dejó escrito.
Y el arte teatral de Jardiel se va perfilando más y más, junto a maestros como Martínez Sierra, su gran admirador, que también lo fue de Valle-Inclán y García Lorca. Por la línea del teatro paródico, que habían practicado desde el propio Don Ramón hasta Muñoz Seca, se planteó "Angelina o el honor de un brigadier" (Un drama en 1880) (1934). "Angelina" es relevante porque será la primera de las que el autor considere "comedias sin corazón", su canon.
Jardiel logró imponer su signo. Es aquella inverosimilitud, enfrentada a la verosimilitud. Una inverosimilitud que Jardiel calificaría como fantástica. Inverosimilitud fantástica que Jardiel mismo explica a propósito de una de sus más curiosas comedias, "El pañuelo de la dama errante" (1945): "Es la fantasía, es la imaginación, es la inverosimilitud del tema, de los tipos, de las citaciones y del desarrollo técnico, la esencial virtud de "El pañuelo de la dama errante", el sustancial mérito que como a algunas otras de mis comedias, no sólo la incluye de lleno y por derecho propio en la áurea esfera del arte, sino que la coloca a cien codos sobre la producción teatral española corriente, rasante toda ella con la vulgaridad más mediocre".
Estas y parecidas opiniones de Jardiel no sentaban nada bien en el ámbito teatral español. Tras el "crack" que le supuso el viaje con su propia compañía a Buenos Aires y Montevideo en el 44, acosado allí por el exilio antifranquista, el fracaso profesional, el hundimiento económico y una ruptura sentimental, Jardiel va a quedar herido de muerte. Y su teatro, aunque vivo, cuestionado. Todavía hoy, cuando sus más fieles seguidores -Pérez Puig y Recatero, de forma ininterrumpida- han conseguido mantener encendida la llama de su memoria, no deja de surgir la polémica en cada uno de sus estrenos.
Frente al "teatro asqueroso", Jardiel se impuso la radicalización de su sistema, proponiendo la comedia sin corazón. La comedia sin corazón es la comedia sin sentimiento y sin dramatismo. La comedia sin apelación epidérmica. La comedia con expresión, en un eterno pacto con el espectador inteligente.
"El pañuelo de la dama errante" es una de esas comedias. Pero hay más, y el escritor las subraya: "Las comedias de mi lista que, además de ésta ["El pañuelo de la dama errante"], di yo en llamar sustancialmente comedias sin corazón, son las siguientes: "Los ladrones somos gente honrada" (1941), "Madre (El drama padre)" (1941), "Angelina, o el honor de un brigadier","Los habitantes de la casa deshabitada" (1942) y "Las siete vidas del gato" (1943).
Todas ellas construidas bajo disciplinas artísticas exasperadamente cómicas, igual que las restantes, se diferencian de ellas -y de aquí la razón de que las denomine con el apelativo sin corazón- en que en su entraña no fluye, como en las otras, ninguna corriente sentimental que fertilice su estructura, ni se hallan apoyadas, como lo están las otras también, en ningún cimiento psicológico, pasional, metafísico o filosófico que les preste su solidez y justificación vitales."
Jardiel, polémico siempre, es, sin lugar a dudas, punto de referencia para nuestro teatro español. ¿Ahora, también? Tal vez. Frente a un mimetismo reduccionista, justificado muy racionalmente, que hace de los chicos y chicas del "Gran Hermano" destacados protagonistas de nuestra convivencia, no vendría mal que nos fijásemos en la irracionalidad escénica de Jardiel. Nadie puede afirmar que detrás de la irracionalidad, y tal como van las cosas, no esté la más vigorosa de las realidades.