José Saramago: "Los centros comerciales son hoy como la caverna de Platón"
También en los Cuadernos... confesaba José Saramago que una mañana al despertar vio con absoluta nitidez las primeras imágenes de lo que, andado el tiempo, habría de ser el Ensayo sobre la ceguera. Lo primero que pregunto es si podría determinar con semejante claridad en qué momento aparecieron las primeras imágenes de La caverna.
-Es curioso pero eso que dices se ha repetido con todas mis novelas: siempre hay un momento en el que sé que está comenzando, que me avisa de que ahí está y me tengo que poner a trabajar en ella, no físicamente aún sino acumulando datos. En el caso de La caverna puedo fijar ese momento. Volvía a Lisboa de pasar unos días en casa de unos amigos que viven en un pueblo del norte, y al entrar en la capital vi un cartel gigantesco que anunciaba: Centro Comercial, próxima apertura. Entonces recibí una especie de flash, y como estoy acostumbrado sólo pensé que eso podría dar algo, aunque aún no sabía muy bien qué, lo único que tenía claro es que el monstruoso Centro Comercial iba a ser una figura esencial. Al día siguiente, hablando con mi editor portugués, se me ocurrió que acaso el Centro Comercial tenía algo que ver con la caverna de Platón, y esos dos momentos clave, formaban, digamos un platillo de la balanza, pero la balanza no dejaba de seguir incompleta.
»Eso ocurrió en septiembre del 97 y en noviembre me encontraba en Brasil para el lanzamiento de Todos los nombres. A una hora de Río hay un fascinante museo de artesanía popular en las que hay figurillas excepcionales como esas que ves ahí (Saramago señala unas preciosas figurillas sobre una estantería en su despacho). Estaba examinando los objetos expuestos en aquel museo, cuando en un momento dado escucho decir a mi editor: esto podría ser el comienzo de una novela de José Saramago. Y justo en ese momento se me apareció digamos el otro platillo de la balanza: la figura del alfarero. A partir de esto empecé a pensar en esa confrontación entre el Centro Comercial y la Alfarería. Un año dándole vueltas al asunto y cuando me disponía a emprender la redacción de la novela, me dan el premio Nobel. Quizá fue una feliz circunstancia, bueno dos: una el premio, y otra que me obligara a aparcar la novela durante un año más, porque no estaba madura. Después del año dedicado por entero a las obligaciones del premio, cuando por fin me puse a finales del 99 con La caverna, sí, estaba en el momento adecuado para ser escrita. De hecho es la novela que he escrito con mayor fluidez, y el 25 de agosto ya estaba terminada a pesar de que éste también ha sido un año de viajes y yo soy incapaz de escribir en otro sitio que no sea este despacho.
El despacho de José Saramago en Lanzarote es un lugar tan apacible como su voz. Se llega a él mediante una escalera que comienza en el despacho de Pilar del Río, su mujer y la traductora de La caverna. Escribo estas palabras desde el despacho de Pilar, en el ordenador de Pilar, gracias a que he tomado las palabras de Saramago en la grabadora de Pilar...
El sol entra como un viejo conocido por el balcón y pinta las cosas con tono de mediodía. Saramago, que hace un rato ha posado para un fotógrafo que le ha dicho que da igual como se ponga porque siempre sale bien, acaba de regresar a la Isla después de 45 días de viajes por Portugal, Africa y América Latina. Está cansado pero muy feliz.
"Las víctimas no pueden encogerse de hombros porque encogerse de hombros es darle la razón a los verdugos"
-Usted mismo ha definido a algunas de sus novelas como una meditación sobre el error. ¿No son estas tres últimas novelas -Todos los nombres, Ensayo sobre la ceguera y La caverna- una meditación sobre el horror? Es decir, el horror de la pérdida de la identidad que hay en la primera, el horror metafísico en el que el mundo literalmente desaparece que hay en la segunda, y por último el horror físico de sentirse expulsado del mundo que encontramos en La caverna.
-No lo había pensado, pero puede interpretarse así, aunque quizá horror sea una palabra excesiva...o quizá no, porque normalmente cuando se utiliza la palabra horror es para referirlas a cosas que asustan, y aparentemente nada de lo que se cuenta en mi novela tiene que ver con lo que podemos entender por miedo. Pero lo que muestra La caverna es algo que has dicho: vivimos en un mundo de exclusión, entonces ¿por qué no va a merecer eso el nombre de horror? cuando sabemos que el motivo de preocupación principal entre los ciudadanos occidentales radica en que pierdan el trabajo, es decir, los expulsen del mundo. Antes, cuando se luchaba contra dictaduras eso era horror; ahora el horror se disfraza, pero hay un miedo que ha instalado en los ciudadanos, y es el miedo a perder el empleo, el miedo a que el mundo deje de contar con uno, y eso está condicionando la capacidad de rebelión. Y esto es determinante, si la gente tiene miedo, entonces hay poco que hacer. Claro que puede ser comprensible ese miedo, porque con absoluta frialdad uno llega a su lugar de trabajo y el jefe le dice: usted ha dejado de ser necesario, márchese. Y esto es lo que ocurre en La caverna: el Centro Comercial prescinde del alfarero, lo expulsa. Y ante ese poder que puede echarnos del mundo, pues hay quien se humilla y admite su impotencia casi como un seguro de vida. Entonces, en ese sentido, sí que estas tres novelas compartirían una meditación sobre tres horrores distintos que al final confluyen en una misma dirección
La caverna -que lanza en España esta semana Alfaguara- cuenta la delicada situación en la que queda colocado un alfarero viudo cuyas piezas, un día, sin previo aviso, no son aceptadas en el inmenso Centro en el que la gente de la ciudad compra y vive. ¿Qué hacer? El dilema es enérgico, pues una vez que el Centro desestima la producción del alfarero, éste ha de luchar por inventarse una nueva forma de ganarse la vida. La novela contiene también una sutilísima historia de amor, con un final muy emotivo donde al lector no le queda más remedio que preguntarse: qué van a hacer ahora los personajes. Uno de esos personajes es Encontrado, un perro cuyo modelo es Camoens, uno de los perros de Saramago. Después de comer, Saramago corta un plátano en trozos iguales y los tres perros de la casa, Greta, Pepe y Camoens, se alinean frente a él para recibir cada uno su ración.
-Hoy mismo he leído que en los Estados Unidos, nada menos que cien millones de ciudadanos no fueron a votar en las últimas elecciones, unas elecciones cuyo ganador han determinado unos abogados. Y esos cien millones de ciudadanos se encogen de hombros. Pero ¿encogerse de hombros no es la única forma posible de rebelión hoy?
-Bueno, lo de las elecciones en los Estados Unidos es prácticamente un chiste: el país que supuestamente da ejemplo de democracia es donde la abstención es más alta. ¿Cómo se proponen dar ejemplo? En Europa que el índice de votantes baje un diez por ciento es síntoma suficiente como para que empecemos a preocuparnos: allí da igual. Pero a esto le respondió hace poco el escritor Norman Mailer a Pilar del Río: en una entrevista le dijo que Clinton era el último presidente de los Estados Unidos, que a partir de él, serían ya las Grandes Corporaciones las encargadas de nombrar al Presidente. Y la prueba de que Mailer lleva razón es que Bush, el nuevo presidente, ha nombrado consejero a un potentado de la industria del aluminio. Pero porque las cosas son así, encogerse de hombros no resuelve nada. Las víctimas no pueden encogerse de hombros, porque encogerse de hombros es darle la razón a los verdugos.
El humanismo desfallece
-Confieso que la primera vez que vi un mall, en Miami, pensé que era una idea excelente: se creaba un gueto para quienes quisieran ir a las tiendas a comprar y se liberaba a las ciudades de la invasión de tiendas que las afeaban. No me percaté de que la gente se iría al mall no sólo para comprar, sino también para pasear, para quedarse a vivir allí, como sucede en La caverna.
-Eso es un hecho: la gente ya no se reune en las plazas, van al Centro Comercial, que es donde se desarrolla nuestra vida pública. En el Centro Comercial no pasa nada. Nuestros antepasados acudían a las cavernas para defenderse de la intemperie y de las fieras: mutatis mutandi, esto es lo que sucede ahora: en el Centro Comercial uno se siente seguro, a salvo: ni siquiera hay que comprar, lo principal es que estés allí, que te acostumbres a encontrar en ese lugar posibilidad de que todos tus deseos pueden ser satisfechos, y naturalmente tus deseos bajan mucho su nivel.
"La misión de escritor es susurrarle a la gente: no les creas, no cumplas sus órdenes"
-Un dato para corroborar esto que dice: una mujer ha pedido que sus cenizas sean esparcidas en un centro comercial, porque es en los centros comerciales donde más feliz ha sido. [Saramago se exalta por primera vez: da una palmada y muestra una sonrisa amplia ante la noticia].
-Imagina adónde hemos llegado: qué ser humano habitará este planeta dentro de 50 ó 60 años si hoy a mí me resultaría inimaginable que una mujer considere que no ha habido otro lugar donde más feliz haya sido que un centro comercial. Nosotros somos seres del siglo XVIII, hemos nacido con la Ilustración, pero todo eso está acabado, el humanismo desfallece hace ya mucho. Los avances tecnológicos, la ingeniería genética y la biotecnología avanzan a pasos agigantados, pero avanzan como tantas otras cosas sólo para potenciar las diferencias entre ricos y pobres.
-La relación entre tecnología y progreso hizo decir a Hannah Arendt que todo progreso lleva aparejado el signo de la barbarie. ¿Es imposible que tecnología y humanismo se compenetren?
-Bueno, para contestar a esa cuestión no hay que perder de vista una cuestión esencial: es la cuestión del poder. ¿Quién lo tiene? Parece sencillo reconocer que el poder lo ha tenido siempre quien contaba con los instrumentos necesarios para intervenir e influir en la vida de los otros, y en nuestro tiempo ese instrumento determinante no es otro que el dinero. Con una sutileza que hay que reconocerle, la economía ha sabido hacernos creer que la política era el lugar donde se resolvía esa cuestión del poder. Y la economía sólo tiene una ley, la ley del lucro. La cuestión de fondo es que no hemos sabido, no hemos podido y quizá no podamos nunca, controlar en qué manos reside el poder. En la Revolución Industrial miles de trabajadores quedaron sin trabajo, condenados a la miseria. De acuerdo que la innovación era algo fatal, pero lo que no podía ser fatal eran los costos sociales de la aplicación de esa innovación industrial. ¿Qué era lo fundamental? ¿La innovación industrial o el costo en número de víctimas que tendría? Que el número de víctimas no preocupara a nadie es lo verdaderamente bárbaro de esa innovación tecnológica. La frialdad del poder económico que opera con cifras y no con personas es apabullante. ¿Quiénes se preocupan de los despidos masivos? ¿Los sindicatos? A los sindicatos parece que sólo les preocupa negociar un 0'1 por ciento de no sé qué. Lo que no podemos permitir es que ante cualquier innovación tecnológica, los seres humanos se vuelvan prescindibles, y eso es lo que está ocurriendo: no hay ahora mismo nada más descartable que el ser humano.
-La otra noche, en un programa de televisión, el presentador, aplaudiendo el optimismo del que hacía gala su invitado, dijo que usted era un apocalíptico negativo, y a mí me llamó la atención que redundara en su condición de pesimista, sobre todo porque en estos tiempos en los que se habla de la muerte de las novelas y de la muerte de las ideologías, usted se desmarca con una novela profundamente ideológica.
-No vamos a ganar nada insistiendo en el pesimismo o el optimismo. Con pesimismo o con optimismo hay algo que no cambiará: son los hechos. ¿Soy pesimista? No sé, la verdad es que si examino mi vida personal no tengo motivos para quejarme de nada: vivo en una casa preciosa, con gente que me quiere y a la que quiero, tengo muchos lectores, me han dado el premio Nobel, estoy bastante bien de salud: o sea, tengo los motivos necesarios para declararme optimista. Pero los motivos que me da el mundo no dejan lugar para el optimismo. La situación de injusticia y de desigualdad del mundo de ahora no me parece envidiable. Éste es un mundo donde no más de doscientas y pico de corporaciones posee el 48 por ciento de la riqueza mundial. ¿Cómo se puede seguir hablando de optimismo ante un dato así? Basta mirar a África, o a Asia o a América Latina: imperios de la miseria. ¿Cómo ser optimista si nos damos el lujo de enviar a Marte una astronave para que fotografíe unas rocas cuando se siguen muriendo millones de seres en un planeta que tiene recursos suficientes para que nadie se muera de hambre? Hablar de optimismo me parece pornográfico.
Una historia de amor
"Nosotros hemos nacido con la Ilustración, pero todo eso está acabado, el humanismo desfallece hace ya mucho"
-Su novela es también una sutilísima historia de amor. El final es diáfano a este respecto: empezar de nuevo, pero empezar juntos. En la página 449 alguien dice: “hay momentos en la vida en los que debemos dejarnos llevar por la corriente de lo que sucede”. ¿Cree que ésta es una de esas situaciones en las que lo mejor para que cualquiera es dejarse llevar por la corriente?
-Yo creo que no, que todo lo contrario, y en cualquier caso no hay que confundir eso que dice una de las protagonistas de mi novela con lo que se suele entender por salvación personal. Lo peor de todo cuanto ocurre en estos momentos es que no se ven ideas por ninguna parte. Ideas movilizadoras que pudieran hacer retornar ese gusto de trabajar juntos hacia algún lugar, eso no hay. Y tampoco hablo de utopías: las utopías son como el horizonte, por mucho que te acerques estarás igual de lejos. ¿Dónde están las ideas hoy? Parece mentira que sólo hace treinta años todavía se soñaba con cambiar el mundo. ¿Dónde están aquellos chicos que gritaban “La Imaginación al Poder”?
-Están en el Poder, pero se olvidaron de la imaginación.
-Pues el problema está ahí. Mientras no se resuelva el problema del poder, esto no tiene remedio. Podemos buscar equilibrios menores para que el desastre no sea demasiado evidente. Antes se cambiaba un gobierno y al menos se nos iluminaba la convicción de que las cosas podían cambiar. Ahora cae un gobierno, entra otro, pero nadie se hace demasiadas esperanzas. Porque el gobierno de veras no está en el gobierno político. Tómalo como una formación militar: los generales están al fondo, dando orden, y esos son los directivos de las grandes Corporaciones. En medio están los políticos, que hacen de coroneles y cuya misión es informar a los soldados de lo que tienen que hacer: los soldados son los ciudadanos. Ni Aznar, ni Chirac, ni Blair mandan nada: son intermediarios, meros coroneles a las órdenes de los generales que mandan. Los ciudadanos por supuesto luchan, pero no se plantean ¿quién me manda hacer lo que estoy haciendo? ¿qué pasa si desobedezco? Si comparas esta realidad con la fantasía de Orwell, reconocerás que su Gran Hermano es muy tosco comparado con el que nos gobierna a nosotros, que lejos de poner su imagen en todas las pantallas hace de la invisibilidad su verdadera fuerza.
-Usted escribió una conferencia titulada Para qué sirve un escritor, aprovechando esta gráfica descripción de la jerarquía militar comparándola con nuestra situación, ¿no cree que el compromiso del escritor le debería empujar a interponerse entre las órdenes de los coroneles y el acatamiento de los soldados?
-Bueno, una sociedad no comprometida difícilmente puede generar escritores comprometidos, de ahí que los escritores comprometidos sean hoy animales en peligro de extinción, pero sí, sin duda la misión del escritor es susurrarle a la gente: no les creas, no cumplas sus órdenes, resístete a dar por verdad eso que te aseguran que es la verdad. Y yo sé que hay cientos de personas que anhelan escuchar esto. En Lima, en Caracas han ido a verme miles de personas: hablábamos 10 ó 15 minutos de mi novela y pasábamos enseguida a otras cosas que ellos consideraban importantes. Lo que uno pueda hacer es muy poco, pero no hacerlo sería imperdonable.
"Una sociedad no comprometida difícilmente puede generar escritores comprometidos, de ahí que estos sean animales en peligro de extinción"
-La novela termina con una imagen muy terrible o esperanzadora, depende. El alfarero, la mujer que ama, su hija y el marido de ésta (los protagonistas de La caverna junto con el Centro Comercial, y con Encontrado) se marchan, tienen que inventarse un futuro. Y el lector se pregunta inevitablemente: ¿a dónde ir?
-Bueno, de las clásicas preguntas, quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos, la única que me interesa de verdad, porque probablemente es la que puede contestar a las otras dos, es la última. Pero el adónde vamos es embaucador, porque en realidad la pregunta que tenemos que hacernos es: ¿adónde nos llevan? Y lo que da verdadero pánico es que en estos momentos los encargados de llevarnos adonde sea ni siquiera se ven obligados a prometernos nada. La pregunta puede ser: siendo las cosas como son, ¿por qué no reaccionamos? ¿por qué no decimos basta? Volvemos al principio: la inseguridad que genera el hecho de que el Poder -representado por el Jefe o por quien sea- prescinda de ti una mañana diciéndote: ya no cuentas, es la que aplasta a la mayoría de la gente, que ante eso se deja llevar adonde sea. Hay una frase de Marx y Engels que he repetido varias veces y que resume lo que quiero decir: si el hombre es formado por las circunstancias, entonces hay que formar las circunstancias humanamente. La primera parte de la frase se cumple, claro, al hombre lo forman las circunstancias, pero la segunda parte no: seguimos sin formar humanamente a las circunstancias, y ahí radica toda nuestra angustia.
Ensayos con personajes
-El Manifiesto del Partido Comunista, que sigo considerando como uno de los textos más bellos que he leído, ¿no es, leído hoy, más que literatura fantástica? ¿No sería cualquier traducción de esas páginas a la realidad tan terrible como la traducción soviética?
-Hay que tener cuidado con esto: el Santo Oficio no está en el Evangelio por mucho que se amparase en él para justificar sus crímenes. Con el Manifiesto pasa lo mismo: achacarle la tragedia soviética es una injustificia. Sigo encontrando en ese texto el germen de muchas de las ideas en las que sigo creyendo, y en cualquier caso, no hay nada peor que no creer en nada, por conformismo o aburrimiento.
La mañana se va en la cinta grabada que suena, ahora que cae la tarde, en el despacho de Pilar del Río. La ventana del despacho se llena de nubes blancas, sobre la vaga sospecha de un mar sobre el que flota una niebla blanca. En la cinta, suena la última pregunta:
-He leído bastantes libros suyos, ¿qué sé yo de usted?
-Has leído lo suficiente para hacerte una idea.
La caverna, una novela que es también un cuento filosófico, género que a Saramago le interesa especialmente, si bien ha acertado a definir sus últimas novelas con otro hallazgo: “ensayos con personajes”, es una obra donde el vigor literario del autor sigue utilizando el mundo que nos tocó vivir para meditar en efecto sobre un horror sutilísimo, que se disfraza de bienestar. Hace casi un siglo Zola escribió El Paraíso de las Damas, una novela social que quería más que avisar del peligro de los centros comerciales, aplaudía su novedad, sugería la posibilidad de que fueran canteras donde se desarrollasen las nuevas fortunas de los más avispados empresarios. Ha pasado mucho tiempo, y no sabemos cuánto más pasará hasta que la rotunda ficción de Saramago venga a la realidad para darle la razón.