Hace dos meses, en plena recuperación de la enfermedad de Müller-Weiss, una displasia del escafoides tarsiano con la que convive desde 2005, Rafael Nadal seguía haciéndose las mismas pregunta: ¿volveré a competir sin un dolor que me limite? ¿Podré seguir jugando? ¿Se habrá terminado mi carrera? Por eso, cuando el español se clasificó este martes para las semifinales del Abierto de Australia, superando un golpe de calor y evadiéndose de la rabieta de Denis Shapovalov, tuvo muchos motivos para celebrarlo. El próximo viernes, el mallorquín se medirá a Matteo Berrettini buscando dar el primer paso de los dos que le separan del trofeo, que tiene un significado difícil de calcular: si Nadal conquista el torneo, se convertirá en el tenista con más títulos de Grand Slam de toda la historia, rompiendo el empate actual (20) que mantiene con Roger Federer y Novak Djokovic.
“Claro que quiero seguir ganando, pero no por tener más títulos que los demás”, explicó luego Nadal. “Los últimos seis meses tuve muchas dudas. Lo que pase en el futuro no me importa realmente. Mi felicidad no dependerá de ganar más grandes que Federer o Djokovic”.
Para llegar a las semifinales, Nadal superó un cruce que Shapovalov embarró al principio del segundo set, cuando llamó corrupto a Carlos Bernardes, juez de silla del partido, acusándole de ser demasiado permisivo con la gestión del tiempo de su oponente (primero, con lo que tardó el español en volver del vestuario después del primer parcial; luego, con los segundos que se tomó entre saque y saque, que según dice la norma son 25 en un torneo de Grand Slam). La protesta, infundada porque la única vez que Nadal se excedió recibió la correspondiente sanción (en la cuarta manga), continuó ante los periodistas después del encuentro.
“Es injusto lo que hace, siempre se sale con la suya”, prosiguió quejándose Shapovalov. “No es lógico que yo esté preparado y el reloj marque 0, pero que no le sancionen. Puedo estar un minuto y medio esperándole y no recibe un warning. Es muy frustrante darte cuenta de que no solo estás jugando contra el rival, sino también contra los árbitros”, siguió el número 14 del mundo. “En todos los encuentros que juego hay un ritmo rápido porque los jueces de silla presionan para que cumplamos con el tiempo entre puntos, pero él puede hacer lo que quiera”.
“Es un buen chico, con mucho talento y potencial para ganar varios grandes”, le contestó Nadal, quitándole importancia a las palabras de su contrario. “En ningún caso voy a entrar en polémicas con él, pero creo que se equivoca. Es joven, y cuando somos jóvenes todos cometemos errores. A veces, cuando se terminan partidos así tienes sensaciones extrañas. Te sientes frustrado, pero creo que cuando pasen las horas se dará cuenta de que de se ha equivocado”, insistió el número cinco del mundo. “La realidad es que aquí las reglas en pista son iguales para todos. Hay un supervisor y un juez de silla que aplica las normas. No hay más”.
Esa polémica, creada de la nada por Shapovalov, acabó diluida por lo que sucedió luego. Desde el final del segundo set, Nadal comenzó a sentirse mal, lo que acabaría siendo un tremendo golpe de calor que dejó al tenista grogui, sin fuerzas y con problemas para respirar con normalidad (perdió 4kg en el partido, una barbaridad). Que el canadiense forzase el quinto parcial cuando estaba con un pie fuera refleja cómo de mal se encontraba el español y el límite al que llegó para acabar ganando el encuentro en esa quinta manga gracias a una lección de inteligente y supervivencia que tiene una recomensa enorme.
En Melbourne, Nadal está muy cerca de convertirse en el más grande de todos los tiempos.