Es una imagen nunca vista. Agarrado a un tubo de plástico negro, Rafael Nadal busca auxilio en una máquina de aire acondicionado portátil mientras se coloca una gigantesca toalla de hielo sobre el cuello. Ocurre en el tramo final del cuarto set de los cuartos de final del Abierto de Australia.
El español, que un poco antes ha recibido la visita del médico por unos problemas estomacales, posiblemente derivados de un golpe de calor, está pasando un momento malísimo: después de ganar los dos primeros parciales del encuentro y colocarse a un paso de la victoria, el campeón de 20 grandes ha sufrido una pérdida gradual de energía hasta quedarse seco y ha visto a Denis Shapovalov remontar y forzar la quinto manga.
Muy tocado, casi roto, el mallorquín acaba el partido resistiendo las incontrolables embestidas de su rival y lejos de una versión reconocible (11 dobles faltas, récord de su carrera), pero abrazado a la victoria (6-3, 6-4, 4-6, 3-6, 6-3 en 4h08m). Es Nadal en estado puro, la definición de un animal competitivo como pocos ha visto la historia: en el sufrimiento, nadie como él.
"No sé cómo he remontado, estoy destrozado", acertó a decir Nadal después del triunfo. "Me empecé a sentir cansado y encontrarme mal al final del segundo set. No me sentía bien del estómago durante el partido, me tomaron la tensión en el vestuario y todo estaba bien", prosiguió el balear. "Es increíble estar en semifinales, un regalo de la vida porque hace dos meses no sabía si iba a volver a jugar".
Durante casi dos horas, cuando el español estuvo entero, Shapovalov, de largo uno de los tenistas con más potencial para dominar el circuito, demostró por qué no ha seguido creciendo más (llegó a ser el 10 mundial y cuenta con un título en su palmarés) a pesar de tenerlo todo: aunque posee una calidad de golpeo altísima y una velocidad de pelota supersónica, el canadiense sigue siendo irregular y carga con las consecuencias de su mala capacidad para elegir qué golpe encaja mejor en cada momento.
Ante el balear, seguramente el tenista que más castiga ese tipo de debilidades, el número 14 mundial quedó en evidencia y lo pagó con una rabieta con la que intentó meterse en el partido, aunque tampoco funcionó.
"¡Sois unos corruptos!", le gritó Shapovalov en el inicio del segundo set a Carlos Bernardes, el juez de silla del partido, al entender que el árbitro estaba siendo demasiado permisivo con Nadal. Fue un enfado explosivo dividido en dos partes: primero, por lo que tardó el español en regresar del vestuario tras el primer parcial; luego, por el tiempo que se tomó entre saques (25 segundos permitidos). De la nada, el canadiense fabricó una tensión que llevó a su rival a tomar una decisión inusual: irse a la red para ver dónde estaba el problema. Esa fotografía, la de Nadal llamando a su contrario en mitad del encuentro para devolver la tranquilidad al ambiente, fagocitó lo que ocurrió sobre la pista.
Con el pase a semifinales en juego, Nadal compitió un primer parcial fantástico, el mejor en el torneo, y se hizo con el segundo apretando los dientes. Imprimiendo un ritmo altísimo desde el arranque, el mallorquín consiguió ensuciar las sensaciones de Shapovalov, que no le hizo ni un poquito de daño a su rival. Con esa puesta en escena, el número cinco logró lo que seguramente perseguía: que el canadiense no se soltase, que no fuese ni valiente ni agresivo, que cayese en la precipitación en los momentos importantes.
Cuando más cerca estaba de la clasificación, en mitad de la tercera manga, Nadal se quedó sin fuerzas. Shapovalov tardó en darse cuenta, pero cuando lo hizo se lanzó en tromba a por su rival, y pasó de estar fuera a verse peleando en el quinto set contra un contrario irreconocible, falto de chispa, desatinado y sin mordiente. Entonces, el canadiense negoció fatal los nervios de la situación y se descartó solo de la pelea por el triunfo: acelerado, descoordinado, errático, totalmente fuera de control.
Reacción a tiempo
Nadal arrancó el quinto set cometiendo dos dobles faltas, pero sacó adelante ese primer turno de servicio. Sobre esa base, y acompañado por su saque, el mallorquín construyó un mensaje que destruyó a Shapovalov. Aguantando mentalmente. Ahorrando esfuerzos. Siendo inteligente. Apretando los dientes. Celebrando cada juego como un paso más hacia una victoria que parecía imposible. En consecuencia, luchando como si le fuese la vida en ello para coronar una tarde que estuvo muy cerca de dejarle fuera del primer grande del año y que acabó impulsándole hacia un objetivo de los que dejan huella para toda la vida.
Ya es una realidad: el español está a solo dos pasos de llegar a los 21 títulos de Grand Slam y romper el histórico empate (20) que mantiene con Roger Federer y Novak Djokovic.
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