Lewis Hamilton se está convirtiendo en un personaje total durante esta atípica temporada. Quiera o no, el británico es protagonista casi todos los días por diferentes polémicas que tienen ya poco que ver con lo que realiza dentro de los circuitos. Ni ganar su séptimo mundial de Fórmula 1 e igualar a un mito como Michael Schumacher le ha servido para poder tomar el protagonismo solo por su faceta como piloto.
El 2020 está siendo un año extraño en lo personal para un Hamilton que todavía no ha puesto la rúbrica al culebrón de su renovación. El curso comenzó con sus órdagos a la FIA y a la dirección de la Fórmula 1 para instar a todo el establishment del paddock a tomar protagonismo en favor de las luchas sociales, en especial la del racismo, conflicto que a él le ha tocado más de cerca, ya que ha afirmado en más de una ocasión que lo ha sufrido en sus propias carnes.
Hamilton se propuso enarbolar una bandera donde no cabían más opiniones y más modos de actuar que el suyo sin darse cuenta que así le cerraba las puertas de la lucha a personas que tenían el mismo fin que él, pero que preferían llegar hasta él por otros medios. Ahora, el británico se ha convertido en el receptor de todas las causas sociales allá a donde se dirige la rueda de la Fórmula 1 que no cesa de girar por el mundo. Su último episodio lo está viviendo en Bahréin.
La polémica de Bahréin
La Fórmula 1 hará una doble parada en Bahréin para escribir dos de las últimas páginas del libro de este año, un año que está siendo especialmente complicado y especialmente movido, sobre todo para un Lewis Hamilton que no solo ha tenido que pelear por su séptima corona en la pista, sino que ha tenido que lidiar fuera con muchos otros problemas y contratiempos.
Por unos motivos u otros, siempre ha estado en el ojo del huracán. Todos los focos le buscan porque es mediático como pocos deportistas en el mundo, sin embargo, a veces esa mediaticidad puede irse de las manos, algo que le está sucediendo en las últimas semanas, donde se encuentra como uno de los referentes de la lucha por la defensa de los derechos humanos en el mundo. Sin embargo, esa batalla la lleva a cabo sobre un suelo poco firme, más bien, sobre las arenas movedizas que suponen unos negocios tan turbios y tan hondos como son los de la Fórmula 1, un espectáculo creado a golpe de talonario, pero que busca sus billetes en pozos demasiado oscuros.
La última polémica que ha salpicado a Hamilton y a la Fórmula 1 tiene que ver con un grupo de personas que se encuentran presas en Bahréin, lugar en el que desembarca la Fórmula 1 en sus dos próximas carreras. Estos presos, que de momento han sido tres, han querido ponerse en contacto con el campeón del mundo a través de diferentes medios para que conozca cuál es la situación y el motivo que les tiene retenidos en prisión, ya que se definen así mismos como presos políticos, algo que el gobierno bahreiní niega. Ellos son Ali Al Hajee, Najah Yusuf y Mohammed Ramadhan.
Estos presos cuentan también con el apoyo de un grupo de hasta 30 políticos contrarios al gobierno del país y que afirman que existen violaciones de los derechos humanos que no se deberían permitir y que manchan cualquier tipo de competición que allí se celebre y, evidentemente, el dinero que se reciba y se produzca con ella.
Este grupo de políticos también se ha puesto en contacto con la Fórmula 1 a través de la figura de Chase Carey, jefe del 'Gran Circo' e hilo directo con el Grupo Liberty Media, para ponerles al corriente de los abusos que allí suceden y de la situación que existe en un estado que contribuye, y mucho, al mantenimiento económico de la Fórmula 1. La idea que tienen es que Hamilton aparezca con una camiseta en favor de su lucha y de su liberación como ya hizo con el lema 'Black Lives Matter' para hacer presión y dar visibilidad al conflicto que padecen. Sin embargo, esta mala publicidad podría ir en contra de los intereses del propio piloto, de su equipo y de todo el mundial, por lo que deberán medir muy y mucho su forma de actuar.
El gobierno de Bahréin asegura que nadie en su país es oprimido o encarcelado por sus ideas políticas, y que existen juicios totalmente justos y sin torturas ni represalias. Por su parte, el político Lord Scriven, el director del Instituto de Derechos y Democracia de Bahréin Sayed Ahmed Alwadaei y Husain Abdulla, director ejecutivo de 'Americans for Democracy and Human Rights' en Bahrein, son los que han recopilado las cartas de los tres presos y que serán enviadas a Hamilton para que estudie su posición en el caso.
Silencio sobre Arabia
Sin embargo, la polémica con las personas encarceladas en Bahréin no ha sido la única que ha rodeado a Hamilton en los últimos días. Si algún hecho ha generado controversia en las últimas semanas en torno a la Fórmula 1 ha sido la celebración de una carrera el próximo año en Arabia Saudí. Se tratará de una carrera en la ciudad de Jeddah en un espectacular circuito que será la antesala de la construcción de otro que pretende romper con todo lo visto hasta ahora.
Arabia Saudí quiere convertirse en uno de los santuarios del motor tras firmar un poderoso acuerdo con Liberty Media, empresa que dirige la Fórmula 1 a través de figuras como la de Chase Carey, que será sustituido a partir del próximo año por Stefano Domenicalli. El vínculo entre la Fórmula 1 y Arabia Saudí tiene su punto de mayor apoyo alrededor de la empresa Aramco, la petrolera más importante del mundo y que se ha convertido en uno de los mayores patrocinadores e inversores del 'Gran Circo'.
No obstante, el anuncio del acuerdo entre la Fórmula 1 y Arabia Saudí ha generado numerosas críticas, especialmente de instituciones como Human Rights Watch o Amnistía Internacional que no entienden como existen competiciones que se dejan comprar por países que no respetan los derechos fundamentales o que pisotean a colectivos como las mujeres en sus sociedades.
En ese momento, muchas miradas se dirigieron, como esta vez en Bahréin, hacia Lewis Hamilton, conocido ya por su defensa de todas las causas sociales. El británico, debido al papel adoptado en los últimos meses, tiene que cargar ahora con el peso de ser el defensor de las causas nobles que su propio negocio y su propio deporte pisotean, hecho que supone una carga demasiado pesada incluso para un personaje como él.
Hamilton ya ha afirmado que todavía no quiere opinar sobre el anuncio de la unión entre la Fórmula 1 y Arabia Saudí porque prefiere estudiar detenidamente el caso para poder tener un juicio formado y que, llegado su momento, hablará sobre ello, aunque la presión empieza a ser grande tal y como se ha demostrado en la cita en Bahréin. Además, el piloto británico tiene que valorar que detrás de su figura se encuentran otros intereses a los que no debería molestar como a la empresa Petronas, petrolera malaya que debe afrontar gran parte del gasto que supondrá crear su monoplaza en los próximos años y su propia renovación. Todos los hilos están demasiado conectados.
El poder de Hamilton
Resulta curioso ver como todas las causas terminan relacionándose en varios puntos. Estas conexiones pertenecen todas a diferentes negocios cerrados por la Fórmula 1 y que sirven para crear riqueza en torno a un deporte y en torno a una disciplina del mundo del motor. Sin embargo, en el lado opuesto, todos señalan a Hamilton como el encargado de luchar contra esos entramados que tienen tintes un tanto extraños a su alrededor.
El piloto británico ha adquirido un gran poder, y también una gran responsabilidad, tras abanderar este año la lucha contra lo establecido en la Fórmula 1 y lo determinado por las directrices de la FIA. El inglés se propuso llevar la lucha contra el racismo hasta otro nivel y no dudó en desafiar a la Fórmula 1 con mensajes, camisetas con diferentes proclamas y conductas que se salían del protocolo establecido y que provocaron que la propia dirección de Liberty Media fuese reculando cada vez más.
Antes del comienzo de la temporada, Hamilton ya dejó varios mensajes de lo que la Fórmula 1 debería hacer para dar visibilidad a la lucha contra el racismo, a lo que le respondieron afirmativamente porque no eran conscientes del conflicto en el que estaban entrando. En ese momento, Hamilton se creyó con potestad para hacer y decidir todo lo que le venía en gana y para obligar a otros pilotos a actuar como él, amenazándoles con ponerles en contra de la opinión pública, por lo que muchos terminaron sintiéndose señalados.
Hamilton consiguió cambiar el color plata del coche y de los monos de su equipo y consiguió que las proclamas y los mensajes contra el racismo y contra otras desigualdades inundaran la Fórmula 1. Sin embargo, perdió la perspectiva de su lucha olvidando que lo importante era perseguir el racismo y no quien había conseguido que se persiguiera. Fue ese forma de enfocar el problema lo que le hizo perder apoyos en la parrilla y entrar en numerosos conflictos con la Fórmula 1.
Sin embargo, ya era tarde. Le habían entregado tanto poder que ni el propio Hamilton podía parar. Ahora se demuestra como Hamilton es el nombre al que recurren en este tipo de conflictos para que la Fórmula 1 les dé visibilidad y que no se enriquezcan junto a los que vulneran los derechos humanos. Hamilton es, ahora mismo, quien decide hasta donde se lleva la lucha y hasta donde priman los negocios mientras la Fórmula 1 suplica por el bienestar de sus fondos y sus proyectos.
Una imagen pública
Hamilton también avanza hacia una situación un tanto peligrosa. El hecho de haber querido ser el único abanderado de las justicias sociales en la Fórmula 1 y de haber condenado y rechazado a todo el que no actuara como él, le ha hecho convertirse en un líder y en la imagen de aquellos que quieren ir en contra de proyectos como el de Bahréin o Arabia Saudí.
El británico está en un punto en el que rechazar cualquier causa, bien por intereses personales o bien por intereses económicos y empresariales, podría dejarle como señalado, ya que todos le ven como la esperanza y como el defensor de, en muchas ocasiones, causas que consideran pérdidas. Esa es la presión a la que está sometido ahora mismo, mediando en conflictos que, en algunas ocasiones, pueden ir contra sus propios intereses o los de su equipo.
La posición de Hamilton no es para nada fácil, ya que se encuentra en ese punto intermedio, en un alambre entre ser el defensor de los derechos humanos en el 'Gran Circo' y entre poner en peligro grandes negocios y grandes inversiones llegadas desde países como Bahréin o Arabia Saudí y que nutren un mundo del que él es la mayor imagen como campeón del mundo y como rey absoluto tras igualar a Schumacher. Por ello, el inglés debe ser capaz de mantener el equilibrio sin caer y provocar un cisma que podría ser mundial y que podría tener graves consecuencias, sobre todo para su imagen.
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