El 'boom' que estalló en el corazón de la revolución cubana
Los escritores que abanderaron el movimiento literario más potente de las letras españolas en la segunda mitad del siglo XX pasaron del amor al odio por el régimen de Castro en apenas unas pocas décadas.
4 diciembre, 2016 01:56Noticias relacionadas
“Fue en La Habana donde encontré al otro Julio, ése al que yo acompañé durante tantos años”. Esta frase, emitida por Cortázar poco tiempo después de la llegada de Castro al poder, define perfectamente el estallido espiritual que la Revolución provocó en los integrantes de la generación literaria que había hecho despertar a América. De pronto, la identidad propia que todos ellos reclamaban en el plano literario llegaba también a la política. Un gobierno americano para el pueblo americano, una literatura americana para la cultura americana. Como afirma Cortázar en la frase que abre el texto, cada autor, de pronto, se había encontrado consigo mismo.
Para ellos, los escritores del boom, el levantamiento promovido entre otros por Castro desprendía de su ideal algo tan mágico como desprendía la narración que ellos habían fomentado. La Revolución, esa tarea ejecutada por cuatro locos en el corazón de América, traía consigo el encanto de la realidad imposible que marcó la literatura del continente. Por si fuera poco, se le abría la puerta, al menos atendiendo a la teoría, a un mundo cultural que a menudo se veía eclipsado por la actitud absolutista de los distintos regímenes que por allí pululaban. La literatura, por decirlo llanamente, se liberaba. El propio Cortázar lo definió mejor que nadie: “La Revolución en Cuba es un movimiento surrealista”.
El auge revolucionario
El amor a primera vista que la Revolución supuso para la mayoría de los componentes del boom tiene un cierto paralelismo con el nacimiento del realismo mágico: ambos fueron dirigidos por Alejo Carpentier, que más tarde terminó siendo uno de los pilares culturales del régimen de Castro. Alejo había inventado muchos años antes el movimiento al que más tarde se agarrarían el Gabo y compañía, cuando en el prólogo de El reino de este mundo se sacó de la manga el concepto de “lo real maravilloso”. El autor cubano, que había dejado París para volver a América, descubrió en dicho continente un carácter especial, esa esencia mágica que plasmó en su obra y de la que hablábamos párrafos atrás. En el celebérrimo prólogo reclamó, además, que Hispanoamérica debía reflejarse en esta esencia propia y no en los cantos que llegaban desde Europa.
El amor a primera vista que la Revolución supuso para la mayoría de los componentes del boom tiene un cierto paralelismo con el nacimiento del realismo mágico: ambos fueron dirigidos por Alejo Carpentier
Al triunfar la Revolución, Alejo Carpentier volvió a Cuba y allí Fidel premió su americanismo con varios puestos diplomáticos de notable prestigio. El resto de componentes del boom, que ya seguían los pasos de Alejo en el terreno literario, se adentraron en el terreno político a través de la selva y la guerrilla. Esas escaramuzas habían conseguido en la práctica lo que ya pretendían ellos en la teoría: romper con los preceptos ajenos a la naturaleza de América y poder, por fin, mirar a los ojos a su propia realidad.
Así, la primera vez que se encontró con Fidel, García Márquez dijo de él que tenía un “terrible poder de seducción”, además de ponderar el excelente uso de la palabra que por primera vez observaba en un gobernante. Cortázar le dedica su relato Reunión al Che mientras exclama que fue Fidel quien hizo que la política llegara a sus textos. Miguel Ángel Asturias se reunió con Castro y la conversación caló tan hondo que el escritor guatemalteco fue uno de los invitados al primer aniversario de la Revolución. A Carlos Fuentes, el movimiento le resultaba tan seductor que hasta llegó a viajar a Cuba durante la guerra para alentar al ejército invasor (cuenta la leyenda que incluso entró en La Habana antes que Fidel). Por su parte, Vargas Llosa defendió a ese “romántico guerrillero” que derrocaba a Fulgencio Batista con cuatro fusiles mal cargados.
La primera vez que se encontró con Fidel, García Márquez dijo de él que tenía un “terrible poder de seducción”, además de ponderar el excelente uso de la palabra que por primera vez observaba en un gobernante
De este modo, la más literaria de las islas (no se debe olvidar que el hombre que encabezó a las tropas independentistas cubanas contra el ejército español fue José Martí, poeta modernista de primer orden) encabezaba por fin el renacer cultural hispanoamericano.
El estallido
Sin embargo, la práctica se va alejando de la teoría y lo que no hacía mucho tiempo pasaba por ser un sueño pierde la pretendida magia al convertirse en realidad. Al igual que Carpentier había ejercido de guía espiritual para los miembros de un grupo que todavía buscaba dentro de sí la esencia de su pensamiento, una figura no menos sagrada para ellos se levanta de manera furibunda contra el régimen de Castro. Esa figura se llama Jorge Luis Borges, y su enemistad con Fidel le valdrá, según diversas teorías, la pérdida de un Nobel tan merecido que, por otra parte, no necesitaba ser ganado. Pronto, sus epígonos se colocan en guardia.
Pero sin duda el momento de la explosión llega justo en el preciso instante en el que Castro toma la decisión de encarcelar al poeta Heberto Padilla. No era la primera ni sería la última actitud déspota achacable al que poco antes se erigía como el abanderado de la libertad. Ya Cabrera Infante había tenido que huir a Madrid escapando de la Contrainteligencia cubana. Sin embargo, Padilla no había podido huir y ahora tendría que vérselas con el gobierno. El poeta sufrió la mayor de las humillaciones: fue obligado a rechazar su obra. Al salir de la cárcel, la autodestrucción llegó sola de manos de la tristeza y del alcohol. Ni siquiera su citado amigo Cabrera Infante se acordaba de él ya a finales de siglo, cuando fue encontrado muerto en un motel de Alabama.
La enemistad de Borges con Fidel le valdrá, según diversas teorías, la pérdida de un Nobel tan merecido que, por otra parte, no necesitaba ser ganado
El encarcelamiento de Padilla fue la gota que colmó el reluciente vaso sobre el que la generación volcaba gran parte de su creatividad literaria. El grupo, además, se había agenciado a esas alturas un compañero de viaje con el que décadas atrás no contaban: el prestigio. El Nobel, el Cervantes, el doctorado honoris causa… ningún reconocimiento escapa. Desde la autoridad de la poltrona observan la situación con capacidad para juzgar. Y es que hay afrentas que duelen, pero el dolor se multiplica cuando hay traición en ellas. El boom había creído en la libertad, y ahora ésta era tratada a patadas. El coronel, como en las novelas, sólo desprendía encanto cuando perdía la guerra.
Represión cultural
Carlos Fuentes, entre otros, firma un escrito que desde París condena la actitud represiva de Fidel hacia la cultura en general y hacia Padilla en particular. En dicho escrito, los firmantes hablan de “oscurantismo dogmático” y “xenofobia cultural”. Fuentes mantuvo su postura crítica hasta el final. Mientras, Cortázar también defiende la libertad de Padilla hasta que hace bambolear su pensamiento, ahora acercándose, ahora no, en un peligroso juego que terminó por alejarlo del Malecón habanero.
Vargas Llosa se convirtió en el integrante que más agresividad desprendió hacia los Castro. Tanto fue así que basó parte de la campaña de las elecciones al gobierno del Perú en criticar los ecos de una Revolución que ya resultaba anacrónica. Álvaro Mutis, amigo del alma de García Márquez, se negó a pisar la isla “mientras durara la dictadura”, ayudando a varios exiliados a establecerse en el extranjero. Pepe Donoso definió la situación meridianamente: “El caso Padilla puso fin a la unidad que vi aflorar entre los intelectuales latinoamericanos por primera vez”. Incluso los padrinos peninsulares del boom, Carmen Balcells y Carlos Barral, decidieron posicionarse a favor de Padilla en el conflicto.
Álvaro Mutis, amigo del alma de García Márquez, se negó a pisar la isla “mientras durara la dictadura”, ayudando a varios exiliados a establecerse en el extranjero
Con el paso de los años, sólo el Gabo mantuvo su fascinación por Castro. Las luces se fueron apagando, el realismo mágico se había escapado. Uno a uno se fueron marchando todos los integrantes. El colombiano, quizás el más talentoso de todos, dejó escapar primero la memoria y después la vida, dejando a Fidel abandonado por la intelectualidad americana. Fue precisamente el último de los supervivientes del boom, Vargas Llosa, el encargado de arrojar la última palada de tierra sobre su féretro: “A Fidel Castro no lo absolverá la historia”.