La historia de los neandertales no empieza hace decenas de miles de años, sino en 1856. A finales de ese verano, en una profunda garganta al suroeste de Düsseldorf, se identificó una cavidad que escondía unos misteriosos huesos humanos de gran tamaño, sobre todo el cráneo, que rememoraban a los simios. El nombre científico que se le daría a este fósil, Homo neanderthalensis, es realmente curioso: en vez de decantarse por el de su descubridor se recurrió al de Joachim Neander, un poeta, profesor y compositor calvinista que murió en 1680.
A principios del siglo XIX, el valle en el que apareció la llamada cueva Kleine Feldhofer y sus singulares restos pasó a denominarse Neander Tahl, "el valle de Neander". Sin embargo, el apellido original de la familia de Joachim era Neumann. Su abuelo había decidido modificarlo siguiendo una moda del gusto por lo clásico de su época. Y Neumann —como Neander—, literalmente, significa "hombre nuevo". Es decir, aquel precioso enclave natural que se convirtió en destino turístico predilecto para artistas y románticos fue nombrado, de forma totalmente casual, como el "valle de los hombres nuevos" décadas antes de que se encontraran los primeros huesos de neandertales.
Desde entonces, el interés por esta especie de homínidos, primos lejanos del Homo sapiens, de nosotros, no ha dejado de aumentar. Las investigaciones científicas han desvelado en los últimos tiempos la vasta panorámica de su mundo, que abarca miles de kilómetros y 350.000 años, y han presentado a unos seres mucho más complejos y evolucionados de lo que en un principio se pensaba. Una historia que no deja de revisarse y de reescribirse. Solo hace una década, por ejemplo, se hallaron restos genéticos neandertales en los humanos modernos.
Todo el conocimiento que han recabado los investigadores sobre esta especie lo recoge la arqueóloga Rebecca Wragg Skyes en Neandertales (geoPlaneta). Es una obra de una alta calidad divulgativa que, sin ser especialmente técnica, derriba con erudición y gran manejo de las evidencias recabadas todos los estereotipos que todavía pesan sobre nuestros antepasados: eran inteligentes, buenos cazadores, dejaron representaciones artísticas, tenían algo parecido a un lenguaje... Un lienzo apasionante que se está pudiendo reconstruir a través de los restos de menos del 0,01% de los neandertales que existieron, entre 200 y 300 individuos, hallados en lugares tan dispares como la cueva del Sidrón (Asturias), el abrigo de Shanidar (Kurdistán iraquí) o el enigmático yacimiento de las estalagmitas de Bruniquel (Francia).
"Se han publicado muchos libros sobre neandertales, pero creo que el hecho de que la gente tenga cada vez más ganas de saber sobre ellos es lo que me ha animado a escribir este", explica Wragg Skyes a este periódico, en una entrevista durante su visita a Madrid. "Como investigadora, tengo el enorme privilegio de visitar los yacimientos que excavamos, trabajar con los materiales que descubrimos, y aunque hay mucho interés por parte de los medios de comunicación y muchos artículos académicos, lo que nos falta es fijarnos en la relación que tenemos con ellos".
La imagen de rudeza y atraso que tradicionalmente ha ido asociada a los neandertales responde, según la arqueóloga, a la creencia de la superioridad física e intelectual del Homo sapiens. "El problema está en nosotros, no en ellos", resume la autora. "Podían emitir sonidos, hablar de alguna manera, y eso formaba parte de su vida cotidiana; e hicieron cosas muy interesantes con colores, con incisiones". ¿Las pinturas como las de la cueva de Ardales, en Málaga, pudieron ser realizadas por una mano femenina? "No tenemos materiales estáticos que nos definan si las hacían hombres o mujeres. Lo que sí sabemos a través de los restos de sus cuerpos es que hacían diferentes actividades por sexo", subraya Wragg Skyes.
Muchos enigmas
A pesar de los avances sobre el universo neandertal propiciados por las nuevas tecnologías, los misterios siguen siendo numerosos. No se sabe lo lejos que llegaron hacia el este —¿Siberia, Asia Central, India?—, ni los lugares en los que se cruzaron con los Homo sapiens. "No sabemos nada sobre estos apareamientos, excepto que tuvieron sexo. No sabemos si ese tipo de relaciones fueron por curiosidad, amorosas, amistosas o agresivas", narra la arqueóloga. "Lo que encuentro interesante es cuando vemos fósiles de Homo sapiens que tienen restos recientes de neandertales, de seis generaciones, solo doscientos años atrás. Entonces la pregunta es: ¿sabían ellos que tenían esos antepasados? Porque nosotros no sabemos si conocían ese tipo de asociaciones".
Otra de las preguntas que va a seguir sin respuesta es la rápida y desconcertante desaparición de los neandertales. ¿Por qué ellos se desvanecieron en un plazo relativamente corto de tiempo y nuestra especie perduró? "Las explicaciones se han movido del clima a aspectos cognitivos específicos, a la capacidad de relacionar ideas a través de la tecnología que vemos en el Homo sapiens, y también sabemos por pruebas genéticas que tenían redes sociales más extensas que los neandertales", apunta Wragg Skyes. En la combinación de esos tres factores se encuentra la respuesta actual, pero la ciencia continuamente debate y reescribe cualquier conclusión.
Las lecciones que deberíamos aprender de su oscuro final, según la arqueóloga, preocupada por el legado que recibirán sus nietos, consisten en aplicar nuestros conocimientos y creatividad tecnológica para responder a los problemas actuales, como el cambio climático, o a la importancia de cooperar y no enfrentarnos entre nosotros. La única evidencia sobre los neandertales es que seguirán atrayendo a investigadores y ciudadanos. "Cada vez que encontramos un fósil nuevo y analizamos su ADN estamos preparados para recibir una sorpresa", concluye Wragg Skyes. La fascinación por unos antepasados que nos dan pistas del futuro.