En noviembre del año pasado, un equipo de arqueólogos estadounidenses y peruanos anunció el descubrimiento en el distrito de Puno, en los Andes, de la tumba de una mujer joven de hace unos 8.000 años que había sido inhumada con armas y objetos de piedra cortantes. El hallazgo y los resultados de la revisión de otro centenar de enterramientos resultaron de gran interés porque demostraba que las féminas prehistóricas también cazaban, al menos en América, y porque ponían en jaque la idea predominante de que en las primeras comunidades humanas existía la división de tareas, en las que los hombres llevaban la batuta de las actividades físicas.
Un estudio publicado poco más de un mes antes por investigadores de las universidades de Alcalá de Henares, Granada, Autónoma de Barcelona y Durham (Reino Unido) también probó que las mujeres participaron en la creación de las pinturas rupestres del refugio rocoso de Los Machos, ubicado en el municipio granadino de Zújar. Otros trabajos científicos desarrollados en la última década han obtenido resultados en la misma línea: muchas de las manos documentadas en las paredes de las cuevas prehistóricas de Francia y España son de mujeres. Cada vez quedan menos dudas de que ellas también eran artistas.
Los avances en el conocimiento sobre la vida de los antepasados del ser humano están confirmando las hipótesis que la arqueología de género lleva años defendiendo y derrumbando el, hasta hace bien poco, incuestionable androcentrismo de la prehistoria. ¿Y si quien descubrió el fuego fue una mujer? ¿Y si no fue un hombre el que pintó los bisontes de Altamira o los caballos de Lascaux? ¿Y si eran ellas quienes cazaban? Y, de ser resultar afirmativas todas estas cuestiones, ¿cuándo y por qué se impusieron la división sexual del trabajo y la jerarquización de los sexos en detrimento de la mujer, convertida en el eslabón débil?
"Hay muchos mitos en el imaginario popular que están ligados a la prehistoria y es muy importante mostrar que muchas de esas creencias no son realidades antropológicas. Sigue habiendo cosas por descubrir, sobre todo relacionadas con la posición de la mujer, que hasta ahora no existía: solo existía el hombre prehistórico". Así lo explica a MagasIN una voz autorizada en la materia: Marylène Patou-Mathis, directora de investigación en el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) y especialista en el comportamiento de los neandertales.
La investigadora y arqueóloga francesa no tiene ninguna duda al respecto: la prehistoria, como disciplina, bebe del modelo patriarcal que establecieron sus creadores decimonónicos. Así lo evidencia en su libro El hombre prehistórico es también una mujer (Lumen), una obra en la que atropella con erudición, evidencias científicas —desde los vestigios arqueológicos hasta los últimos análisis de ADN— y preguntas ineludibles los prejuicios sobre los que se sustentan esas ideas de que ellas solo se dedicaban a coger frutos, a las tareas livianas.
"En el siglo XIX los historiadores eran todos hombres y decidieron que las mujeres eran las recolectoras y las que se encargaban de las cuevas, mientras que ellos tallaban, descubrían el fuego, cazaban… Es la visión que tenían en aquel momento, la visión patriarcal, y ese modelo lo transfirieron directamente a las sociedades prehistóricas", valora Patou-Mathis en la cafetería de un céntrico hotel madrileño, a donde ha venido para presentar la edición en español de su libro.
Debates académicos
La arqueóloga gala es una de las figuras que encabezan esta suerte de revolución feminista del enfoque a través del cual analizar las primeras sociedades humanas. Una perspectiva que ya intentó desarrollarse en la década de los 70 pero que se ha consolidado en los últimos años. "Cuando empecé a trabajar como prehistoriadora tenía tan integrado el modelo patriarcal que no me planteaba más. Después, cuando me fui especializando en el hombre neandertal, me di cuenta de que era todo 'hombre, hombre, hombre', ¿pero y si también hay mujer? Comencé a descubrir que en los libros de texto, los documentales, quienes hacían fuego, iban a cazar, tallaban las herramientas o pintaban las cuevas eran solo hombres, no había mujeres ahí", relata.
En su discurso, Marylène Patou-Mathis tiene muy presentes a los pioneros de una disciplina que ha dado un vuelco radical, a los prehistoriadores e historiadores del XIX que "borraron a las mujeres" y les otorgaron un papel inferior por naturaleza, como ya lo había hecho la religión por cuestiones de orden divino —bendita paradoja: ciencia y fe de la mano—. "La sociedad es la que ha presionado para que esto se vea de otra forma", asegura la prehistoriadora, que dice que sus hipótesis, en las conferencias públicas en las que participa, son acogidas de forma favorable.
"En el ámbito científico hay gente que está más abierta, pero hay un núcleo de investigadores, formado por muchos hombres y algunas mujeres, que dicen que no es posible, que no hay pruebas científicas que demuestren que las mujeres cazaban o pintaban", lamenta. "Pero yo contesto que tampoco hay pruebas que demuestren que son los hombres. Hay que abrir el campo hipotético porque los vestigios arqueológicos no son categóricos en la autoría masculina". En los nuevos hallazgos, los análisis genéticos y los avances tecnológicos recae el arduo cometido de desvelar una prehistoria más igualitaria de lo imaginado.
Pero también en la necesidad de derribar los mitos y las imágenes falsas que envuelven el remoto periodo. Marylène Patou-Mathis despide la charla con una reflexión conciliadora: "Hay algo muy importante que digo siempre: el sistema patriarcal se ha agotado, ha quedado obsoleto y hay que cambiarlo. Pero no podemos proponer un enfrentamiento: si establecemos una rivalidad entre hombres y mujeres, las cosas no van a funcionar".