El 6 de agosto de 1964, Stuart Christie preparaba su viaje de París a Toulouse, allí se debía reunir con una célula de Defensa Interior, el grupo anarquista que preparaba un atentado contra Franco en Madrid. La tarea de Christie consistía en llevar los explosivos plásticos hasta la capital sin levantar sospechas, recogiendo una carta en una oficina de American Express en la capital y entregándola a otro de los enlaces del grupo terrorista.
El plan consistía en asesinar al caudillo durante la final de la Copa del Generalísimo de ese mismo año, en el estadio Santiago Bernabéu. Una misión que carecía de la organización suficiente como para salir bien, mucho menos en manos de un joven de 18 años, obstinado e idealista.
El relato de lo que ocurrió aquel aciago mes de agosto entre París y Madrid, coparía las páginas de Mi abuela me hizo anarquista, una autobiografía, editada en 2004, en la que el propio Christie relató su participación en el complot para asesinar a Franco y su relación con las Brigadas Iracundas.
Un jersey de explosivos
Pertrechado con los explosivos plásticos que habrían de servir para poner fin a la dictadura franquista, Christie se dirigió en tren hasta Perpiñán, en la frontera franca con España. Tras un somero registro de su equipaje por las autoridades francesas, el escocés se encerró en un baño público donde pegó las tabletas químicas a su cuerpo con cinta adhesiva. Según el anarquista, la única forma de esconder los bultos que se dejaban entrever en su cuerpo fue con un enorme jersey que su abuela había tejido para él durante el invierno anterior.
Así se paseó en pleno agosto a orillas del Mediterráneo, con aquel enorme jersey de lana, deforme y con apenas 18 años, sin vehículo alguno e intentando cruzar la frontera con España, fuertemente vigilada por la policía del régimen. A su llegada al puesto de la Guardia Civil, a la altura de Girona, Christie recordaría el nerviosismo a la hora de responder "turista" a las autoridades franquistas que le preguntaban el motivo de su viaje; poniéndole el cuidado suficiente a su ajado español para que sus palabras no se confundiesen con "terrorista" a través de su fuerte acento escocés.
Compartiendo coche con un vendedor inglés consiguió llegar hasta Barcelona, donde lejos de coger un tren o un autobús para acelerar su viaje, continuó hasta Madrid haciendo autostop. La idea consistía en que una vez que llegase a Madrid debía recoger una carta en las oficinas de American Express de la calle San Jerónimo. Con la misiva en su poder, esperaría en una cafetería del centro de la ciudad donde un hombre le debía dar una seña secreta que le indicaría el intercambio de los explosivos. Pero nada salió como estaba planeado.
Un anarquista por Madrid
Una vez en Madrid, Christie se echó la maleta, cargada con los dispositivos y el detonador, a la espalda y se dispuso a recorrer las calles del centro de la ciudad a la hora de la siesta. Le sorprendió la quietud que a esas horas, y en esa época del año, se respiraba en la capital.
Su primera parada fue en Vallecas, desde donde cogió un taxi hasta la Puerta del Sol. Allí compró tabaco en un estanco y se sentó en la desaparecida cafetería Rolando, justo enfrente de la sede de la policía social. Rodeado de policías secretos se esmeró en comer un bocadillo y desgustar una cerveza con limón, ajeno a lo que ocurría a su alrededor.
Una vez en su destino, la sede de American Express, se dio cuenta, sin embargo, de la presencia de varias personas sospechosas. Entregó a la oficinista la documentación para recoger la carta y divisó, con el rabillo del ojo, que el sobre estaba marcado con un papel. Al ver que la muchacha cogía el sobre marcado, las personas de la oficina se pusieron en alerta y empezaron a mover.
El escocés supo al instante que se trataba de policías de paisano y echó a andar por la calle, camino de Cedaceros. Recorridos unos cuantos metros, y viendo que darles esquinazo era imposible, se echaron sobre él para arrestarle en plena calle.
Las autoridades recibieron una entrevista, realizada meses antes por Malcolm Muggeridge, confidente del MI6 y periodista católico ultraconservador, en la que el joven revelaba "el bien que a España le haría la muerte de Franco". Las declaraciones inclinaron la balanza en contra del escocés que fue condenado al garrote vil. Sin embargo, la influencia de figuras prominentes de la izquierda internacional como Bertrand Russel o Jean Paul Sartre, favorecieron la reducción de la condena del joven.
El travesti escocés
La leyenda dejaría un epílogo humorístico a la historia del anarquista. En teoría los diarios españoles abrieron con la noticia de que se había producido la detención de un 'travesti escocés', haciendo referencia al kilt que, supuestamente, Christie llevaba puesto durante la detención. "La historia es falsa", como confirmó él mismo, "aunque muy buena".
Lejos de llevar un kilt vestía de negro y con el pelo largo, una mezcla entre poeta beat y músico del swingin London, un look que, por otro lado, no habría de pasar desapercibida a la policía social de la época.
Fallecido en el año 2020 a los 74 años por un cáncer de pulmón, Christies fundó diversos diarios entre ellos: Bandera Negra, Cienfuegos Press, Anarchist Review, la revista mensual de las Islas Orcadias, The Free-Winged Eagle (La Águila de alas libres) y fundó la casa editorial de libros Cienfuegos Press, hoy ChristieBooks. También refundó Cruz Negra Anarquista, desde donde continuó su activismo político a su vuelta a Reino Unido.