Uno de los tópicos patrios por antonomasia consiste en afirmar que la Armada española pasó a ser totalmente intrascendente en el escenario internacional desde la batalla de Trafalgar (1805). Pero seis décadas más tarde, al final del reinado de Isabel II, España volvía a ocupar un puesto en el podio de las potencias navales del mundo, solo superada por Reino Unido y Francia. El acontecimiento más relevante de este periodo, quizás ensombrecido por las convulsiones que inundaron la Península Ibérica, fue la llamada campaña del Pacífico, un enfrentamiento contra las naciones de Chile y Perú, y su momento cumbre, el combate de El Callao, el 2 de mayo de 1866.
El bombardeo del principal puerto peruano regresa a la actualidad gracias a la obra colectiva La batalla de El Callao (Sekotia), editada por el especialista en historia naval Agustín R. Rodríguez González, miembro de la Real Academia de la Historia, y con los textos de los investigadores y capitanes de navío retirados Mariano Juan Ferragut, Marcelino González Fernández y José Blanco Núñez.
La principal novedad del libro consiste en analizar el resurgir de la Armada española a mediados del siglo XIX, profundamente debilitada tras la Guerra de la Independencia y los conflictos de emancipación de las colonias americanas, a través de las biografías de cuatro almirantes, vertebradas por el valor, la pericia y la tenacidad. Se trata de Casto Méndez Núñez, el jefe de la escuadra y cuyo prestigio le empujó a la terna de candidatos a rey electivo de España; Claudio Alvargonzález Sánchez, el héroe de Abtao; Miguel Lobo y Malagamba, que además de contraalmirante destacó como polígrafo; y Juan Bautista Antequera y Bobadilla, que llegaría a ostentar el cargo de ministro de Marina.
Todos ellos, con distintas carreras y peripecias, coincidieron en el bombardeo de El Callao. Aseguran los especialistas que los cuatro dieron "lo mejor de sí mismos no solo como militares y marinos, sino en campos como la ciencia, la técnica o incluso la cultura, en el ideal de devolver a su país a mejores y pasados tiempos". En concreto, el caso del gallego Méndez Núñez, a juicio de Agustín R. Rodríguez, constituye "uno de los mayores ejemplos de liderazgo personal que registra la historia contemporánea de España".
Convertido en oficial de la Armada de forma precoz por sus notables servicios en la expedición de reconocimiento a Guinea Ecuatorial en 1846 y forjado en las inclemencias de Filipinas —meteorológicas y bélicas: en 1861 encabezó la captura de una fortaleza musulmana al abordaje, un hecho único en la historia naval—, a Méndez Núñez, ya como capitán de navío, se le concedió en 1864 el mando de la nueva fragata blindada Numancia, un buque revolucionario para la época. Entonces estalló con Perú, gobernado por el dictador Mariano Ignacio Prado, y Chile un conflicto que se libró desde San Francisco, en California, hasta el estrecho de Magallanes.
Tras bombardear el puerto de Valparaíso siguiendo órdenes del Gobierno de Madrid y hasta con la declarada admiración de británicos y estadounidenses por permitir la evacuación de la indefensa plaza antes de hacer disparar a los cañones, el brigadier nacido en Vigo se dirigió hacia El Callao. Sin embargo, el 1 de mayo, un día antes de la operación —se efectuó en fecha coincidente con el levantamiento popular contra la invasión napoleónica—, el marino recibió un despacho, fechado el 27 de marzo, en el que el Ejecutivo le pedía finalizar la campaña y volver a España.
La contestación del jefe de escuadra al alférez de navío que le entregó el mensaje fue la siguiente: "Mañana bombardeo El Callao, usted no ha llegado todavía, llegará pasado mañana, y en cuanto me comunique la orden del Gobierno, me apresuraré a cumplirla". Si antes de Valparaíso le habían augurado que más valía "sucumbir con gloria en mares enemigos que volver a España sin honra ni vergüenza", lo que provocó su célebre respuesta "primero honra sin Marina que Marina sin honra", en ese momento, a su juicio, existían más razones para mantener la estoica, valiente y temeraria postura. Porque la empresa no buscaba conquistar una plaza estratégica clave, sino defender la honra de su patria y la Armada española.
Rumbo al trono
La batalla de El Callao duró alrededor de cinco horas. La escuadra española, que contaba con una fragata blindada, cinco de hélice y casco de madera y una goleta con las mismas características para un total de 245 piezas de artillería —por el centenar peruano—, tuvo que enfrentarse a "unas defensas muy superiores a lo que podía afrontar", según Agustín R. Rodríguez, "pero tales desventajas estaban más que compensadas por la escasa preparación del defensor y por sus débiles y mal planteadas fortificaciones de campaña". El historiador considera que el mismo ataque contra otro enemigo y circunstancias, "hubiera sido literalmente suicida".
Las bajas entre las filas de Méndez Núñez ascendieron a 194 entre muertos, heridos y contusos, además de un total de 167 impactos en las embarcaciones. El propio brigadier, que de forma temeraria dirigió el choque desde el completamente desprotegido puente de navegación de la Numancia, fue herido hasta en ocho ocasiones por trozos de metralla y esquirlas de una bala, lo que le hizo entregar el mando al mayor general de la escuadra, Miguel Lobo. Al terminar las hostilidades, el marino, informado en la enfermería, preguntó: "¿Están satisfechos los muchachos?". A la respuesta afirmativa, añadió: "Ahora solo falta que en España queden satisfechos de que hemos cumplido con nuestro deber". Entre las 1.200-1.400 bajas de los aliados destacó el fallecimiento del coronel José Gálvez, ministro de la Guerra peruano y mano derecha del dictador Prado.
A pesar del "aplastante" triunfo de la escuadra española, que no volvió a atacar en los días siguientes porque la mayoría de los buques había agotado su munición, el aparato propagandístico del régimen local se arrogó la victoria, asegurando que los enemigos habían huido derrotados y que fracasaron en la "infundada presunción" de que los hombres de Méndez Núñez pretendían desembarcar y ocupar El Callao.
A su regreso a España, completando también la primera vuelta al mundo de un buque acorazado, el marino gallego fue reconocido por el Gobierno, siendo ascendido a vicealmirante y recibiendo las más altas recompensas al mérito. El "bizarro jefe", en palabras de Gustavo Adolfo Bécquer, también fue celebrado por el poeta romántico en sus crónicas periodísticas de la época —"los esforzados campeones de la honra nacional", dijo de su tripulación— y por el escritor Benito Pérez Galdós, quien lo inmortalizó en La vuelta al mundo de la Numancia, uno de sus Episodios nacionales, publicado en 1906, después del desastre de 1898.
"Es cierto que Méndez Núñez no descubrió un nuevo mundo ni ganó batallas tan decisivas como Lepanto, las Terceras o Cartagena de Indias, pero la significación de su figura rebasa ampliamente sus propios logros navales y militares, hasta convertirse en un referente del mejor patriotismo español", valora Agustín R. Rodríguez.
La incógnita en la biografía de Méndez Núñez es aventurar hasta dónde hubiera llegado si una extraña y súbita enfermedad no lo llega a matar el 21 de agosto de 1869, tras una larga agonía en su casa de Pontevedra, apenas cumplidos los 45 años. Para entonces, en los inicios del Sexenio Democrático, su nombre, por prestigio, sonaba para ocupar, a pesar de sus humildes orígenes, la jefatura del Estado, un trono que se le acabaría entregando a Amadeo I de Saboya.
"Dado lo primitivo de la medicina de la época, cabe suponer que fue por causas naturales, y secuela de sus heridas en El Callao y padecimientos en la larga campaña, pero también se ha barajado con frecuencia la hipótesis de un asesinato por envenenamiento, que no convendría descartar en absoluto, aunque solo sea por el claro atentado contra Prim de poco más de un año después, el otro líder militar de la España de entonces, y por distinto que fuera del marino en sus planteamientos políticos", cierra el historiador. "Y si se ha especulado con las consecuencias que tuvo para la historia de España la muerte del general, cabe preguntarse igualmente por las que pudo tener la del almirante".