La victoria británica en la batalla de Plassey, en junio de 1757, convirtió a la Compañía de las Indias Orientales, una corporación comercial, en una hostil potencia político-militar en la región más rentable del antiguo Imperio mogol. A partir de entonces, los británicos iniciaron una etapa de saqueo y despojo sin límites que ellos mismos denominaron "sacudir el árbol de las pagodas"; y sus soldados, mercaderes, banqueros y funcionarios fueron haciéndose paulatinamente con el poder en la región de Bengala. Ese choque está considerado como uno de los más importantes de la historia de la India debido a las consecuencias que provocó.
Sin embargo, siete años más tarde, en Buxar, al noreste del país, se registró otro lance todavía más decisivo. Los tres grandes ejércitos mogoles se unieron para expulsar a la Compañía de sus territorios, pero un nuevo triunfo permitió que sus tentáculos se desplegasen hacia el oeste, hacia Delhi, la capital, que sería conquistada en 1803. La empresa que había sido fundada por corsarios y piratas que habían servido bajo el mando de Francis Drake, y que se definiría a sí misma como "la más grande sociedad de mercaderes del universo", daba un salto más, erigiéndose en la gobernante de un rico imperio en expansión de la Asia meridional.
"Fue este momento, más que en ningún otro, en el que la corporación mercantil logró sentar los cimientos de su conquista territorial de la India. De la crisálida de un emporio comercial había surgido una potencia imperial autónoma, apoyada por un gran ejército, más grande que el de la Corona británica, que ahora se disponía a ejercer control administrativo sobre 20 millones de indios. Un organismo mercantil se había transformado en el soberano de facto de la mayor parte de la India septentrional", describe el historiador William Dalrymple en La anarquía (Desperta Ferro).
Su libro, muy aplaudido en el mundo anglosajón y que ahora se publica traducido al español, narra la (oscura) historia de la conquista del Imperio mogol por la Compañía de la Indias Orientales, "un imperio dentro de un imperio", como admitió uno de sus directores; o "un Estado disfrazado de mercader", según el político Edmund Burke. En realidad, una empresa privada con sede en una pequeña oficina de no más de cinco ventanas de ancho en Londres, 35 empleados fijos y dirigida por "un violento depredador empresarial, completamente despiadado y con brotes de inestabilidad mental", llamado Robert Clive, que logró adueñarse del vasto subcontinente indio en menos de medio siglo.
El relato de Dalrymple, que este junio también publica en castellano de la mano de Desperta Ferro una nueva edición de otra de sus obras más reconocidas, El retorno de un rey, sobre la Primera Guerra Anglo-Afgana (1839-1842) y el gran desastre británico, es estupendo por varios motivos. En primer lugar, por las fuentes que maneja: además de los archivos de la Compañía de su sede central, el historiador escocés ha escarbado en los Archivos Nacionales de la India, en Nueva Deli, que han arrojado notables hallazgos documentales. Este abanico de testimonios, al que se suman las historias persas del XVIII, contribuye a elaborar una narración mucho más compleja y equilibrada.
Dalrymple también derriba algunos mitos patrios, evidencia que una de las metas principales de la política exterior británica consistió en la necesidad de proteger la Compañía —cada año pagaba 1.200 libras a ministros y destacados diputados, algunos de los cuales poseían acciones de la empresa— y describe en toda su dimensión el "voraz apetito territorial de una entidad militarizada" que ejecutó "el mayor acto de violencia corporativa de la historia mundial". De hecho, la CIO llegó a controlar la mitad del comercio mundial y se convirtió en la corporación más poderosa que jamás haya existido.
La palabra "botín"
"La historia de la Compañía de las Indias Orientales muestra que cuando los británicos llegaron por primera vez a la India, no lo hicieron como un Estado conquistador", desgrana el autor. "Llegaron mediante esta inesperada forma de empresa comercial, que luego se militariza. Pero la Compañía, desde que comienza a conquistar territorio indio, no tiene otro objetivo que el lucro. La idea de que los británicos fueron a la India para otorgar ferrocarriles, el idioma inglés, el cricket y el té es un giro victoriano posterior, que no tiene ninguna realidad histórica".
¿Cuál es entonces el legado de la corporación internacional? "Creo que se puede argumentar poderosamente que hubo una influencia mucho más profunda en el mundo moderno y que fue la empresa de sociedad anónima, que domina nuestras vidas en todo el mundo. La CIO dio forma al mundo empresarial moderno de muchas maneras, que tiene su origen en la mala conducta de la Compañía", responde el historiador.
Una de las virtudes de su obra son precisamente las resonancias de esta historia de hace tres siglos en los ejemplos actuales que brindan los abusos de las grandes empresas transnacionales: la explotación laboral, el lobbying, los sobornos o los rescates públicos —en 1773, la Compañía fue sujeto de uno de los primeros megarrescates de la historia, por una cuantía de más de cien millones de libras actuales— no son cosa exclusiva de hoy en día.
Pero el libro es sobre todo la detallada reconstrucción de ese expolio que convirtió a la India "en la morada de la anarquía", como expresó un autor indio contemporáneo. La Compañía obtuvo jugosas ganancias comercializando textiles mogoles, un saqueo que se disparó al descubrir que los beneficios podían multiplicarse mediante la conquista del territorio, cobrando impuestos a sus habitantes y sin tener que gastar dinero en comprar los bienes que luego se ponían a la venta. Dalrymple explica que cuando los ingleses llegaron por primera vez a la India, producían el 3% del PIB mundial, mientras que el Imperio mogol controlaba el 37%: "Esa cifra se invirtió, más o menos, cuando los británicos se fueron, por lo que no hay duda de quién ganó más".
Y no hay mejor ejemplo para entender la dimensión de esta colonización empresarial y militar —la Compañía llegó a manejar un gigantesco ejército de 200.000 hombres— que comprobar que una de las primeras palabras indias que pasó a formar parte de la lengua inglesa fue el término coloquial indostaní para botín: loot.