España fue uno de los últimos países en prohibir la esclavitud. Lo hizo, concretamente, en 1886 tras años de presiones por no abolir esta vil práctica por parte de grandes empresarios a los que les iba el negocio en ello. Antonio López y López, marqués de Comillas y uno de los comerciantes más importantes del siglo XIX, fue uno de esos últimos negreros y traficantes de esclavos que quedan patentes en la más oscura historia de España.
Que la esclavitud fuera legal entre España y Cuba no significa que no tuviera unos límites establecidos. Siempre se supo que la firma del empresario se dedicó a la compraventa de esclavos criollos, lo cual era completamente legal en aquella época. Los adquirían en Santiago de Cuba, y posteriormente se dirigían a la parte occidental de la isla para ejercer su permiso de venta. Ahora, el profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad Pompeu Fabra Martín Rodrigo y Alharilla, publica Un hombre, mil negocios. La controvertida historia de Antonio López, marqués de Comillas (Ariel), donde se explica cómo Antonio López también participó en el tráfico ilegal de esclavos.
Para corroborar esta afirmación que sus descendientes han negado durante años, el autor ha investigado tanto archivos nacionales como británicos. Martín Rodrigo escribe que no cabe duda sobre su participación en "un número indeterminado de expediciones negreras arribadas de manera clandestina a la región oriental de Cuba, como sucediera en 1850 con la goleta Deseada".
En octubre de aquel año, el cónsul británico James Forbes, denunció que la goleta Deseada había desembarcado clandestinamente 280 esclavos en la ensenada de Juragua, un pequeño puerto natural al este de la ciudad de Santiago.
Cuando, gracias al cónsul, López tuvo que pronunciarse acerca de esta acusación, admitió aquel desembarcó de esclavos pero nunca aceptó la ilegalidad. Según él no eran bozales, sino criollos.
Su 'modus operandi'
Para llevar a cabo el comercio de esclavos se recurría a la corrupción de los funcionarios españoles. Por un lado, de los responsables que facilitaban la documentación necesaria a unos esclavos recién traídos de África. De esta forma, los hacían pasar por ladinos o criollos y ya tenían vía libre para efectuar su venta en Cuba.
Por otro lado, las investigaciones realizadas por parte de las competencias españolas se desvanecían con el paso del tiempo. Los acusados solo tenían que negar las acusaciones de los británicos y en poco tiempo podían regresar a los mares para iniciar nuevamente sus ilegales actividades. Esto es exactamente lo que sucedió con el marqués.
En este sentido, su cuñado Francisco Bru Lassús, denunció el modus operandi de su familiar político en 1885, un año después de que el marqués falleciera: "Traficaba con carne humana; sí, lectores míos. Era comerciante negrero. López se entendía con los capitanes negreros, y a la llegada de los buques, compraba todo el cargamento o parte de él (...) Compraba en Santiago de Cuba negros a bajo precio y los enviaba a la Habana y a otros puntos de la isla donde los vendía con más o menos ganancias, pero siempre con una ganancia muy alta".
Sin lugar a dudas, el marqués al que Bru calificó como el negrero "más duro, más empedernido, feroz y bárbaro", logró un reunir un gran capital en las provincias de ultramar, lo cual le permitió regresar al Viejo Continente e instalarse en Barcelona como uno de los grandes empresarios de la España del siglo XIX.
Había nacido en el seno de una familia humilde el 12 de abril de 1817. Había perdido a su padre y huyó de España para evitar ser llamado a filas en plena guerra carlista. Tras un tiempo en México, su odisea americana le llevó hasta Cuba, isla a la que se mudó definitivamente en 1843, donde nacería su primer hijo y formaría su propia familia, lejos de España. Al regresar con su mujer, Antonio López era un hombre completamente nuevo.
Compró varias propiedades en la capital catalana, como por ejemplo un palacete en el paseo de Gracia o el Palau Moja, en las Ramblas. Sus numerosos negocios y su cargo como senador en sus últimos años de vida, así como su estrecha relación con Alfonso XII, le ha llevado a consagrarse como uno de los personajes históricos más relevantes de la España contemporánea. Su nombre está presente en calles, monumentos y placas de España, lo cual ha generado gran polémica estos últimos años, donde la revisión de quién ocupa el espacio público está a la orden del día.
El caso más mediático sucedió en marzo de 2018 cuando su amada Barcelona decidió retirar el monumento al marqués de Comillas. La división de opiniones no tardó en llegar. Para unos, Antonio López fue uno de los mayores exponentes de aquella burguesía catalana que surgió a finales del siglo XIX -en el libro se revela que su fortuna pudo haber ascendido a la cifra de 20 millones de pesetas-. Para otros, no fue más que un simple negrero que jugó con las vidas miles de personas. Lo cierto es que el empresario ya no se encuentra entre nosotros, pero sí los registros históricos que revela Martín Rodrigo en su nuevo libro.
Antonio López murió el 16 de enero de 1883 en el Palau Moja. Tan solo un día antes, el papa León XIII firmó una bula donde se le perdonaban todos los pecados que hubiera podido cometer durante su vida. El marqués de Comillas obtuvo así el perdón de dios, pero no el de los españoles ni el de los descendientes de aquellos esclavos con los que trató.