La fría tarde invernal no fue un impedimento para que los jóvenes Alejandro López, Rafael Gallego y Miguel Pareja se citasen en unos terrenos en obras en la aldea de Charilla, perteneciente al término municipal de Alcalá la Real (Jaén), para distraerse un rato después de las clases. En medio de sus correrías, el primero de este trío de adolescentes observó un objeto que brillaba entre la tierra removida por las máquinas excavadoras. Atraído por la curiosidad, alertó a sus amigos y se pusieron a escarbar, descubriendo varios objetos de oro. Entre ellos había uno que se asemejaba a una corona.
Los alumnos de EGB del Colegio Nacional Comarcal nº2, aunque no lo sabían, acababan de hallar aquel 11 de enero de 1977 de forma casual el conocido como Tesoro de Charilla, un espléndido conjunto de orfebrería andalusí de época califal, de los más relevantes documentados en la Península Ibérica, compuesto por piezas de oro, plata y piedras preciosas. Conservado en la actualidad en el Museo de Jaén, el tesorillo lo integran concretamente una diadema, placas de cinturón, collares, anillos, brácteas, un colgante, un prendedor, una aguja y un lote de dírhams perforados.
No informaron Alejandro, Rafael y Miguel del descubrimiento —se registró en un terreno junto a una fábrica de aceite propiedad de la Cooperativa Nuestra Señora del Rosario de Charilla, donde se estaba excavando una gran balsa para verter la jámila y no contaminar el río— ni a sus padres ni a las autoridades, sino que se guardaron el secreto unas horas. Al día siguiente, en la escuela, desvelaron a su profesor la peripecia arqueológica. Así lo narró el docente en un informe remitido al director general del Patrimonio artístico y cultural:
"Yo, rápidamente, pensé que podría ser una tumba conteniendo el ajuar ya citado. No quise darle importancia para que ellos no se alarmaran. A las cinco, una vez finalizadas las tareas escolares, me marché con ellos a Charilla, fui a sus respectivos domicilios y me entregaran los objetos que habían encontrado, rápidamente fuimos al lugar del hallazgo, provistos de unos pequeños almocafres para remover la tierra, así lo hicimos y entonces encontramos varios objetos; después me volví a Alcalá, me presenté en el Ayuntamiento, haciendo entrega del hallazgo al señor Alcalde, en presencia de varios concejales y del oficial mayor…".
Según una ley de aquel entonces, vigente desde 1911, las antigüedades descubiertas casualmente en el subsuelo pasaban a ser propiedad del Estado previa indemnización —la mitad de la valoración del hallazgo— a sus descubridores. La tasación del tesorillo que hizo el director del Museo de Jaén, Juan González Navarrete, fue de 300.000 pesetas, 150.000 de las cuales debieron repartirse los tres jóvenes y su profesor, según recoge la investigadora Ana Belén Haro Gutiérrez en el artículo Conjunto de Charilla, un nuevo estudio.
Como anécdota, las obras fueron paralizadas tras el descubrimiento con el objetivo de realizar una prospección arqueológica por si allí se escondía cualquier otro vestigio histórico. La cooperativa, por lo tanto, tuvo que verter el líquido fétido de las aceitunas a dos arroyos aledaños ganándose sendas multas de la Comisaría de Aguas de 5.000 y 1.000 pesetas. Tampoco lograron, como propietarios de los terrenos, la otra mitad de la indemnización al haberse considerado el hallazgo "casual" y no "al demoler antiguos edificios", como diferenciaba la legislación.
Importancia del tesoro
El trabajo de los metales nobles alcanzó en Al-Ándalus un virtuosismo técnico sobresaliente, según reflejaron las crónicas de la época. Sin embargo, son muy escasos los conjuntos que han sobrevivido hasta la actualidad. De ahí el principal interés del Tesoro de Charilla, probablemente ocultado a mediados del siglo X en algún momento de inestabilidad política. Es un testimonio histórico y arqueológico único que evidencia el refinamiento de la joyería califal.
Las piezas se pueden datar en los primeros compases del Califato de Córdoba gracias a la cronología de los cuatro dírhams documentados con el resto de objetos preciosos. Las monedas fueron acuñadas entre 942 y 948, durante el gobierno de Abderramán III. Además del de Charilla, en la zona, en la vecina aldea de Ermita Nueva, en los años 90 salió a la luz otro de los conjuntos más importantes de la orfebrería andalusí —grupo que completan los de Loja y de Lorca—, integrado por pendientes, medallones, brácteas, anillos, pulseras y ejemplares numismáticos de todos los califas de Córdoba. Ambos tesorillos pueden verse en la actualidad en el Museo Arqueológico Nacional con motivo de la exposición temporal Las artes del metal en Al-Ándalus.
Las piezas más destacadas del Tesoro de Charilla son la diadema o ceñido de oro repujado con motivos vegetales, forjado con cinco placas de forma rectangular, en cuyo centro se sitúa un cabejón para una falsa gema de pasta vítrea; un colgante en forma de media luna o un cinturón formado también por seis placas rectangulares independientes, iguales, unidas entre sí mediante hilos que discurren por el interior de las piezas.
Este conjunto no acabó en manos cristianas como botín de guerra, como sucedió posteriormente con algunas ricas arquetas destinadas a iglesias y catedrales —véase una del siglo XI que los reyes de León Fernando I y doña Sancha donaron a la colegiata de San Isidoro de León en 1063—, sino que permaneció oculto durante unos mil años, hasta que una tarde de diversión empujó a los jóvenes Alejandro, Rafael y Miguel a desenterrar todo su esplendor.
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