Las postales son el best-seller inagotable de cualquier museo. En el Museo del Prado el récord lo batió La Gioconda cuando se descubrió su velo negro hace cuatro años. En la primera semana de venta, la versión de la obra de Leonardo da Vinci hizo una caja de 100.000 euros. Sólo en postales. Fulminó los registros del Cristo crucificado de Velázquez, en primera posición desde la celebración de la visita papal a Madrid con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), en agosto de 2011. Sin embargo, el inventor y superventas de postales fue Katsushika Hokusai (1760-1849), que en 1830 publicó la estampa de la Gran ola de Kanagawa y no ha dejado de facturar desde entonces.
Eran estampas que el artista reproducía en grandes tiradas y a un precio muy asequible, vistas del mundo cotidiano
El pintor japonés se adelantó a todos al crear una colección de 36 vistas del monte Fuji (monte equivalente en el sintoísmo a lo que sería un dios). Son paisajes simples, capaces de expresar el máximo con el mínimo de recursos. Apenas tres colores y gran expresividad, con una enorme fuerza dramática. Y una intención decorativa que convertía los paisajes en fórmula imbatible: el souvenir que llegó como una ola a mi vida, como una ola de fuego y de caricias, de espuma blanca y rumor de caracolas...
Lo más importante es que Hokusai provocó un tsunami de ventas al hacer de sus estampas un producto industrial: podía reproducir sus visiones hasta el infinito, sin parar. Esas “imágenes del mundo flotante”, Ukiyo-e Hanga, eran estampas que el artista reproducía en grandes tiradas y a un precio muy asequible, vistas del mundo cotidiano. Aquel mundo creado por la burguesía, accesible sólo a la reducida minoría que se podía permitir salir al campo con sus pinceles, saltó por los aires gracias a la xilografía.
Revolucionó la técnica para vender como churros. Era un artista famoso, la gente le rodeaba mientras miraba y pintaba la naturaleza, tenía suficientes ingresos como para mantenerse libre e independiente. Hokusai, como Rocío Jurado, hizo lo que quiso con su ola.
Japón souvenir
El género del paisaje en Japón es uno de los que mayor tradición tiene. “Pintura de montaña y agua” (Sansui-ga). Más adelante pasará a llamarse Fukei-hanha, “el escenario del viento y la mirada”. Los pintores como Hiroshige y Hokusai son los responsables de llevar el espíritu divino y la experiencia mística del paisaje a la postal, que terminaría convertirse en el souvenir ideal de los turistas que se acercaban a Japón a partir de 1868, cuando el país rompe con su aislamiento gracias a la restauración del Imperio y la dinastía Meijí. Japón se abrió al mundo y Hokusai era su mejor embajador.
La ola y el resto de postales irrumpen en el París de los impresionistas y encandilan a Toulouse Lautrec, Van Gogh, degas, Monet, Seurat y llega a Kandinsky, Kirchner, Klimt, Miró, Tàpies… Alucinaban con el contraste de colores, los encuadres, el vacío y las perspectivas. El mundo exótico estaba llamado a renovar el viejo arte corrupto. Varios museos conservan ejemplares de la ola, impresiones provenientes de colecciones privadas del siglo XIX.
En el Museo Británico hay una caja de pañuelos con la ola. He visto camisetas, millones de postales (la reproducción de la reproducción), asistimos a la culminación de Hokusai, el artista hecho para el souvenir, nacido dos siglos y medio antes de lo que le tocaba. El lejano mundo se imprime hasta en un delantal hecho sólo para ellas... Una ola tan grande que ahoga a la mujer en la cocina.