Lo inglés tampoco es garantía de ejemplaridad. No todo su Ejército se comportó como el general Wellington en la Guerra de la Independencia (1808-1814). Él retuvo el tesoro artístico incautado al ladrón Bonaparte (hasta que se lo regalamos), mientras otros militares se dedicaban al expolio de cuadros, como la Venus del espejo, de Velázquez, que habitaba en las dependencias del Palacio de Buenavista, en la plaza de Cibeles, donde tenía su residencia el primer ministro de Carlos IV, Manuel Godoy. Lo había colocado junto a la Maja desnuda y Maja vestida de Goya. Una habitación calentita.
El mito y la realidad se camuflan cada vez mejor bajo el mismo mantel de hule
Llegó a reunir más de mil pinturas valiéndose de su falta de escrúpulos, de su poder político y de su posición privilegiada como favorito del rey, entre 1792 y 1797, para desplumar las obras maestras en poder de la aristocracia y la Iglesia. Godoy se hizo con unos fondos de pintura flamenca, italiana y española, de los siglos XVI, XVII y XVIII, de una magnitud extraordinaria. Fue la primera colección moderna de pintura en España que no era heredada. Compró el Cristo crucificado de Velázquez a un convento (60.000 reales) y a los Alba -obligados por el monarca a vender- la Venus del espejo.
Y de robo a robo, la pintura llega a Inglaterra donde en 1813 está en poder de un tal John Morritt. En 1906, el Fondo de Colecciones de Arte Nacionales adquiere la obra por 45.000 libras para la National Gallery, donde es atacada en 1914 por una sufragista, que le asesta 7 hachazos porque quiere destruir “la pintura de la más bella mujer de la historia de la mitología”.
Sí, la Venus morena de Velázquez ha tenido una vida ajetreada. Pero sigue viva, mirándonos a través del espejo que sujeta su hijo, Cupido, desarmado de arco y flechas. La diosa de la belleza y el amor y la fertilidad y todas las cosas buenas -que ahora sólo pasan en el Sálvame Deluxe- confirma que lo nunca visto suele ser horroroso. Por eso los espejos: para no ver más allá de uno mismo. Por eso este espejo de bolsillo que vende la National Gallery por 3 libras: un espejo para mirarse en un espejo que te mira. El mito y la realidad se camuflan cada vez mejor bajo el mismo mantel de hule.
Es el primer paso de la madurada sutilidad que le llevará a Las Meninas
Toda industria necesita renovar sus mitos y la industria de la belleza necesita a Venus -antes de Velázquez todas las Venus, rubias- y cuerpazo -al parecer, la modelo fue su amante en Roma-, para acabar con la culpa y la mortificación en escabeche. Ni un gramo de penitencia, el espejito parece decir “eres toda una Venus, mírate”.
La cosa es que del cuadro sabemos que es una pinturaza y poco más. Es probable que lo concibiera durante su segundo viaje a Roma, sobre 1651, con los contrastes de colores mucho más contenidos, la pincelada más espontánea y fluida, con la forma completamente diluida. Aquellas “manchas” de las que ya hablaba Quevedo. Es el primer paso de la madurada sutilidad que le llevará a Las Meninas (1656) y lo hace con un desnudo y con la bula que tiene en la corte de Felipe IV. Velázquez actuó probando los límites de la decencia y del arte, con una obra tan provocadora como el mito.
De haberse mantenido en el patrimonio español, en los pasillos de El Prado se habría juntado el trío con más telenovela en su salsa de toda la biblia mitológica: Venus, su marido Vulcano y su amante Marte.