Wong Kar Wai, Deseando amar.

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Café Torino

Las plataformas y el cine como acontecimiento cultural

19 junio, 2021 02:27

Por citar sólo dos ejemplos, el agrupamiento de nuevas ediciones de libros de grandes clásicos de la literatura o, no digamos, las exposiciones retrospectivas de maestros de la pintura, la escultura o la fotografía adquieren sin reservas en la prensa el rango de acontecimiento cultural.

Reconozcamos la importancia y la emoción que suponen -en el segundo caso- el contacto directo del espectador con la obra de arte original, unidas al mérito que implica la sofisticada y compleja producción y organización de esas muestras.

Al cine, sometido hoy más que nunca a un fuerte estrés como medio de entretenimiento y asimilado a la tensión mercantil relacionada con su consumo masivo en distintas instancias comerciales y con fuerte mediación tecnológica, le cuesta ver reconocidos como acontecimientos culturales aquellos que sin duda protagoniza.

Cualquiera diría -y sería mucho decir, desde luego- que la enorme popularidad actual del cine, y del audiovisual en su conjunto, le están haciendo retroceder a los primitivos tiempos en que despertaba reticencias en ciertos ámbitos intelectuales y culturales, donde era considerado, en efecto, como un banal entretenimiento de masas.

Un acontecimiento cultural

Los festivales, las retrospectivas en filmotecas o los ciclos organizados por museos, universidades, centros culturales y algunas salas de cine adquieren, sí, el rango de acontecimiento -con ajustado refrendo informativo en los medios- entre un público tan compacto como minoritario, muy distinto al que todavía frecuenta las salas en las que se exhiben las películas de gran espectáculo para una audiencia juvenil, familiar o problemáticamente transversal.

Se da la circunstancia de que las iniciativas e instancias consignadas más arriba son las que mantienen la transmisión y el conocimiento del cine clásico y de los cines de ruptura, vanguardia o experimentación y, con ello, la llama de la aceptación del cine como un arte y un fenómeno cultural de rango comparable al resto de las artes. Pero no son las únicas, y a eso vamos.

Cabeza borradora, David Lynch.

Cabeza borradora, David Lynch.

En el ABC Cultural del pasado sábado se informaba, en entrevista con Enrique Cerezo, de que todas las películas de Luis García Berlanga -todas- van a estar disponibles dentro de unos días en la plataforma FlixOlé. Mientras en las filmotecas y por doquier se proyectan sucesivamente las películas de Berlanga, con ocasión de su centenario, esta disponibilidad simultánea de toda la filmografía del director valenciano en FlixOlé tiene, a mi juicio, el rango de acontecimiento cultural al que aludía al principio.

Y hay más, por ejemplo, los cuatro protagonizados ahora mismo por otra plataforma, Filmin, que está ofreciendo a sus clientes suscritos y a sus compradores ocasionales nada menos que 19 películas de Werner Herzog; 9 (más 6 cortos), de David Lynch; 9, de Wong Kar Wai y, lo último y, en verdad, apoteósico, 11 películas de Kenji Mizogouchi, el gran clásico del cine japonés y universal. Si esto no es un acontecimiento cultural, venga Dios y lo vea.

Lo es. Y por varias razones. Este impresionante conjunto de películas -hay otros- se ofrece potencialmente a la totalidad del público posible, en su propia casa y al ridículo precio mensual de 7’99 euros. ¿Qué otro acontecimiento cultural está en condiciones de alcanzar una más cómoda y más generalizada y, en razón de su precio, más democrática difusión?

Una contribución cultural

Obcecados con las series y con las películas de estreno o con las polémicas sobre la distribución y exhibición de los filmes producidos por algunas (Netflix, por ejemplo), no estamos valorando suficientemente la contribución cultural y, sí, educativa y formativa de ciertas plataformas. Como no valoramos en su día, y tal vez seguimos sin valorar, la aportación -al parecer, declinante- que supusieron y suponen las copias privadas de un filme en video, DVD y Blu Ray, que nos permitieron tener en casa una filmoteca a nuestra disposición a la vez que teníamos una biblioteca y una discoteca.   

Werner Herzog, Nosferatu.

Werner Herzog, Nosferatu.

Me estoy refiriendo, por supuesto, a la aportación cultural de estos instrumentos cuando editan, difunden y ponen a nuestra disposición las grandes y menos grandes películas de la historia del cine que, de otro modo, nos serían de más difícil, restringido o imposible acceso, especialmente para los jóvenes o menos jóvenes que no habían nacido cuando se estrenaron o que no llegaron a tiempo de beneficiarse de otros medios para su difusión como los cine-clubs y, sobre todo, la televisión pública, que ya no es -pese a algunos islotes- ni la sombra de lo que fue en este campo.

¡Ay, si los veteranos hiciéramos la larguísima lista de las películas fundamentales que vimos en la televisión franquista, todas en blanco y negro -lo fueran o no-, con mal sonido, a veces con “nieve”, y que fueron determinantes de nuestra afición, formación o dedicación al cine!

Estudiar las películas

Ahora hay -mal síntoma en lo cultural- quien hace bromas con el gusto de algunos por ver películas japonesas, italianas, francesas, rusas, polacas, mexicanas, españolas, inglesas o, qué se yo, hasta norteamericanas de antes de los años 60. Chocante. No sólo está en ellas lo que es ineludible conocer para disfrutar del cine y tener una adecuada formación cinematográfica y cultural, sino que, si el cine es un arte, en ellas están sus Flaubert, sus Velázquez, sus Schubert y también sus Joyce, sus Picasso y sus Stravinsky. ¡Cómo no saber de ellos, cómo no volver a ellos!

Y todavía hay más. Las plataformas -por un tiempo limitado- y los deuvedés no sólo nos permiten ver, disfrutar y conocer las grandes películas, ¡también nos permiten estudiarlas! Es evidente que la gran mayoría de los aficionados al buen cine no necesita estudiar las películas, ni falta que hace. Pero estos instrumentos permiten a críticos, historiadores, académicos, periodistas cinematográficos y futuros cineastas ver y volver a ver las grandes películas, repetir el visionado de cuantas escenas o planos se quieran, tomar notas, compararlas de inmediato con otras…

¡Nunca antes había ocurrido nada semejante con el cine en condiciones tan fáciles y cómodas! Tendríamos que remontarnos a las, por lo general, cutres e imperfectas grabaciones que pudimos hacer en cinta de video virgen, directamente del televisor -¡y qué televisor sería!- a partir de los 80, más o menos. ¡No hay comparación! Y, por ello, también la prestación cultural que suponen las plataformas y sus grandes ciclos es importantísima.

Mizoguchi, La emperatriz Yang Kwei-fei.

Mizoguchi, La emperatriz Yang Kwei-fei.

Hace sólo cuarenta años las condiciones para acceder, poco menos que a la carta, al gran cine eran, en términos universales, infinitamente inferiores a las actuales. La televisión, de forma más deficiente, contribuía a paliarlas. Pero en Estados Unidos no se generalizó la televisión hasta los años 40 y, en España, hasta los 60, y en nuestro país el color todavía tardó en extenderse en los televisores unos veinte años.

A veces, he pensado en cómo harían los cineastas del periodo clásico -y otros posteriores- para poder asimilar a fondo a los directores y las películas de su gusto, para interiorizarlas y aprender de ellas. No les quedaría más remedio que acudir día tras día -con el consiguiente gasto- a las salas comerciales en las que se proyectaban -o a cinematecas, donde las hubiera-, conformándose con retenerlas lo mejor posible en su memoria. ¡Qué privilegio y qué fenómeno cultural sin precedentes es que cinéfilos, profesionales y estudiosos podamos hoy acceder a ellas en nuestra casa y en cualquier parte dando a un botón! Herzog, Wong Kar Wai, Lynch, Mizogouchi y tantos otros… ¡qué me apetece, qué necesito hoy!

¿Sólo dos modelos?

Cualquiera diría que estoy más que rozando el cacareado asunto del fin del cine en las salas de cine. Pues sí. Todos cuantos leen este artículo se han criado y formado y han disfrutado en las salas de cine. No repetiré aquí los argumentos de la mística, la nostalgia, el mito, el placer, el agradecimiento e, incluso, la leyenda que se han creado y que sustentan nuestra experiencia y memoria de las salas. Tampoco hace falta recordar la deriva creativa y argumental a que han dado lugar en la literatura, la pintura, la fotografía y también en el propio cine.

Pese al confort y óptimas condiciones de proyección de algunas salas nuevas, hace años que comenzamos a sentir que, por motivos muy diversos, esas experiencias en las salas, fundadoras de la cinefilia, de la educación sentimental y de tantas cosas, ya no eran las mismas. Y el cine que veíamos y vemos en ellas, y una suerte de complicidad con el público que nos rodeaba, y tantas cosas más relacionadas con cambios de costumbres, cambios sociológicos y muchos cambios más, ya no eran los mismos.

Happy together, Wong Kar Wai.

Happy together, Wong Kar Wai.

El cine hay que verlo en pantalla grande; el cine hay que verlo con la gente; en el cine es donde se contagian las lágrimas, las risas, el miedo…; el plan de ir al cine, salir de casa, tomar algo, pasar por una tienda, cenar… Ya.

Ya. Ya está pasando ese tiempo, por motivos muy diversos -sociales, económicos, tecnológicos…-, como está pasando el tiempo de leer el periódico en papel, escuchar música en un tocadiscos o hacer fotos con carrete y esperar ansiosos a su revelado.

¿Mi pronóstico? Nadie me lo pide, pero es el siguiente. Productores, distribuidores, exhibidores y creadores de películas se reciclarán y se organizarán de otra manera -después de pasar por una crisis definitiva- para poder seguir haciendo y ofreciendo cine de las nuevas maneras y con los nuevos medios que ya han aparecido -las plataformas, desde luego, con su muy diversificada oferta- y que van conquistando su hegemonía. Son ya imbatibles.

Creo, no obstante, que el cine nos seguirá congregando en festivales, filmotecas, museos o centros culturales. Así será entre públicos muy específicos, que ojalá aumenten.

Y también van a sobrevivir por un tiempo indefinido dos tipos de salas que necesitarán optimizarse: las multisalas con enormes pantallas y excelentes condiciones técnicas que, probablemente en el contexto de grandes centros comerciales y de ocio, ofrezcan cine palomitero y de gran espectáculo para públicos familiares, juveniles y grandes públicos indeterminados, que completarán un plan global de salir de casa con comer, comprar, jugar a los bolos, bailar… lo que sea.

El cine de autor

Los cines pequeños, de versión original con subtítulos, las salas para el cine de autor, herederas -decimos siempre- de las antiguas de Arte y Ensayo, van a tener -por la competencia de las plataformas y también de las filmotecas, centros culturales etc.- que cambiar mucho y arriesgar mucho en ese cambio. Tendrán que tener una fuerte identidad en consonancia con sus muy compactos públicos minoritarios.

Curiosamente, para ir hacia adelante, quizá les baste, en parte, con ir hacia atrás. Todos recordamos, en Madrid, los cines Alphaville. Si no como cineclubs, tienen un futuro -y una inversión a hacer- como clubs de cine. Las plataformas podrán colaborar, como ya lo están haciendo, con esta clase de salas con proyecciones previas o simultáneas con marchamo de evento.

David Lynch, Inland Empire.

David Lynch, Inland Empire.

Socios y descuentos, sí, pero también, con una programación sin fisuras para su definida y exigente clientela, completar un complejo en el que se vendan libros, revistas, deuvedés, pósters y otras publicaciones de cine y literarias; se disponga de un café-bar con personalidad estética (literaria, cinematográfica) en el que se pueda comer algo, beber, charlar tranquilamente y mantener coloquios y tertulias; se celebren presentaciones y charlas con cineastas y críticos; se entreguen buenas hojas informativas coleccionables y, a ser posible, un periódico de cine producido por una federación de estas salas…Se necesita intimidad, cohesión, identidad, cierto aire exclusivo. Sí, algo parecido a ser de un club.

Como en otros negocios, en el planeta de las salas de cine y con la irrupción de las plataformas, van a desaparecer los términos medios, lo que no es ni una cosa ni otra, lo que no está -sea grande o pequeño- en los extremos, mayoritario o minoritario, que ya en casi todo polarizan a los públicos, a los consumidores, a los clientes. A sus gustos, a sus niveles culturales, a sus bolsillos. 

¡Once películas de Kenji Mizogouchi en casa! Lo dejo para otro día. 

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