Qué razón tenía Alberto Cortez cuando cantaba "cuando un amigo se va se queda un árbol caído que ya no vuelve a brotar porque el viento lo ha vencido". La muerte de Hilario López Millán a los 78 años a causa de una "deshidratación extrema" nos ha encogido a todos, especialmente, a los que nos brindó la oportunidad de ser su amigo. Nos bendijo con esa palabra que tan alegremente se usa pero, en el caso del protagonista de esta noticia que quien escribe estas líneas jamás pensó en escribir, era la verdad y solamente la verdad. Lo juro.
En las distancias cortas Hilario era ternura. Tenía una gracia genética que le hacía único en su especie. Al igual que su fidelidad. Con casi seis décadas de trayectoria, esa fidelidad se aderezó con empatía, generosidad y lealtad. Que alguien tire la primera piedra si se sintió traicionado por él. Su gran amigo y compañero Albert Castillón publicaba este jueves 17 de agosto su fallecimiento en las redes sociales. Ha dicho que fue la deshidratación. Que me perdone si le corrijo. Ha muerto porque se le salió el corazón del pecho.
Siempre latió por todos. Por su sangre corrían halos de capotes de grana y oro, los volantes rebeldes de su Lola, que se perdían entre el timbre mezzosoprano de la Jurado y los ojos revoltosos de Marujita. A Rocío no se la podía nombrar en vano. Ella era la más grande y la primera que sedujo a Hilario cuando estaba a punto de hacer el servicio militar voluntario en Madrid junto a su amigo Juan de la Rosa, ambos nacidos en las tierras albaceteñas de Hellín. Sí, Juan se convirtió en la mano derecha de la intérprete de Se nos rompió el amor porque, paradójicamente, eso es lo que se ha roto. Hilario se ha ido en el plano físico. Pero esa fisura no llega al sentimiento, que es eterno.
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Hace un tiempo, el popular periodista y cronista de una sociedad ya pretérita y pluscuamperfecta me confesaba en EL ESPAÑOL que "los dos fuimos los primeros en mandarle la primera carta que recibió de unos fans. Se la mandamos a El Duende, el tablao que regentaban Pastora Imperio y Gitanillo de Triana porque nos habían dicho que había una chica de Chipiona a la que iban a ver Ava Gardner y Luis Miguel Dominguín. Nos contestó con dos fotos. Cuando Juan y yo fuimos voluntarios a la mili, antes de ir al cuartel, quisimos conocer a Rocío que por aquel entonces vivía con su madre, doña Rosario, en una pensión con derecho a cocina".
No hay que olvidar que otra de sus íntimas fue María Dolores Pradera, "mi Praderusca", como solía llamarla. Sobre la inolvidable actriz y cantante, casada con Fernando Fernán Gómez, me contaba que, "al contrario que Asunción Balaguer, que siempre aguantó las infidelidades de Paco Rabal, la Pradera optó por separarse cansada de los cuernos. Fernando y Paco eran los reyes de la noche madrileña en los años 50 y 60, cerraban todos los tablaos y luego se iban a La Venta Manzanilla, a las afueras de la ciudad, donde coincidían con putas y otros personajes como Dominguín y Ava Gardner, que en algunas ocasiones solía subirse a las mesas para orinar. Hubo algunas redadas donde les detuvieron por rojos, pero enseguida les soltaban porque eran famosos".
Uno le escuchaba y quedaba hechizado. Era un fabuloso contador de historias. De haber tenido nietos habría sido el querible abuelito cuentacuentos. Amaba y era amado. Sobre todo, por su marido, Alberto, a quien conoció por casualidad hace 46 años en un bar de Barcelona, "ya que aquella noche había quedado con unos amigos, pero mi mirada se cruzó con la de otro muchacho -Alberto- y nuestro amor surgió en aquel momento".
Vivieron a lo grande. Estaban rodeados de belleza. Los cuadros que colgaban de su salón en la zona noble de Barcelona valían un dineral, al igual que los que decoraban el recibidor hasta el que se accedía con un ascensor privado. Ambos tenían un gusto exquisito. Hace unos ocho años la pareja se mudó a Madrid porque Barcelona se había convertido en un desierto. Aún lo sigue siendo. Sin saraos, ni inauguraciones, ni personajes relevantes que salieran por la noche. Hacía mucho tiempo que había terminado la Gauche Divine y, desde mediados de los setenta, la sociedad catalana vivía de los réditos.
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Tras décadas de relación, en el año 2007 oficializó lo suyo con Alberto en una ceremonia civil en Barcelona. El invitado de honor era Juan de la Rosa, convaleciente de un cáncer de piel, quien finalmente no pudo ir. "Estaba muy malito", afirmó a EL ESPAÑOL, "y murió justamente el mismo día. Parece humor negro, pero nuestro viaje de novios fue en el tanatorio". El año anterior había fallecido también de cáncer la Jurado.
Pionero. Ése bien podría ser uno de los calificativos que se le puede atribuir. Junto a Irene Mir formó la mesa del corazón de La palmera, el programa emitido en la franja catalana de TVE de 1987 a 1990, que supuso el debut televiso de Jordi González. En la pequeña pantalla también trabajó con María Teresa Campos (82) en Día a Día, con Ana Rosa Quintana en Sabor a ti e inolvidable fue su rol como jurado en el talent show Se llama copla de Canal Sur, donde estuvo entre 2007 y 2012. Inolvidables fueron sus tertulias radiofónicas con Encarna Sánchez y, por encima de todo, con su admirado Luis del Olmo, junto a quien se recorrió cada rincón de nuestro país retransmitiendo en directo Protagonistas.
Del veterano locutor dijo a este periódico que "es un maestro, un buen amigo. Con él hice miles de programas de radio que en verano siempre acababan en El Puerto de Santa Maria, en Cádiz. Todo lo que hicimos lo recuerdo con mucho cariño. Vivimos una época que ya jamás volverá porque la categoría de periodistas y personajes de entonces son muy difíciles de ver en la actualidad".
Poca gente sabe que antes de perderse por los vericuetos mediáticos empezó a abrirse camino en Madrid trabajando para Niní Montián, marquesa de Ampudia, que tras alcanzar el éxito en el cine se dedicó a su rol como socialité y columnista entre la alta sociedad madrileña. La dama tenía excelentes contactos internacionales, como la buena amistad existente con Evita Perón, y otros nombres americanos con poderío a los que casó con mujeres que frecuentaban sus fiestas en su palacete madrileño.
Hace un tiempo, Hilario contó a quien escribe estas líneas un secreto que, por escribirlo aquí, va a dejar de serlo: "Cada navidad, Niní enviaba postales manuscritas a sus amigos más íntimos y, como era un poco agarrada, en más de una ocasión aprovechaba las respuestas de estos para felicitar las fiestas al año siguiente. Yo le ayudaba en todo lo que podía, era su chico para todo y de ella aprendí todo lo que sé para saber estar. Pues bien, llegaron unas Navidades y volvió a enviar las postales con tan mala suerte que la que recibió María Fernanda Ladrón de Guevara, madre del ya fallecido Carlos Larrañaga, era la misma que ella le había mandado el año anterior a Niní. El enfado de la actriz fue tremendo".