Al igual que su gran amiga Sofía Loren (86 años), el trágico nacimiento de Raffaella Carrà -fallecida a los 78 años- estuvo marcado por las bombas de la II Guerra Mundial, el hambre, la carencia afectiva de un padre y unas primeras liras ganadas protagonizando fotoromanzi. Sobre esos pilares en los que se sustentó el neorrealismo italiano, aquella niña morena que alcanzó la inmortalidad teñida de rubia, estaba predestinada a triunfar.
Fue una niña prodigio. Y estudió. Estudió para formarse como actriz en una escuela frente a los célebres estudios de Cinecittà donde habían rodado Elizabeth Taylor, Audrey Hepburn, Humphrey Bogart, Charlton Heston o Ava Gardner. Cuando Mario Monicelli la llamó para rodar junto a su 'hermano' Marcello Mastroianni y Annie Girardot en el filme Los camaradas (1964), los hambrientos productores de Hollywood vieron en Raffaella la mujer que necesitaban para refrescar un star system que estaba colapsando. Ni más ni menos que la 20Th Century Fox le puso sobre la mesa un jugoso contrato como parte del engranaje de ese sancta sanctórum del celuloide. Su debut no iba a pasar desapercibido. Su compañero de reparto sería Frank Sinatra.
Por aquel entonces, el inolvidable cantante de New York, New York era uno de los solteros más codiciados tras el turbulento matrimonio con Ava Gardner, que le había sido infiel con Luis Miguel Dominguín y Mario Cabré, entre otros. Sinatra era un celoso patológico que amaba la belleza y en cuanto sus ojos azules se posaron sobre la virginal belleza de la Carrà las chispas no tardaron en desembocar en cortocircuito.
Sinatra empezó a adularla, le enviaba rosas rojas cada día, le escribía notas simpáticas, le contaba anécdotas de la época más glamurosa del cine, iban a cenar… pero aún no había logrado llevársela a la cama. Raffaella era muy joven, pero no ilusa. Sabía las intenciones del artista, los corazones rotos que había dejado tras de sí y se hacía la remolona.
Las carencias de la infancia la habían convertido en una mujer de armas tomar. Durante el rodaje de El coronel Von Ryan (1965), Sinatra estaba tan enloquecido por ella que después de decirle en nueve ocasiones "I love you" (esto lo recordaría años más tarde la show-woman), se arrodilló, abrió un estuche y los destellos de un impresionante diamante de incalculable quilataje dejaron boquiabierta a la italiana quien con firme determinación le respondió con un rotundo "No". Aquel ataque a la virilidad italoamericana del cantante y actor le dejó destrozado. Nunca nadie antes se había rendido a sus encantos.
Tal y como reflejaría en sus célebres canciones de los setenta, la mayoría compuestas por su primera pareja, Sergio Boncompagni, fallecido en 2017 a los 84 años, Raffaella era una fémina adelantada a su tiempo, no quería ataduras, amaba la libertad y tenía claro que no quería comprometerse. Durante el rodaje, Raffaella compartía un coqueto apartamento con Mia Farrow, que estaba rodando en el estudio contiguo La caldera del diablo, con el galán de la época Ryan O’Neal. La hija de Maureen O'Sullivan (La Jane de Tarzán) y el director John Farrow siempre había guardado su tesorito para cuando conociera a alguien digno del fruto prohibido.
Mia estaba ansiosa por perder la virginidad y lo consiguió con Sinatra, que al final se casó con ella en 1966. La diferencia de edad, él tenía 48 y ella 19, fue la comidilla de la prensa rosa del momento así como los comentarios que hacían algunos de los íntimos de la pareja, como Ava Gardner, que afirmó "siempre supe que Frank acabaría con un chico" (la joven intérprete era muy delgadita, sin apenas pecho y con el pelo a lo garçon) y a Dean Martin no se lo ocurrió otra cosa que "Frank tiene güisquis más viejos que Mia". Lo que estaba predestinado llegó a ocurrir. A los dos años ya estaban divorciados. Posteriormente, Mia se casó con el director de orquesta André Previn y posteriormente fue la traumática pareja de Woody Allen (85).
Tras aquella primera experiencia surrealista y tras acudir a diferentes fiestas, la Carrà se convenció de que aquello no era para ella. Las drogas, el alcohol y el sexo se consumían a todas horas. Por encima de todo ella primaba el equilibrio físico y psíquico, cuidaba mucho la dieta, hacía ejercicio y era consecuente con sus horas de sueño. Hizo las maletas y volvió a Italia. Allí nació el mito.
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