Estrenando sus 83 magníficos años, el gran mito erótico del cine europeo sigue vigente y levantando envidias y anhelos. La que fue cortejada por las mayores y más bellas estrellas de Hollywood, pero acabó casada con un productor ya casado y que le doblaba la edad. La que nació entre miserias, pero terminó manteniéndose durante décadas en lo más alto. La que ha tenido una existencia digna de película del neorrealismo italiano. La que arrancó su trayectoria entre los hilos y penurias de la II Guerra Mundial, pero luego lo transformó todo en fama, encanto, éxito. La que en su caminar ha probado en sus propias carnes el estilo de esas superproducciones americanas. Ella.
La italiana más universal e infinita, una actriz tan conocida como la pizza y considerada tan hermosa como la diosa Venus -en 2006, a sus nada menos que 76 años, un sondeo la proclamó la mujer más bella del mundo y ahora acaba de ser nombrada Miss Italia ad honorem, ni más ni menos-. Sí. No podíamos estar hablando de otra mujer que no fuese Sophia Loren.
Glamour y sex appeal: estas son las palabras que mejor definen a nuestra protagonista. Esta dama ha robado -y lo sigue haciendo- el aliento a la mayoría de los hombres del mundo y a muchas de las mujeres. Sin duda, constituye uno de los íconos de belleza más grandes de todos los tiempos. Pero lo suyo no es puro envase: si su exterior es digno de estudio, su interior es cuanto menos fascinante. Prototipo de belleza mediterránea, pero, también, una mujer que supo recorrer un camino que le llevó de la simpática vulgaridad a ser considerada la gran señora del mundo del cine.
Ha sido la diva por excelencia del cine italiano y la primera interprete de habla no inglesa en ganar un Oscar a la mejor actriz. Además de la estatuilla, obtuvo el Cesar honorífico del cine francés. En 1994 fue galardonada con un Globo de Oro y en 1995 recibió el Nastro de Argento italiano. En 1997 recibió la Orden de Caballero de la República de manos del presidente italiano Oscar Luigi Scalfaro, lo que sumía en el olvido los duros años en los que fue juzgada y hasta encarcelada por evasión de divisas.
No todo en su vida han sido premios y halagos. Y no sólo el hambre fue el único quebradero de cabeza de Sofia Scicolone (lo del Sophia con h y lo del Loren vendrían mucho después) durante sus primeros años.
Una infancia poco tradicional
Nació en Roma, hija de una madre soñadora, bella y adolescente. Fue una hija ilegítima. Su padre accedió a darle su apellido, pero en cambio se negó rotundamente a reconocer a su otra hermana y a casarse con su madre. Hasta los cinco años, la actriz creció convencida de que su abuelo materno era su padre. Llamaba a su abuelo papá, a su abuela, mamá y a su madre -una napolitana joven y guapa- mamita.
Una infancia poco tradicional. Y su madre al ver derrotados sus sueños de dedicarse al celuloide por el peso de las responsabilidades, no dudó en volcarse en las carreras de sus hijas. Fue quien apuntó y acompañó a Sophia en cada comienzo. Hasta que comenzó a volar sola y bien alto.
Desde las alturas de su éxito no olvidaba sus raíces y comienzos. Ni se dejaba atrás su picardía ni coloretes. El año en el que fue nominada al Oscar a la mejor actriz por Dos mujeres, decidió no acudir a la ceremonia: “Si hubiera perdido me habría desmayado. Y si hubiera ganado me habría desmayado igualmente”, ha declarado en alguna ocasión.
Fue el mismo Cary Grant que le había pedido matrimonio y a quien ella rechazó, quien le dio la noticia de su victoria. Eran grandes amigos, pero por aquel entonces Carlo Ponti, el que fue su marido, ya había aterrizado silenciosamente en su vida y no tuvo más remedio que declinar.
La pareja era consciente de los inconvenientes que surgían por su unión. Al no existir el divorcio, probaron a casarse en México por lo civil, pero esto no cambió nada. A ojos de la República Italiana y de la Iglesia, Ponti seguía casado con su primera esposa y la Loren no era más que su “concubina”. El periódico oficial de la Santa Sede llegó a hablar de excomunión e incluso rehusó la decisión de la actriz de donar sangre al considerar que la que corría por sus venas no era pura. La cosa llegó hasta el extremo de que una devota milanesa decidió llevar a la pareja de pecadores ante los tribunales acusándoles de un delito de bigamia. Para evitar ser juzgados -y probablemente condenados-, Loren y Ponti se vieron obligados a abandonar Italia.
Título indiscutible de diva
Fue con Marlon Brando con quien la actriz no se anduvo con simplezas. Parándole secamente los pies cuando trató de propasarse con ella: “Le miré y con calma, mucha calma, le solté: 'Ni se te ocurra. No tienes ni idea de cómo puedo reaccionar: debes tenerme miedo'”.
Esto en lo referente al ayer. En la actualidad, tiene poco que ver con la que fue su principal rival y otra sex symbol, Brigitte Bardot. Quien hoy por hoy, y a punto de cumplir la misma edad que la napolitana, ha dejado de luchar por el estatus que una vez tuvo y por las envidias que una vez levantó. Se ha dejado ganar por el paso de los años y el negro es el único color que le hace honor.
Hoy Sophia Loren es una señora que ha cumplido sus 83 primaveras, con más de 80 películas a sus espaldas, dos premios Oscar (el segundo, en 1991, en reconocimiento a su carrera), que ha trabajado con las figuras más importantes del cine y que asegura “sentir todavía el frenesí de vivir”. Se ha reciclado en el papel de estrella y ahora se pasea por actos públicos radiantemente preparada, inaugura barcos, la siguen teniendo en cuenta las marcas para promocionarse, publica libros de recetas, se la rifan los estilistas de moda… A día de hoy mantiene la esencia sin ser un frasco pequeño, mantiene el título de diva sin haberlo dudado y mantiene esa elegancia y dignidad sin haber temblado. Sabe quien es, a lo que ha venido y por lo que ha luchado. Sabe el título que tiene y por lo que se le quiere. Sabe más por vieja que por diablo. Y brilla más por lo que es, que por los en cambio.