La historia de la bodega Javier Sanz Viticultor arranca a mediados del siglo XIX con Agustín Nanclares, el bisabuelo del actual viñador y propietario, de quien heredó viñedos registrados en 1863. Desde ese origen y hasta hoy, cinco generaciones han continuado una estrecha relación entre el viticultor y la vid, basada en la tradición y la excelencia. El legado familiar sigue siendo la base de una forma distinta de entender la cultura del vino. “Creemos en nuestra tierra, en una viticultura sostenible donde primamos la calidad sobre la cantidad gracias a un exhaustivo control del vigor y la sanidad de nuestros viñedos”, así es la carta de presentación de esta bodega pionera de la D.O. Rueda, en cuyo nombre la palabra “viticultor” adelanta lo que sin duda es una declaración de intenciones.
“Nuestra filosofía se basa en la conservación de viñedos prefiloxéricos (con más de 150 años) y de variedades autóctonas, así como en la recuperación de uvas casi extinguidas para elaborar grandes vinos”, expone Javier Sanz. “Nuestra cultura del vino se apoya en cinco generaciones de viticultores que durante más de 150 años han continuado con esta tradición”. Los viñedos de esta bodega se distribuyen en un mosaico de parcelas, fincas y pagos, todos pertenecientes al municipio vallisoletano de La Seca. Un total de 104 hectáreas en propiedad que les permite controlar todo el desarrollo de las plantas.
La variedad protagonista es, por supuesto, la verdejo, autóctona de Rueda, con gran personalidad y un óptimo potencial para la vinificación, que Javier Sanz Viticultor trabaja con rigor desde el campo para conseguir vinos con diferentes matices y con larga vida. Pero con el tiempo, la bodega ha ido sumando otras variedades endémicas menos típicas gracias a una intensa labor de investigación y recuperación. Es el caso de la verdejo malcorta, un clon recuperado que aporta mayor acidez natural que la verdejo convencional y que Javier Sanz embotella desde el año 2000; la gorda de Moldavia, procedente de Rumanía; la bruñal, una extraña uva tinta originaria de los Arribes del Duero; o la colorado, una cepa desconocida que se encuentra en sus propios viñedos.
Sea cual sea la variedad, todos los vinos de la bodega son fieles a su origen, llevan el toque del viticultor y la personalidad de un territorio, una bodega y una tradición que se remonta a más de siglo y medio de historia elaborando con el máximo respeto hacia la tierra de donde proceden y con una premisa clara: intervenir lo mínimo posible. Sus dos gamas dan fe de ello. A la primera pertenecen las referencias más clásicas de la bodega: Javier Sanz Verdejo, Javier Sanz Fermentado en Barrica, Javier Sanz Sauvignon Blanc y Paraje La Encina. La segunda, que lleva por nombre Colección V, es la línea donde el autor, con una inquietud nata y en su afán de recuperar variedades autóctonas desconocidas y casi extinguidas en Rueda, rescata cuatro vinos creados tras un largo proceso de investigación.
V Malcorta, un verdejo singular y difícil de vendimiar (de ahí su nombre); El Pago de Saltamontes, algo más de 2 hectáreas de verdejo de un viñedo prefiloxérico registrado en 1863 en la familia Sanz; Colorado, elaborado con la variedad cenicienta, una insólita cepa tinta, de genética extraña y poco conocida, que Javier Sanz ha recuperado y sólo se encuentra actualmente en sus viñedos; y el Dulce de Invierno, un vino goloso y muy especial, fruto del mestizaje entre la verdejo y la gorda de moldavia. Vinos exclusivos y con personalidad cuya finalidad es enlazar la calidad con un estilo propio sorprendente, y que suponen el encuentro de Javier Sanz con el pasado y la innovación. Cuatro vinos creados tras un largo proceso de investigación e intuición a partir de cuatro variedades sorprendentes que provienen de cepas excelentes y misteriosas. La oportunidad perfecta para descubrir el cariño que esta bodega profesa al vino.
Cuatro variedades enigmáticas
La castellana blanca, la prieto picudo blanco, la verdejo negro o la cenicienta son, según Javier Sanz Viticultor, el presente y el futuro de una bodega que no cesa en su empeño de crear vinos diferentes. Vinos de calidad, únicos en el mundo. Las descubrimos:
Castellana blanca: “Creen que no se encuentra en ningún sitio, al menos en Castilla León, que es en donde la han buscado con mayor intensidad”, comenta el viticultor. De un porte erguido, muy vigorosa, cuenta con unas uvas gordas, racimos grandes y apiñados.
Prieto picudo blanco: “Es muy similar a la verdejo de La Seca. De hecho, no se puede diferenciar en la brotación, pámpanos, hoja, tamaño ni color, hasta que llega al envero”, asegura. Es aquí cuando comienzan las particularidades de esta variedad. “El envero sucede unos días más tarde y es donde ser observa que se trata de una variedad más rastrera que la verdejo de La Seca. Con un ciclo más largo (la maduración llega 15 días más tarde), las hojas son menos verdes y las uvas, que es donde hay una mayor diferencia con la verdejo, son más pequeñas y más sueltas. Su color es amarillo fuerte, lo que hace que no se puedan ver las semillas, como sí las deja ver la verdejo”. La producción es muy pequeña, pero es una uva que, según Javier Sanz, promete gran calidad.
Verdejo negro: “Es de un porte muy rastrero, poco vigoroso, hojas muy verdes y pequeñas. No se distinguen apenas las dentaduras, los racimos son pequeños, con las muy apiñadas. El hollejo es muy fino. Puede ser propensa a la botritis si no se trabajan bien las labores de poda tanto en verde como seca”, explica el experto.
Cenicienta: Entre las cepas centenarias de verdejo de El Pago de Saltamontes, viñedo familiar anterior a 1863, se encuentra una insólita cepa tinta, de genética desconocida, que Javier Sanz ha recuperado por su originalidad y tan sólo se encuentra hoy en día en sus viñedos. Registrada por la familia con el nombre de cenicienta, es una variedad genuina ya por su ampelología: hojas brillantes y muy dentadas, uvas pequeñas, cilíndricas y sueltas (lo que favorece su aireación e insolación) y pulpa blanca con vetas tintas. “Además, es una planta de gran vigor y dificultad de granado, con producciones de gran calidad, pero bajo rendimiento, por lo que exige un continuo mimo en el viñedo”.
Tras años de injertos para reproducir la única planta original de esta variedad desaparecida, la cenicienta se siente cómoda en los viñedos de Javier Sanz Viticultor en La Seca, caracterizados por suelos compuestos por una superficie de cantos rodados y subsuelo arcilloso, lo que favorece una mejor regulación térmica e hídrica. “Tiene un porte alto, muy vigoroso, pámpanos largos. Sus hojas son muy grandes y dentadas, de un color verde claro y un envés muy peludo. Su aspecto, comparado con las variedades del entorno, da un toque muy claro como queriendo ser blanco. De ahí su nombre: cenicienta”, aclara el viñador.