Hay dos pueblos en la Ribera de Duero con nombres famosos, porque en ellos se concentran bodegas de mucho prestigio. En la provincia de Valladolid es Pesquera, y en la de Burgos se trata de Pedrosa. Si se atraviesa este último pueblecito por su pequeña carretera el viajero se quedará sorprendido al ver, una detrás de otra, una serie de viviendas unifamiliares, grandes, lujosas. Entremedias, bodegas modernas, donde no se han escamoteado lo gastos. Es evidente que es un pueblo próspero y que su riqueza procede de lo que se ve a su alrededor, un mar de viñedos cada uno con su cartelito indicando la bodega propietaria.
Pedrosa está a tan sólo cinco kilómetros de Roa, el corazón vinícola de la Ribera de Duero y sede del Consejo Regulador de la Denominación de Origen. Es en esta zona de la Ribera Burgalesa donde se concentran la mayor parte de los viñedos de la D.O. En los años setenta el precio de la uva y del vino en las riberas del río, eran muy bajos, una ruina. Pero hubo diferencias marcadas.
En la provincia de Valladolid se realizó la concentración parcelaria y se trajo el regadío, así que la mayoría de los viticultores arrancaron las viñas y se dedicaron a plantar remolacha.
En la zona de Burgos no ocurrió nada de eso. Se plantaba algo de cereal, o lo que se podía, pero se mantenía el cultivo histórico, que era el viñedo, entre otras cosas porque no había más remedio. Fue una época de pobreza, y muchos jóvenes se vieron obligados a emigrar, entre ellos Paco Rodero, que se fue a Barcelona a buscar fortuna.
Nace la D.O. Ribera de Duero
A partir de los ochenta empezaron a cambiar las tornas. Un grupo de bodegas y cooperativas comenzaron a plantearse constituir una denominación de origen. La idea es que estuviera circunscrita a la zona de Burgos, porque es donde estaban los viñedos; pero había una cooperativa en Soria, en san Esteban de Gormaz, que también quería entrar. Y que ahora es 12 Linajes.
En Valladolid estaba la cooperativa de Peñafiel, Protos; en Pesquera, Alejandro Fernández empezaba a hacerse famoso por su vino; y un poquito más lejos, en Valbuena, había otra bodega que ya era famosa de verdad, que es Vega Sicilia. La D.O. acogió a todos. Arrancaron en el año 1982 y en poco tiempo la denominación se convirtió en un referente.
Esos vinos cargados de color, dominando la fruta en nariz, y bocas potentes, con estructura, se empezaron a comer a los riojas clásicos de colores teja, nariz maderizada y bocas sabrosas pero ligeras. Muy poco tiempo le costó a Rioja rehacerse y revolucionarse, pero en los primeros tiempos les dejaron a los de Ribera el campo expedito.
Lo que era blanco pasó a negro. En Valladolid se volvió a plantar aceleradamente en los sitios en que se sabía que se daban bien las uvas, pero había que esperar al menos diez años a que los viñedos nuevos dieran una calidad aceptable. Así que todo el mundo corrió a comprar viñedos, o por lo menos uvas, a la zona burgalesa, donde subieron los precios de forma decidida.
En Pedrosa, cargada de viñedos viejos de calidad, todo iba viento en popa. Allí estaban los hermanos Pérez Pascuas; y allí ha vuelto ahora José Manuel Pérez a montar su bodega en solitario, tras separarse de sus tíos. Allí está Carmelo Rodero y en los alrededores su yerno Francisco Barona; la cooperativa Viña Vilano, que funciona como una sociedad anónima, triunfando; y allí volvió Paco Rodero con su mujer Conchita Villa, pero para hacer negocio.
La vuelta del emigrante
Siempre había seguido ligado al pueblo, que visitaba habitualmente, y conservado los viñedos de su padre, Doroteo Rodero, cuyas uvas se vendían a la cooperativa. En Barcelona le había ido bien, ligado a negocios del textil no tenía queja, pero sabía, como todos los habitantes de Pedrosa, que esos viñedos viejos y bien conservados eran una mina. Como muchos propietarios de buenos viñedos de la zona, podía tener la duda de lo más fácil, vender la uva; pero ya no a la cooperativa local, sino a bodegas poderosas que venían con un sabroso talonario por delante. Pero decidió montar su propia bodega, elaborar sus propios vinos y meterse a comercializarlos.
Le salió perfecto. Era el año 1996 en que se construyó la bodega en medio de las cepas. Hace ahora 25 años. Se basaba en viñedos que en el siglo XV pertenecían a los capellanes de Pedrosa y que tras la desamortización del XIX quedaron en manos de una serie de vecinos. Doroteo Rodero, que además era el “practicante” del pueblo, tenía unos cuantos “majuelos” de aquellos. Su hijo y nuera ampliaron viñedos, pusieron la marca Pago de Capellanes y a triunfar. Su vino base es un crianza, ahora del 2018, con casta Ribera, Intenso, aroma de frutos negros, con mucho nervio y una boca sabrosa, estructurada, pero fresca. Lo venden a 22 euros, y hacen unas 500.000 botellas, que les quitan de las manos; así que para arriba.
El Pago de los Capellanes Reserva, todavía mejor, con mucha fruta negra, tonos minerales, robusto y equilibrado en boca. Luego tienen los de finca como Parcela El Nogal y El Picón, el top de la casa, con una producción pequeña y precio de 140 euros la botella. Para celebrar el 25 aniversario han sacado el Doroteo 2015, una edición más limitada que resulta maduro y elegante y muy complejo en nariz. La boca con nervio y garra, pero aterciopelada y fresca. 60 euros.
Galicia y la uva godello
Conscientes de que las nuevas tendencias hablan del crecimiento imparable del blanco, buscaron elaborar también de este tipo; pero al contrario de la mayoría de sus vecinos, que se fueron a la cercana Rueda, ellos eligieron en la gallega denominación de origen de Valdeorras, donde triunfa la cada vez más de moda variedad godello. Y les volvió a salir bien. La bodega se llama O Luar do Sil, hacen un vino joven con dos meses con sus lías; otro con seis meses de ese tipo de crianza, y un tercero fermentado en barrica seguido de seis meses de crianza en madera de roble y acacia.
A medida que aumenta la complejidad son mejores; pero a mí me entusiasma el más sencillo, que cuesta 10 euros, y es un prodigio de frescura, aromas limpios, de melocotón, florales y una boca consistente, pero con una estupenda acidez que lo hace fresco. Acaban de sacar un último vino, de alta gama, el Vides de Córgomo 2019. Muy intenso, cargado de melocotón y cítricos; y la boca que se espera de un buen godello, es decir, grasa, con mucho volumen, muy larga, pero a la vez muy fresca.
El emigrante de éxito volvió con toda su familia, incluida su hija Estefanía, pero no para hacerse un caserón y presumir ante los del pueblo; sino para crear riqueza para su tierra. Dos bodegas de primera línea, y atención, porque ya están empezando a hacer pruebas en otra zona de Ribera de Duero. El pueblecito de Fuentenebro, buscando la altitud, por si el cambio climático.